CAPÍTULO 12

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Viktor abrió los ojos, y un quejido escapó de su garganta al despertar a la realidad. Su cuerpo dolía completo, eso era extraño teniendo en cuenta que era solo su hígado lo que no funcionaba bien.

Yuuri se acercó a la cama donde el peliplata había estado dormido luego de la intervención quirúrgica a la que había sido sometido. El japonés estaba molesto, demasiado, por eso, aunque se sintió aliviado de verle despertar de la anestesia, miró con furia al peliplata.

—¿Ni siquiera porque estoy muy adolorido merezco compasión? —cuestionó el ruso de ojos azules y el japonés se contuvo de ir a golpearlo.

No había pasado un año siquiera de que lo hubiese visto en el hospital, a causa del trasplante de médula que había donado para Lukyan, cuando Chris le pidió ir a encontrarlo en el hospital donde la vida de Viiktor pendía de encontrar un donador de hígado.

—No puedo creer que te hicieras eso —gruñó el azabache—. Sabías que tu hígado no tenía las mejores condiciones, y bebiste como loco por todos estos años. ¿Cuándo te enteraste de la cirrosis y por qué no dijiste nada?

—No había a quien decirle —informó el peliplata en un gruñido—, además, no fue hace tanto que supe de esto.

—¡Debiste buscar ayuda! —gritó Yuuri comenzando a llorar.

—Ni siquiera podía ser parte de la familia que siempre soñé, es más, casi la destruí por idiota —recordó el ruso—... no tenía ningunas ganas de seguir viviendo sin eso que realmente amo.

—Eres un idiota —señaló Yuuri acercándose un poco más a esa cama que le llamaba.

—Claro que lo soy —concedió el de ojos azules—. ¿Cómo te enteraste?

—Chris me llamó —informó el azabache—, dijo que estabas mal, que lo habías querido ocultar, pero un shock te hizo entrar en coma, necesitabas un trasplante urgente... Dios, pensar que pude perderte, ahora para siempre, por una idiotez tuya esta vez.

Viktor escuchó cada palabra del hombre entre asustado y aliviado. La última vez que había cerrado los ojos se había entregado a la muerte, y ahora estaba despierto y, al parecer, a salvo. De otra manera Yuuri no le estaría gritando tanto, y no se sentiría así de bien a pesar del dolor.

—¿Me hicieron un trasplante? —preguntó el ruso solo para confirmar lo que creía y Yuuri asintió—. ¿Cómo le hicieron? No estaba cerca en la lista de espera. ¿Hubo un accidente en una convención de donadores o qué?

—¡Viktor! —gritó el japonés—. No juegues con esas cosas.

Viktor se disculpó. Pero era cierto que su número en la lista de espera estaba lejos de permitirle acceso a un hígado para trasplante a menos que algo como lo que mencionó en su broma ocurriera.

—Los trasplantes hepáticos no necesitan de un órgano de un difunto —explicó la voz ronca de alguien que Viktor no había notado en su habitación—, pueden ser de donadores vivos. Me debes medio hígado.

Los ojos del ruso se hicieron enormes, la voz apagada y tan quejumbrosa como la suya, era de Eri, quien estaba recostada en una cama, aparte de la suya, de una suite doble que no recordaba haber elegido para pasar los últimos días de su vida.

—Ay, Dios —lloriqueó el japones al ver a su amado ruso llorar en silencio mientras veía lleno de anhelo a una chica con la cara fruncida por el dolor que estaba soportando.

—Oye pa, háblale a una enfermera, porfa —pidió Eri conteniendo la respiración.

El efecto de la anestesia estaba pasandosele de nuevo, así que su incomodidad era más que evidente.

Yuuri Katsuki asintió, entonces los dos Nikiforov, aunque ella no llevaba el apellido, se quedaron solos en la habitación.

—¿Por qué lo hiciste? —cuestionó Viktor a su hija tan claro como el nudo en su garganta le permitía—. ¿Por qué salvar la vida de la persona que odias?

—Yo ya no te odio —confesó la chica—. Te lo dije, si no te veía no recordaría los malos momentos, además, no puedo permitir que otra de tus idioteces hiciera llorar a mi papá, yo haría todo por él, por verlo feliz.

—Gracias —dijo el ruso, sin atreverse a pensar que podría haber algo más para él entre todo eso, algo que le devolviera las ganas de vivir.

—¿Cuál gracias? —preguntó la chica volviendo a abrir los ojos, fijándolos en el hombre que había odiado ver al borde de la muerte—, te dije ya que me debes medio hígado, y te va a salir súper caro.

Viktor no pudo contener otras pocas lágrimas que le empaparon el rostro. Ya se imaginaba teniéndose que ir a Timbuktú para que ella no tuviera ni que recordar que él existía.

» Para empezar —continuó la chica—, debes hacer feliz a papá para siempre.

Los ojos de Viktor se hubieron enormes, y por medio segundo el ruso se olvidó de todo el dolor físico que sentía. Aquellas palabras fueron un shot emocional de buenas cosas, por lo que se olvidó de todo lo malo que le estaba matando y doliendo.

» Y —quiso continuar Eri, pero el dolor que tenía era demasiado—... Dios, en serio necesito una enfermera. Te diré lo que se me vaya ocurriendo después.

Viktor Nikiforov, envuelto en su locura de la felicidad obtenida, y apoyado en lo impulsivo e idiota que era, dejó su cama para llegar hasta la chica que, con los ojos cerrados de nuevo, dejaba ver todo su dolor.

Eri sintió la cercanía de alguien y abrió los ojos para ver con sorpresa como los labios del peliplata se pegaban a su frente.

—¡¿Qué estás haciendo, pedazo de imbécil?! —gritó Yuuri desde la puerta.

Viktor no respondió, él se desmayó cuando el dolor de su herida abriéndose superó a su felicidad. 


Continúa...

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