CAPÍTULO 11

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Eri se compadeció un poco de sus padres, de los dos. Ella sabía bien lo que era lamentarse por ser incompetente, así que entendía bien a Yuuri, y ahora sabía de dónde le venía lo orgullosa e impulsiva, ambas cosas, junto a la idiotez, seguro los había heredado de Viktor.

Sonrió ante tal pensamiento, y se burló de sí misma por haber heredado solo los rasgos malos; porque seguro ambos tenían cosas buenas que no le tocó ni conocer, mucho menos heredar.

Y, aunque sintió un poco de compasión por el peliplata, era verdad que no podía solo fingir que no le dolían todas esas cosas que él le había hecho, pero se sentía tan agradecida que decidió irlo a ver una vez antes de que todo al fin terminara.

Aunque su principal intención de escuchar a ese par a escondidas era constatar que nada malo haría ese hombre, ahora se sentía con un poco de ganas de creerle, y con muchas ganas de dejar de odiarle, pero no por eso de aceptarle en su vida.

Eri respiró profundo, tragó saliva y, volviendo a sostenerse del tubo que cargaba el suero de vitaminas conectado en su mano, caminó hasta el par de hombres que, unos pasos adelante, delante del muro que la cubría, hablaban tristemente.

—¡Eri! —dijo el azabache sorprendido de ver a su hija fuera de la cama—, ¿qué demonios piensas que estás haciendo?

—Amm —hizo la mencionada algo impactada por ese reclamo que sonaba a regaño—, ¿iba al baño y me perdí?

Yuuri le miró con los ojos entrecerrados. Esperaba que su hija no esperara realmente que él se creyera esa tontería. Eri sonrió al adivinar el pensamiento de su papá.

» Solo salí a dar unos pasos, creí que era tu voz la que escuché y pensé en ver con quien hablabas —mintió la chica y el japonés le aceptó esa respuesta—. Señor Nikiforov —habló la castaña para su otro padre—, gracias por aceptar ser el donante para Lukyan, de verdad se lo agradezco muchísimo, pero espero que entienda que no es bueno que nos acerquemos el uno al otro de ahora en adelante, de otra forma no podré olvidar todo el dolor que me causó, y no podría dejar de odiarle.

—¿Tú crees que podrías dejarme de odiar? —preguntó el peliplata comenzando a albergar unas tontas esperanzas.

—Creo que sí. Lo que usted está haciendo es algo que podría hacerme olvidar mi rencor —confesó la chica—, aunque nada sería suficiente para poderle perdonar.

Viktor agachó la mirada. Lo sabía, y no dejaba de repetírselo intentando que esa cruel realidad entrara en su cabeza y asesinara sus esperanzas de recuperar una familia que hubiera amado poder tener.

» ¿Me ayudas a volver a mi habitación? —preguntó Eri para un azabache que casi lloraba. Yuuri asintió—. De verdad muchas gracias, señor Nikiforov..., y hasta nunca.

Con esas palabras la chica le dedicó la poca amabilidad que logró sentir por ese hombre, y se decidió a cerrar ese doloroso ciclo que él representaba.

Por su parte, Viktor se resignó a lo que sería la vida de todos a partir de ese momento y, poniéndose un poco optimista, sería feliz por lo bueno que pasaba, aunque nada bueno le pasara a él.

Pero al menos Yuuri sería feliz cuidando el fruto de su amor, y su hija ya no estaría en peligro, porque ahora Yuuri la protegería, y porque su principal predador ya no quería verla destruida; además, su nieto estaría bien, de salud y en su vida familiar. Yuuri le había contado todo lo que había pasado con Yurio ya.

Se arrepentía mucho de todo lo que le había hecho a esa indefensa chica, pero en serio se había sentido agredido por ella, además, mucho de lo que ella representaba le lastimaba de una extraña manera, por eso solo quería desaparecerla de su vista, pero el destino se había empeñado en ponerla frente a él una y otra vez.

Deseaba no haber sido tan ciego, ni haber sido tan imbécil, deseaba poder haber hecho oídos sordos y ojos ciegos a esa chica que le generaba tanto malestar. Odiaba como nada haber decidido protegerse en lugar de protegerla, como fue su primer instinto, pero la idea de Yuuri creyendo que le había engañado le atemorizaba más que convertirse en un mal ser humano.

Ahora se odiaba por ello, también sentía que estaba bien que su hija le odiara y, aunque le aterraba la idea, aceptaría que Yuuri no quisiera volverle a ver, porque sabía bien que el amor de ese japonés, que era mayor por su hija, no le permitiría odiarle a él aún con todas las tonterías que hubiese hecho.

Viktor miró al cielo intentando no llorar. Estaba perdiendo todo lo que no sabía tenía y le dolía como nunca le había dolido nada. El médico de su nieto apareció frente a él, y él se dispuso a prepararse para hacer algo que no le redimiría, pero esperaba un poco que sí.


Continúa...

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