Día 1 ❣ Delirio

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Pasada casi una semana las cicatrices en su piel parecían ir sanando muy bien

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Pasada casi una semana las cicatrices en su piel parecían ir sanando muy bien. Siempre estaba bajo un cuidado intenso y leal, pero aún se encontraba inmerso en un profundo sueño, reparando todos aquellos gritos, llantos y súplicas porque se terminara con su vida.

Él sabía que no había cura para su alma, para el trastorno que estaba combatiendo y mucho menos para el dolor mental que sufría por las noches cuando seguía con la película que se reproducía en sus sueños. Maedhros quería morir, más de una vez le suplicó a Fingon que tuviera la gracia de hacerlo cerrar los ojos bajo una de esas sagradas flechas. El menor todavía tenía grabado los gritos del mayor, su mirada tan lastimada pero con un extraño tinte de ilusión al ver a alguien de su gente.

No era cosa fácil de tragar y se notaba en la expresión del primogénito de Fingolfin, porque cuando volvió con su primo en brazos y después de dejarlo en buenas manos, fueron realmente escasas las veces que se le veía sonreír, que el rostro se le iluminaba como antaño. Ya no tenía tiempo libre, ahora se pasaba el mismo atendiendo a su primo: le cambiaba los vendajes, le lloraba deseando caer en el mismo sueño y hablaba con él aún cuando posiblemente Maedhros podría nunca despertar.

Fingon caía en una locura innombrable, difícil de pensar, y su padre, poco o nada pudo hacer pues aún sentía las heridas abiertas debido a la traición de la que fue víctima mucho antes de cruzar el Helcaraxë.

Sucedió que aquella mañana Fingolfin le ganó a Fingon y fue a la carpa donde su sobrino descansaba. Los otros hijos de Fëanor no estaban por suerte, y Fingolfin tuvo el tiempo justo para observar el rostro tan demacrado de Maedhros.

—Recuerdo el niño de cabellos de fuego —le dijo, sintiendo desde el fondo del corazón que Maedhros le escuchaba, le entendía y guardaba la esperanza de volver a hablar con su tío que tanto amaba—. Fue mucho antes de que Findekano viniera a mi vida. Tu siempre te escapabas de las garras de tu padre e ibas a mi despacho a dejarme las flores de siempre. Entonces hablábamos y no dejabas de molestar para que te contara la razón por la que nunca te visitaba en casa de tu padre... Ay, Maitimo...

Los ojos del mismo rey Fingolfin se enrojecieron, amenazantes a un hermoso llanto, pero la acción se vio interrumpida por la llegada de Fingon. Fingolfin se removió incomodo en su sitio y observó a su hijo queriendo dar media vuelta.

—¿A donde crees que vas? —se enjuagó el llanto con el dorso de su mano y antes de dirigirse a su hijo, acarició la frente de Maedhros, deseando de todo corazón su pronta recuperación porque él no debía pagar los platos rotos de los viejos.

—No, yo... Yo creí que lo interrumpía —tartamudeó el joven con el cuenco lleno con agua—. Sólo venía a limpiarlo un poco, tome su tiempo padre, puedo venir en otro momento.

Fingolfin evocó una suave risa y tomó con poca fuerza a su hijo por los hombros. Ahora le parecía un adulto, uno que sabía muy bien lo que hacía y quería. Notaba en su hijo el amor genuino que le guardaba a su primo y eso era lo que más admiró de él, incluso en medio de su muerte y antes de cerrar los ojos.

—Ya lo creo, te la vives aquí. Ahora dudo que tengas intenciones de buscarte una pareja —insinuó trayendo a Fingon un débil sonrojo—. Tranquilo, ya has roto mi momento ¿Qué más? Ahora cumple con tu trabajo y límpialo, huele como un animal.

Ambos rieron un poco, teniendo un pequeño momento en el que podían sobrellevar la situación. Finalmente Fingolfin salió del lugar, no sin antes expresarle lo orgulloso que estaba de tener un hijo de tal nivel.

Fingon bajó la mirada, se percató que el cuenco que tenía en manos temblaba y el agua creaba pequeñas olas amenazando derramarse. Temiendo de verdad desperdiciarla, corrió a dejarla en una pequeña mesa de noche junto con un par de pañuelos.

Suspiró tan pesado que le costó recorrer con la mirada el camino para encontrarse con la figura de Maedhros. Seguía delgado, bastante famélico si lo comparamos con el elfo glotón que era en Valinor. Ahora parecía ser un simple chiste su existencia. Las marcas de látigos en su espalda eran el fiel testimonio del sufrimiento y agonía, Fingon hizo lo posible por no romper en llanto en ese momento. Su único consuelo fue que Maedhros aún conservaba el cabello que tanto lo engrandecía, aunque para Fingon mismo no sólo su cabello lo volvía guapo; no era su piel, sus lindas pecas manchando su cuerpo o quizá lo fuerte y fornido que era; lo que había enamorado a Fingon siempre fue esa personalidad de Maedhros tan justa, leal, valiente y sobre todo, distinta a la de su padre.

Guardaba por Maedhros sentimientos tan fuertes que no creía expresarle jamás. Recorrió un ligero camino, acariciando las sábanas con las puntas de los dedos hasta llegar al rostro de Russandol. Tomó asiento en la orilla de la cama y vio que la herida de la mano ausente de Maedhros aún no cerraba por completo. Temeroso tomó en sus manos la extremidad, pero fue en ese momento donde Maedhros abrió los ojos, se levantó de un salto y gritó pidiendo clemencia, la muerte segura o al menos un poco de comida.

Fingon se asustó y corrió a la orilla de la habitación. A sus ojos se encontró con un Maedhros trastornado, reaccionando al dolor, creyendo que aún estaba en el monte colgando y recibiendo una nueva tortura a manos de Mairon. Las lágrimas brotaron y el elfo tan alto pedía a grito tendido que terminaran con el dolor. En uno de esos gritos se pudo escuchar el nombre "Findekano" así como el de alguno de los otros hijos de Fëanor.

Aquel sufrimiento de Maedhros sin justificación fue suficiente para Fingon, y llorando descontroladamente, se levantó y corrió a atraparlo en un abrazo, el cual tardó en corresponder pero que cuando lo hubo hecho, entendió que estaba en buenas manos. Dejó de gritar, de patalear y ahora sólo compartía llanto con su primo Fingon, quien reconoció por el olor y no por haberlo visto o escuchado.

—... Findekano... —llamó Maedhros pero en su tono se palpaba la incredulidad.

El llamado asintió aún llorando. Acariciaba los cabello rojos de Maedhros dándole besos en la cabeza.

—Sí... Maitimo, soy yo —le dijo reconfortándolo—. Soy yo, amigo, ya no estás solo. No voy a dejar que sientas más dolor.

 No voy a dejar que sientas más dolor

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Un mes de Russingon ━ Fictober 2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora