Concentrados en alrededor de cuarenta y cinco villas a fines del siglo XIX, los totonacos
del norte del estado eran uno de los pueblos indios de Veracruz con más acendrada independencia e identidad cultural.El presidente Díaz aceptó el reporte, recomendando que sus términos fueran puestos en práctica, aunque sugirió que podía ser prudente esperar a Muñoz, “cuya imparcialidad es irrefutable”. En diciembre de 1894 el reporte de Muñoz estaba listo. Como era esperado, no difería de las conclusiones ya hechas. Díaz estaba satisfecho y no vio la necesidad de enviar un batallón a Papantla. También por estos días, la mayor parte de la tierra del cantón fue subdividida, incluyendo a la municipalidad de Papantla, aunque aún hubo resistencia en uno o dos lugares.116 Desafortunadamente, el 17 de diciembre un horrible incidente tuvo lugar en el cantón. Un profesor había ido a su rancho para pagar a unos indígenas un cultivo de vainilla, y cuando al parecer no les pagó lo que se les debía, fue emboscado
al regreso, siendo decapitado y su corazón arrancado y comido.117 Aún las autoridades no parecían excesivamente alarmadas, dado que era un incidente aislado.
En mayo de 1895, el jefe político viajo a la ciudad de México para mantener informado al presidente de las continuas subdivisiones.118 El progreso hacia la conclusión fue lento por la delicadeza que tenía que ser empleada en las negociaciones con los indígenas en el asunto de la política agraria. A pesar del exhorto de la legislatura para completar las subdivisiones tan rápido como fuese posible, Dehesa extendió el límite para la conclusión año con año, hasta 1911. También reemplazó a Huerta con
Muñoz, porque sentía que no podía confiar en él. No obstante, el descontento en el cantón fue resultado de algo más que la cuestión agraria. La
gente ahí había sido descuidada de otras maneras. El Monitor Republicano, reconocidamente enemigo del régimen de Díaz, reportó que en Papantla no había policías, ni luz, ni hospital, era sólo un lugar para los enfermos, sin prisiones adecuadas, sino chiqueros, y con un arruinado edificio por escuela cantonal. Aun así, bajo Muñoz la subdivisión pareció avanzar de
acuerdo con lo planeado y probablemente se terminaría ese año.119
El reporte del periódico no careció de sustento. En marzo de 1896, un grupo de indígenas hizo una petición a las autoridades locales, en la cual
expresaba quejas similares. Recordándole al presidente el suplemento del Plan de Tuxtepec, el Plan de Palo Blanco, el cual había prometido a los indígenas la retención de sus tierras, destacando también “la ambición de gran parte de los capitalistas de la villa quienes están tratando de apoderarse de nuestra propiedad”. Agregaban que la mayoría de las villas en la municipalidad no tenían escuelas, con el objeto, decían ellos, “de mantenernos en la idiotez y por lo tanto hacer más fácil nuestra explotación”. Los peticionarios hicieron seis solicitudes al presidente: suspender la subdivisión, indicarles qué cultivos producirían mayores ganancias para el estado de manera que
pudieran plantarlos, que se les regresara los certificados comunales de la tierra que los ricos de la villa habían tomado a base de engaños, redactar y
registrar los títulos de propiedad en el registro nacional, darles posesión de los grandes lotes y que se les pagara por su trabajo, así como por las tareas
de estampado y otros impuestos del estado.120
Dehesa le pidió a Muñoz que reportara rápidamente el estado del asunto y lo envió a la ciudad de México para hablar con el presidente.
Muñoz había estado procediendo rápidamente con la subdivisión. Cinco grandes lotes habían sido subdivididos y ochocientos títulos de propiedad
habían sido distribuidos. Sin embargo, se quejó de que había constantes juntas en la casa de un hombre vinculado con Galicia –un ingeniero a quien Dehesa había acusado de la responsabilidad de atizar a los indígenas– y que los indígenas parecían salir de las juntas en un estado agitado.
A pesar de varios reportes, Dehesa probablemente nunca se dio cuenta de que la situación era extremadamente seria y que habría sido prudente dejar la subdivisión para una fecha posterior. Ciertamente, ni él ni Muñoz esperaban lo que estaba por suceder.
