Día 10: Con orejas de animales

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Rayos, centellas y un disfraz

Veía el papel en sus manos con el ceño fruncido, debía haber cometido un grave error, si, seguramente era eso, debía haber un error en la palabra que se leía en ese pedazo de hoja que tenia entre las manos, ladeo la cabeza, cerró los ojos deseando que fuese una mala jugada, los volvió a abrir, para su mala suerte esa palabra seguía ahí.

Sus ojos se movían para todos lados, en ese preciso instante no quería que nadie viera la mala suerte que tenia, ni en sus mas extraños sueños se veía utulizando algo parecido, lo más simple ya lo tenia, solo hacia falta una cosa que según todos los demás era escencial y para quien le tocase ser ese personaje debería portarlo con orgullo, pero él no quería, no se sentía capaz de hacerlo, de solo imaginar lo que vendría después de que todos le vieran así, hacia que su corazón y su mente fueran un desastre.

— ¡Hey Dita!— dio un salto, esa voz lo saco de sus pensamientos. — ¿Qué dice el tuyo?— pregunto mostrándole el papel que Ángelo traía en las manos.

Se puso más rojo que un tomate, si mal no recordaba, en la historia que representarían en un par de días, el personaje que le había tocado al italiano terminaba devorando al suyo, su nerviosismo aumento cuando sintió la respiración de Ángelo en su cuello, tratando de ver el personaje que le tocaba representar a Dita.

"Conejo"

Alcanzo a leer y sus mejillas hirvieron, no podía ser cierto, eso sí que no, no podría, ni en un millón de años, no, no, no y no; iba a salir corriendo a buscar a alguien que quisiera cambiar de personaje con él, pero no lo logró, Afrodita estaba sujetando su brazo y lo miraba con las mejillas rojas y un par de ojos cristalinos.

—Tendrás que devorarme ¿no?

¡Por todos los dioses!, se puso aun mas rojo, había malpensado esa frase, trago grueso, después de hacer esa escena no lo volvería a mirar a los ojos, es más, ni siquiera lo podría ver.

Ninguno dijo nada más, cada quien tomo su rumbo, no se verían ni se dirigirían una palabra relacionada con el asunto de la representación hasta el día acordado.

Caminaba de manera lenta, vistiendo un traje blanco, suave y elegante, de corbata negra y guantes del mismo color, su cabello celeste bien peinado y reluciente, a la altura adecuada una diadema con un par de orejitas de conejo, sus mejillas ardían y en ese momento rogaba a la tierra que lo desapareciera.

Sus pasos eran firmes, su traje café con toques delicados en un color ámbar estaba más que elegante, su cabello como de costumbre alborotado y de igual manera, a la altura adecuada una diadema discreta con un par de orejas que le decían a todo el mundo que era el lobo feroz.

La escena comenzó, todos estaban atentos a lo que sucedería a continuación: el fatídico tropiezo del conejo blanco al no fijarse en la pequeña piedra en el suelo y la astucia de un lobo que aprovecho la situación para no quedarse con la pansa vacía; acabo bien, todo en el lugar correcto, pero esa sería la primera y última vez que se metían en una obra de teatro.

Dan R

Between you and meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora