Décimo tercer Acto.- ¿La Soledad es un demonio?

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Inosuke dejó sin palabras a Yumiko. 

Con él nunca se aburriría. 

—¡¿Es esa "Soledad" un demonio?!—Se levantó del tatami y su rostro estaba contraído en enojo, pues si era un maldito demonio él mismo se encargaría aunque no tenga sus espadas. 

Pero los oídos del pelinegro con puntas azules escuchó la tierna risa, a pesar que su garganta no estaba del todo recuperada.

—No, no lo es— Yumiko miró con ternura a la única persona que la ayudó en mucho tiempo...

Inosuke se sentó de nuevo, y su expresión aún buscaba una respuesta.

—Entonces, dime.

—Esto pasó hace mucho tiempo atrás, será una historia un poco larga.

—No tengo nada mejor que hacer—Se quejó un poco molesto el ojiverde, la verdad quería salir a buscar al guardián y darle de piñazos por hacer todo... todo complicado.

La mayor solo asintió y cerró sus ojos para recordar en que momento se quedó tan sola...





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Hace bastantes años atrás, una pequeña niña de 6 años vivía con su madre en una pequeña, muy pequeña y descuidada casa. Pero, eso no impedía que lo llamara su hogar y realmente era feliz.

Su madre trabajaba como costurera en el pueblo y lograba mantener a su hija con lo poco, claramente después de aquel conflicto de territorio que involucró a su esposo, su hogar estaba desequilibrado.

Los años aún pasaron y cada vez su madre empeoraba su salud, su rostro marcaba la delgadez y sus ojeras por el extenuante trabajo se comían los años de juventud que lucía. Sin embargo, aquella madre nunca abandonó su sonrisa y a pesar de llegar agotada, ella hacía el esfuerzo por criar a su pequeña.

Darle mimos, peinarla, contarles historias con una moraleja, cantar o tararear melodías mientras cocinaban, divertirse lo más que podían.

—Mami, ¿Y qué...— Su mamá se gira en el futón para arropar a su hija y que esta ya descansara.

—Ya Yumiko— Dijo en tono suave mientras que con su delgada, muy delgada mano acariciaba su cabeza—Mañana puedes preguntar lo que desees. Pero ahora duerme— Y sin más la casucha envuelta en la eterna oscuridad, silenció.

Pero aquella especial noche, a una pequeña de brillantes ojos grises se levantó, tuvo un ligero cosquilleo y sintió que tal vez quiera ir al baño.

Se levantó con cuidado, alejando el brazo de su madre sin que notara que no estaba ya que ella necesitaba descansar.

Desde pequeña sabía el gran sacrificio que hacia su madre para tener algo que comer, sabe que la ha escuchado llorar en las madrugadas porque extraña a su padre, y se le hace difícil tener que guardar sus sentimientos y sonreír.

"Cuando sea mayor, ayudaré a mamá a conseguir dinero y le daré mucha... mucha tranquilidad"

Yumiko entre aquella oscuridad, por fin había logrado encontrar la puerta del baño y gracias a la ventanita circular, la luz lunar iluminaba de maravilla en donde hacer sus necesidades.

"Le pediré a la vecina que me enseñe a coser, también a cocinar y hacer muchas cosas para ayudar a mamá" pensaba la pequeña. Pero, el olor de algo quemándose aturdió a Yumiko, alzó su mirada hacia la ventanilla y sus ojos grises captaron que el cielo se volvía rojo, rojo en llamas.

Luego unos pasos apresurados venían hacia ella y el susto la dominó.

—¡Yumiko! ¡Yumiko, dónde estás!— era la voz de su madre quien la buscaba desesperadamente.

—Aquí!!— un suspiro de alivio salió de los labios de la mayor, pero no todo debe ser tan tranquilo, un fuerte temblor provocó que la débil casa comenzara a tambalear y que la puerta del baño esté obstaculizada.

