Día 21 ❣ Postre

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Será esa siempre su suerte, realmente a ninguno de los dos le importaba demasiado si después del plato fuerte, tendrían más que seguro ese delicioso postre que esperan con las mismas ansias que un niño de ocho años

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Será esa siempre su suerte, realmente a ninguno de los dos le importaba demasiado si después del plato fuerte, tendrían más que seguro ese delicioso postre que esperan con las mismas ansias que un niño de ocho años.

Los años en la tierra media donde el temor a Morgoth era latente, fueron el escenario donde Fingon y Maedhros de vez en cuando, como una hermosa pareja de elfos dulcemente enamorados, se aventuraban a cazar orcos despistados o bien, con una misión en concreta. Fueron muchos los bichos que perecieron bajo sus espadas.

Nadie puede negar que en esas divertidas, entre comillas, excursiones, no se divertían. Fingon no tenía reparo en arrancar cabezas de los hombros de los orcos pero sí que le dolía matar un animal en favor de alimento, era ese momento donde Maedhros le llamaba.

—¡Amor, déjamelo a mi! —le decía guiñando un ojo y montando a su potro, tomaba la ventaja de la carrera.

En esa ocasión fue igual, después de arduas horas de trabajo matando poco más de una cuadrilla de orcos, decidieron cazar para al menos comer un poco. Maedhros, como era costumbre, volvió tras una media hora al lugar donde Fingon había levantado el campamento.

—¡Mira lo que he traído! —le gritó a Fingon levantando victorioso un pequeño cervatillo y dos o tres liebres.

Fingon hizo acopio de todas sus fuerzas para contener las arcadas que lo amenazaron. Sonrió recibiendo a Maedhros con el respeto que se merecía.

—Bien, dejalos por allá —apuntó Fingon a un lugar cerca de la fogata—. No dudo que seas bueno cazando pero eso sí, eres un asco para la cocina. Dejame lo siguiente, ve a descansar.

—Ya lo creo —rió Maedhros obedeciendo las ordenes del menor.

Habían hecho una buen trabajo, pero era pesado, pensó Maedhros, ya que le dolían los brazos y piernas. Entonces se le dibujó una sonrisa atrevida cuando vio a Fingon agacharse para tomar a los animales.

Escudriñando el cuerpo y trasero del morocho llegó a la única conclusión: cumplir con cierta necesidad primaria que sólo puede ser despertada por su pareja. Se levantó de la roca que improvisó como silla y tomó a Fingon por las caderas, arrancándole un brinco.

—¿Qué demonios haces? —le preguntó el menor dejándose llevar por las suaves y rítmicas caricias.

—Nada, sólo... —murmuró Maedhros con voz ronca en el oído de Fingon—... Quiero comer algo dulce, hoy no quiero una carne cualquiera.

—Oh, Maedhros... —reprochó comenzando un ingenuo juego. Se dio media vuelta y antes de que el peli rojo pudiera decir algo, lo calló con un beso.

Era rara la ocasión donde Fingon tomaba la iniciativa pero, ahora, estaba de acuerdo con Maedhros, también necesitaba algo dulce, un postre, su postre. En medio del mismo, las manos traviesas de Findekano viajaron hasta el peto de Maedhros, del cual lo despojó en segundos para poder deleitarse con aquella fuerte figura.

—Vamos, tu también quieres un poco —insistió el mayor separándose un poco de los labios de su amado y dejando en su camino un débil hilo de saliva—. ¿Quieres hacerlo antes de comer?

El morocho formó un puchero, pensativo, pero una sonrisa pícara se formó en sus labios. Ni bien volvieron al acto, Maedhros tomó el control de la situación dejando en Fingon los colores vivos en sus mejillas a causa de tanto atrevimiento.

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Un mes de Russingon ━ Fictober 2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora