—Anemia, bajo peso, desnutrición, estrés —enumeró el médico que la había atendido—, ¿puedo saber hace cuanto no se hace un chequeo médico?
—La última vez que me vio un médico fue cuando Lukyan nació —confesó la chica, apenada por el tono de voz de reclamo que usaba el médico.
—¿No ha enfermado luego de eso? —cuestionó el hombre intrigado.
—Tantas veces que no soy capaz de recordarlas —respondió Eri—, pero en mi economía no está la posibilidad de pagar un médico, o medicamentos. Es más importante que mi bebé coma a que yo me cure una gripe.
Esa confesión les dolió en el alma a dos de los tres hombres presentes en la sala, además de la chica y el médico, el tercero se sintió tan molesto consigo mismo que se odio por primera vez en su vida.
—Niña, siento que si te hago estudios voy a encontrar de todo en ti —soltó el médico menos molesto, y un tanto apenado por la situación de la joven.
—Yo también lo creo, y como no voy a poder pagar la solución a mis males, mejor dejémosle aquí. Según sé, nadie ha muerto de anemia antes.
Las palabras de la castaña intentaban ser una broma que aligeraran la terrible situación descubierta, pero no había manera de que funcionara.
—Por supuesto que no —habló el peliplata algo molesto por la actitud despreocupada de su hija—, vas a hacerte todos los estudios y someterte a tantos tratamientos como el médico considere necesarios.
—Si usted va a pagar yo prefiero morirme —respondió Eri furiosa.
El odio en la mirada y tono de voz de la chica golpeó el corazón de un ruso en serio arrepentido. La entendía, claro que sí, pero no por eso aceptaría de buena gana lo malo que la chica dijera.
—¿En serio? ¿Y que va a pasar con mi nieto?
—Lukyan no es nada de usted —gruñó la castaña de ojos oscuros—, y si yo me muero él podría quedar al cuidado de mi papá, si es que se compromete a mantenerse lejos de usted, claro.
—Eri —habló el japonés—, no digas cosas tan terribles.
—¿Vas a ponerte de su lado? —cuestionó la mencionada preparándose para volver a enfrentar la vida sin ayuda.
Tampoco le aceptaría nada al azabache si es que comenzaba a fungir de intermediario entre ese hombre que tanto daño le había hecho y ella.
—No —respondió el japonés infringiendo un poco más de daño en Viktor Nikiforov—, aunque comparto postura de que te analices y trates, no estoy de su lado. Lo que digo es que ni siquiera en juego menciones la posibilidad de morirte. Aférrate a la vida amor, hazlo con todo lo que tienes porque Lukyan te necesita, y yo también.
—Eso he hecho desde hace muchísimo tiempo, tanto que ya no tengo más con que aferrarme —soltó la chica comenzando a hipear—. Papá, estoy cansada de todo, ya no quiero más, ya no puedo más. Estoy harta, y tengo miedo, no quiero saber qué pasará si algo le pasa a mi hijo, no voy a soportarlo.
Yuuri también lloró, y abrazó a su pequeña intentando con su amor transmitirle una calma que ni siquiera él encontraba.
—Nada va a pasarle a Lukyan, y créeme cuando te digo que eres mucho más fuerte de lo que piensas —aseguró el azabache tras besar la cabeza de su nena—, así que no digas cosas tan tristes. Si estás cansada solo apóyate en mí, si ya no puedes más déjame cargar todo lo que traes a cuestas, si tienes miedo déjame abrazarte fuerte. No te preocupes más por nada, dedícate a cuidar de tu bebé, ahora me haré cargo de la mía, lo haré al fin.
Eri inspiró hondo, llenando su alma de un aroma que le agradaba demasiado, y lloró un poco menos descontrolada aferrada al cuerpo de un hombre que la amaba. Así, llorando, el agotamiento le hizo pesados los párpados.
—Papi —habló la chica para el japonés que a duras penas evitaba que su corazón estallara de felicidad cada que su hija decía esa palabra—, no quiero que Viktor vuelva a meter la nariz en mis asuntos, y no quiero al doctor Plisetsky cerca de Lukyan, por favor.
—Claro que sí, amor —dijo el japonés—, me haré cargo, así que descansa un poco.
Eri se durmió, se convenció de que podía confiar en su padre y se entregó a un sueño que nunca había sido parte de su día, uno que ahora no necesitaba alejar buscando soluciones a sus múltiples problemas.
Su única preocupación a partir de ese momento sería Lukyan, y para él se daría un pequeño respiro que le permitiera seguir adelante con los pies descansados.
—No voy a alejarme —advirtió Plisetsky—, ni de mi hijo ni de ella.
—Yuri —habló el japonés—, Eri necesita estar tranquila, así que por favor seamos prudentes. Somos más adultos que ella, así que solo dale un respiro; permite que se tranquilice y luego de que todo esto pase intenta hablar con ella.
—No —dijo el más joven de los tres—, es ahora cuando más me necesitan. No me importa si no lo quiere, me mantendré cerca.
Yuuri Katsuki se obligó a respirar profundo. No se metería en pleitos de pareja, no a menos que viera que Eri enloquecía, caso que no había ocurrido. Todo se había puesto difícil por los nervios de la chica, pero no se había mostrado tan alterada en la presencia del rubio como cuando el peliplata se acercó a ella.
» Ahora, si me disculpan un momento, necesito hacer una llamada.
Dicho eso, Yuri Plisetsky se retiró un poco, haciendo justo lo que había dicho, usando el teléfono en llamar a alguien.
—Yo no puedo negarme, ¿cierto? —preguntó el ruso que quedó al lado del japonés.
Había sido duro escuchar que el hombre que amaba no se pondría de su parte, pero, justo como con la chica, entendía perfectamente la postura que el otro tomaba.
—Lo lamento —dijo Yuuri—. De verdad me siento terrible de que todo terminara así, pero, aunque sea difícil, te pido que te mantengas no tan lejos, por si acaso no encontramos otro donador. Sé que suena egoísta, pero de verdad quiero que, si es necesario, nos ayudes, por favor.
Viktor asintió con la cabeza. Sí sería duro, pero se merecía esa pena. Además, lo había dicho ya, cumpliría su promesa de proteger con su vida a su hija, aunque le odiara, y a su nieto, aunque no se enterara.
Continúa...
ESTÁS LEYENDO
NUESTRA
FanfictionNo importa qué tan lejos esté, qué tanto la odies o qué tanto te desprecie porque, aunque tú y ella no lo sepan, ella siempre será NUESTRA.