CAPÍTULO 10

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—Y justo cuando pensé que las cosas habían comenzado a mejorar —farfulló la chica, más que molesta, agotada.

—Muchas cosas mejoraron —aseguró Katsuki Yuuri—, me tienes a mí, tienes a Yurio, Lukyan tiene la mejor atención de Rusia, te estás atendiendo tú y hay un donador para Lukyan. A mí ver no deberías quejarte.

Eri miró a su padre. Era cierto que estaba tan bien como jamás había estado, pero detestaba la idea de que fuera ese que le había hecho tanto daño quien tuviera en sus manos la posibilidad de salvar lo que ella más amaba en la vida.

No quería que fuera así, no quería que el ruso peliplata estuviera cerca de lo que más amaba ella, temía por su seguridad, temía que ese hombre que la dejó sin oportunidades le arrebatara la única felicidad que había tenido en su vida.

—Señora —dijo el médico que había atendido el caso de Lukyan, y a ella—, estamos jugando contra reloj, no podemos seguir esperando.

Eri miró a su bebé, mucho más sereno y agotado de lo que parecía habitualmente, con la aguja del suero insertada en una manita y un par de tubos plásticos entrando por su nariz.

Se odió a si misma por no ser tan valiente, también por ser tan orgullosa. Si hubiese aceptado el trasplante en cuanto recibieron los primeros resultados, seguro estarían ya ambos en casa, o a punto de volver a ella.

—¿Está cien por ciento seguro de que ese hombre es compatible? —preguntó Eri aún aterrada. El médico asintió, entonces la chica miró a su padre y le preguntó—: ¿Estás seguro de que no va a hacer nada malo?

Tal vez Yuuri le creyera todo, pero ella no podía confiar en Viktor Nikiforov.

—Te prometo que todo va a estar bien —dijo el hombre abrazando a esa pequeña que temblaba un poco por su llanto, otro poco por temor.

—Entonces bien —concedió Eri, aunque tenía cero ganas de hacerlo—, ¿cuándo será?

—Probablemente mañana —dijo el médico—, todo depende de que queden listas las preparaciones en ambos. Nos comunicaremos con el señor Nikiforov ahora, ¿o prefieren hacerlo ustedes?

Eri se iba a negar a contactarlo, pero tanto el padre de su hijo, como su propio padre, dijeron que lo harían ellos.

» Muy bien —continuó el médico—, les confirmaré fecha y horario en un par de horas.

Dicho eso, el hombre dejó la habitación.

—No lo quiero ver —dijo Eri, refiriéndose al peliplata—. Le agradeceré toda la vida, pero no puedo perdonarle, así que evitemos que algo malo vuelva a suceder entre nosotros y, papá, por favor, por favor, que ese hombre no le haga nada a mi bebé.

Yuuri no supo qué responder. El dolor de su hija le dolía mucho, tanto como le dolía la pena del peliplata.

—No te preocupes —respondió el rubio—, el calvo es un idiota, pero no haría algo de esa magnitud.

Eri no le creyó. Ella no solo le creía capaz de hacer cosas malas de semejante magnitud, era fiel testigo y victima potencial de esas cosas. Pero no quería discutir, no quería tener que exponer esos sentimientos que le gustaba esconder en un rincón oscuro de su corazón, por eso se centró en otra cosa que le tenía intrigada.

—¿Calvo? —cuestionó y ambos Yuris sonrieron.

—Viktor Nikiforov es un amigo de la infancia —confesó el rubio—, somos casi como hermanos, pero sin el parentesco real. De hecho, fue por mí que el cerdo y él se conocieron. Yo invité al calvo a Japón y este par se enamoraron.

Yuri hizo silencio, en su cabeza la información comenzaba a caer pieza a pieza, encajando en un enorme tablero y dándole forma a algo que no había visto. Aunque no podían culparle, tenía cosas más importantes a las qué prestar atención.

» Espera —dijo mirando al azabache—, ¿eres un doncel?

Yuuri rio tan fuerte que su hija se contagió y, por un pequeño momento, Lukyan también se rió.

» Vaya broma —soltó el rubio de la nada—, mira que podía verte de nuevo de haber ido una vez más a Japón.

Eso no era cierto, pero ninguno de los otros dos lo dijeron, solo se miraron con compasión. Muchas cosas hubieran sido diferentes de haber tomado otras decisiones. Pero no había tiempo para arrepentirse, sería mejor dejar el pasado en el pasado y comenzar algo nuevo y mejor a partir de ese momento. 


* *


—¿De verdad aceptó? —preguntó el peliplata emocionado, mientras hablaba con Yuuri.

—Sí —respondió el azabache—, dijo que estaría agradecida contigo toda la vida, pero que no te perdonaría jamás. Así que, aunque aceptó que seas el donante, pidió no verte.

—No podré remediar esto nunca, ¿verdad? —cuestionó Viktor dolido por la situación.

—Está muy lastimada —informó Yuuri—, lo lamento.

—Yo lo lamento mucho más —aseguró Viktor—, perdón por no poder cumplir mi palabra de hacerte feliz, y a nuestros hijos y nietos.

—También lo lamento —confesó el japonés—, lamento haber sido cobarde y no confiar en ti, lamento no haber tenido la fuerza de defender a nuestra hija, ni haber podido encontrarla en todos esos años. Creo que, si yo no hubiese sido tan patético, nada de esto hubiera pasado.

—No es tu culpa —aseguró Viktor—, nada es tu culpa, así que no llores. Haré lo que me toca: salvaré a nuestro nieto y entonces los dejaré vivir en paz para siempre, para que puedan ser felices también. 


Continúa...

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