Yumiko se levantó y trató de abrir la puerta atascada, pero su desespero le ganaba.

—Mami! Mami!
—Tranquilizate Yumiko— Pero el ruido de algo cayendo al techo la asusto, el calor de aquella casa de madera vieja, paja y algo de arcilla comenzaba a calentarse y sentir un sofoco insoportable.

—Mamá!?

—Yumiko— a pesar de aquella delgada puerta de madera no quiera abrir, la madre de la niña apoyó su cabeza y habló de manera lenta, segura y un poco baja.

—Yumiko, quiero que guardes silencio, que cierres tus ojos y que tapes tus oídos hasta que termines  la canción en tu mente. Prométeme que no saldrás de aquí, por favor.

—¿Vas a alguna parte?— La adulta se desesperaba porque ya el tiempo no sobraba nada, ella debía proteger a su niña aunque implique dar su vida.

—Sí, no me esperes y pórtate bien—

Esas fueron las últimas palabras de aquella señora quien caminaba a paso firme hacia aquel que había provocado el incendio y que estaba decidido a llevarse a aquella sangre especial.

Yumiko se sentó en el suelo mientras apoyaba su espalda en la madera, cerraba sus ojos y tapaba sus oídos con las pequeñas manos.

La letra de la canción comenzaba a reproducirse en su cabeza, mientras que cálidos recuerdos de su padre y su madre iban aparecieron, todo lleno de esa felicidad que alguna vez gozo... pero, la letra comenzaba a llenarla de ansiedad, la tranquilidad como la cantaba su madre le daba ganas de llorar y no sabía el motivo.

Aquella pequeña lloraba en silencio, lo más que podía mientras apretaba sus labios para que no salieran esos hipeos.

"Aunque mariposas, se marchen, su fulgor no desaparecerá..."


No recuerda en que momento cayó dormida, pero la puerta que la tenía atrapada se abrió de golpe asustándola y mirando con terror a varios hombres con ojos asesinos.

—Vaya, vaya, vaya, con que la puta esa tenía una engendro guardada.

—Esa zorra apestosa la tenía bien guardada, ¿Cuánto nos darán si la vendemos?

—Unos cuantos yenes... pero si no tiene piojos nos pagarán más.

La mirada confundida de Yumiko se giró a un costado y fue entonces que sus ojos miraron con terror hacia la puerta de su hogar, todo calcinado y con unas manchas enormes de sangre seca ahí, pero los lagrimeantes ojos grises miraban como un cuerpo desgarrado, calcinado y tirado sin vida estaba ahí...

—¡¡Mamá!!— La pequeña se levantó y quiso correr pero un tirón a su cabello morado oscuro la hizo gritar.

—Tú no te escapas pequeña rata— El más grande jalaba con fuerza el cabello de Yumiko quien lloraba a más no poder.

—Esa zorra nos debe dinero y cuando llegamos a esta pocilga la encontramos así. Abierta de entrañas.

—Y no de patas— Aquello no entendía aquella niña, pero suponía que era algo malo.

—¡No te burles de mi mamá!— Yumiko despertó un lado agresivo y se giró hacia el hombre para patearlo en el tobillo.

El agarre se zafó y Yumiko corrió hacia la salida, ella debía encontrar a su mamá ya que su mente le dijo que está en otra parte esperándola.

—Mocosa del demonio— Pero otro la atajó y la tomó del brazo—Al jefe no le faltas el respeto— Y un puñetazo cayó en su rostro.

Yumiko experimentó lo cruel que podían ser los hombres, salvajes y sobre todo su nariz comenzaba a gotear.

Aquello iban a llevársela lejos, pero como si de una brillante mariposa se tratase, una chica más alta apareció, pero sus ojos grisáceos se posaron en ella quien le daba las espaldas.

—Abusar de una niña pequeña, es un pecado—

【Ens é ñame】 - [Inosuke  ̶H̶a̶s̶h̶i̶b̶a̶r̶a̶ Hashibira]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora