CAPÍTULO 2

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—Eres exquisita —dijo en medio de un jadeo un falso rubio deslizando las yemas de sus dedos por la espalda desnuda de la chica—. Deberías entregarte a mí por completo, haré todo lo que pidas si me dices que sí. Tu figura es en serio perfecta.

—Te dije muchas veces ya que mi "perfecta" figura es por hambre —recordó la chica de cabello castaño oscuro que ocultaba su belleza, y su vergüenza, detrás de una máscara—, y no te diré que sí jamás. No estoy hecha para este trabajo.

—Eso dices —refunfuñó Christophe Giacometti—, pero son los modelos que usas los que más vendo. Puedes seguir usando la máscara, pero firma un contrato conmigo.

—No, claro que no —dijo Eri—. Esto es solo el pago por un favor que en serio necesitaba, y lo de antes fue porque ocupaba el dinero que ofreciste, pero ser modelo de ropa interior, sobre todo de este tipo de ropa interior, no está en los planes de ninguna chica decente.

—Modelar en paños menores no es una indecencia —aseguró el rubio de ojos claros—, aunque podría ser un poco desvergonzado. Igual rezo porque tu vida jamás se componga del todo, para que corras a mis brazos de nuevo.

—Quisiera odiarte por eso, pero te debo tanto que no lo haría. Correría a tus brazos en otra emergencia, aunque fuera causada por tus rezos malsanos.

Christophe sonrió. Había conocido esa chica en su peor momento, y aunque uno de sus grandes amigos era el causante de ello, no pudo mantenerse al margen, sobre todo cuando esa chica poseía las características que había soñado para su nueva colección de temporada.

La máscara había sido conveniente para ambos, a ella le servía para ocultar su vergüenza y a él para ocultar que ayudaba a la acérrima enemiga de Viktor Nikiforov, o al menos es lo que pareció cuando el ruso comenzó a cerrarle todas las puertas que la chica intentaba tocar.

—A propósito de nada —habló el suizo—, ¿te reuniste con Katsuki Yuuri?

—Lo hice —respondió la chica adoptando la nueva postura que el hombre le indicaba.

—Sigo preguntándome quién eres en realidad. Que estés involucrada con ese par, con la relación tan complicada que tienen, me intriga un montón. ¿Te digo que creo?

—¿Qué crees?

—Creo que naciste del engañó de Yuuri a Viktor con alguien, y por eso Viktor te hace la vida imposible. Aunque no me queda claro por qué no tenías la información de Yuuri, así que eso descuadra mi teoría. ¿No te da pena tener a este anciano en ascuas? Creo que deberías contarme la historia, para no andar imaginando cosas.

—Creo que no necesitas saber esa historia, pero si te da mucha curiosidad, y cancelas la segunda sesión, te la contaría sin problemas.

—Mmmm, prefiero la toma, muchas gracias.

Eri sonrió, y Chris hizo lo mismo. Sentía que sus ideas no estaban tan erradas, y podía preguntar a los involucrados si en serio la duda le quitara el sueño, así que no desaprovecharía lo que ya había obtenido de esa chica que le agradaba tanto.

Terminaron las tomas de ambas colecciones, la chica se fue tras despedirse de uno que le gustaba considerar su amigo y a la salida se topó con justo el hombre que no quería ver jamás. 

Lamentablemente, el único que le tendió una mano cuando el ruso le aplastaba la cabeza fue un gran amigo del peliplata, así que la posibilidad de encontrarse siempre estuvo latente.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Viktor furioso.

Eri no respondió, solo le miró aterrada. Viktor era un demonio, en sus pesadillas y en su realidad.

» ¿Sigues usando mi apellido para obtener beneficios? ¿No aprendiste tu lección antes? No soy alguien que puedas usar a tu antojo y voluntad, ¿quieres que vuelva a hacerte blanco de mis flechas o por qué sigues apareciendo ante mis ojos?

—Yo... —titubeó Eri.

—¿Tú qué? —preguntó el ruso, furioso—. Deja de aparecer en mi vista, oportunista, si no quieres que las cosas terminen en serio mal.

—¿Más mal que la vez anterior? —cuestionó la chica sin poder dejar de temblar—. Casi morí de hambre, casi perdí mi bebé, me quedé sin casa y sin oportunidad de obtener un empleo decente por su capricho.

—¿Un empleo decente? No me digas que ahora eres prostituta.

Los ojos de Eri se llenaron de lágrimas que inmediatamente corrieron por sus mejillas, empapando su rostro.

—¿Y qué si lo fuera? —cuestionó la chica envalentonada por la ira que el hombre de ojos azul claro le provocaba—. No me diga que le molesta que una prostituta lleve su apellido.

—Deja de usar mi apellido —gruñó furioso Viktor, atrapando a la chica de un brazo y acercándola peligrosamente a él.

—No lo haré —aseguró la joven de cabello oscuro—, porque, aunque le pese, soy Eri Nikiforov, su hija.

—Yo no tengo ninguna hija —dijo Viktor escupiendo cada palabra.

—Sí, si la tiene —refutó Eri—, y aunque le pese soy yo. Pero no se preocupe, igual que usted yo odio llevar su sangre, créame que si uso su apellido no es para sacar un beneficio, solo es para molestarlo.

Viktor presionó con más fuerza el delgado brazo que sostenía, provocando en esa que le irritaba una expresión adolorida.

—Vas a arrepentirte de no desaparecer cuando te di la oportunidad —prometió el ruso.

—No —dijo Eri—, usted va a arrepentirse de cada cosa que me ha hecho, porque jamás le vamos a perdonar lo que me hizo, ni mi padre ni yo lo haremos. Katsuki Yuuri, como yo, le odiará para siempre. 


Continúa...

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