El 23 de junio de 1896, en Papantla, y el 24 de junio en los poblados más pequeños de Polutla y Arroyo Grande, 900 totonacas se levantaron en armas y atacaron a las autoridades estatales así como otros objetos de su ira. En Papantla, atacaron la oficina telegráfica y la jefatura (cuartel general del jefe político), mataron a algunos ciudadanos y mantuvieron la ciudad bajo asedio durante horas. Otros pueblos también fueron atacados antes de que las fuerzas federales pudieran llegar para relevar a la escasa policía estatal, la cual estaba siendo ayudada por ciudadanos locales, incluyendo a los totonacas leales. El general Rosalino Martínez fue despachado de la ciudad de México con el Vigésimo Tercer Batallón. A mediados de julio, la rebelión había sido aplastada, y las cosas comenzaban a regresar a la normalidad. Los líderes, incluyendo a los cabecillas de algunos poblados, fueron cazados y ejecutados.
Los objetos de los ataques permiten penetrar un poco más en las causas de la rebelión. Uno de ellos fue el jefe político, a quien tenían en
desagrado porque en algún punto él había prometido a los indígenas que sus tierras no serían divididas, para luego romper su promesa. Otros blancos de la revuelta fueron los pequeños arrendatarios, quienes eran los intermediarios en el comercio de la vainilla. En particular, un rico comerciante, Manuel Patino, fue el objeto de furia, pero salvó la vida porque estaba de viaje de negocios en Tampico.121Ha habido toda una serie de teorías sobre la causa de la revuelta. El Diario del Hogar, de la ciudad de México, vio la causa principal en la “lamentable y legendaria cuestión agraria” y en los muchos enemigos que el jefe político se había ganado. También los historiadores han considerando que la división de la propiedad comunal y los muchos intentos exitosos al estafar la tierra de los indígenas, fueron las causas de esta y otras revueltas de los pueblos indígenas. El propio Dehesa tenía otra explicación, si bien completamente inadecuada. Vio como las causas principales las malas cosechas en el norte de 1895 y 1896, así como el avance de la
subdivisión, lo cual había mantenido a los indígenas en un estado de expectación. También admitió que el estado no había puesto suficiente atención a las clases más pobres en los años precedentes. Éstos bien pudieron haber sido factores que contribuyeron en esta revuelta en particular; la verdad es complicada, y causas más profundas y complejas subyacen en las raíces de muchas rebeliones indígenas, dentro y fuera de las fronteras de Veracruz.122 En un sentido muy general, la modernización ha hecho su parte: “las antiguas tierras comunales del pueblo totonaca
habían sido fraccionadas, pero sólo después de que la misma comunidad propietaria de las tierras se hubo fracturado a sí misma”.123
En Veracruz hubo seis rebeliones totonacas y cuatro popolucas en el siglo XIX. Estos indígenas se rebelaban tanto contra un sistema extranjero de tenencia de tierra, que destruiría su tradición cultural, como contra la práctica de estafarlos por su herencia.124 No obstante, la política de la división de tierras fue acelerada después de que Díaz llegara al poder,especialmente en Veracruz. Y sus consecuencias fueron tan espectaculares como la tasa de progreso. En Veracruz, en 1910, había 65 personas con haciendas de más de 10 000 hectáreas, y 116 000 familias rurales sin una pizca de tierra. El censo de 1910 listaba 135 hacendados (propietarios
de haciendas con más de 1 000 hectáreas) y 1 801 rancheros (menos de 2 000 hectáreas). Algunas haciendas habían alcanzado un tamaño enorme.
En el cantón de Minatitlán, la familia Hearst tenía una hacienda de 116 000 hectáreas, Felipe Martell tenía 87 775 y la Compañía Plantadora Tropical Mexicana tenía 50 000. Entre todos, en 1910, seis de los terratenientes más grandes controlaban más de 20% de la tierra.125
La afirmación de Dehesa, de que los indígenas no tenían un motivo político, fue una racionalización del más alto orden. La rebelión de los
totonacas no tenía un motivo político, en el sentido de una ideología política claramente reconocible de tipo occidental, entendible para la jerarquía
mexicana. Pero ciertamente, estaban equipados con una idea muy clara del sistema social y económico bajo el que querían o no vivir, y no era el individualismo capitalista. Sabían que sus propiedades habían sido robadas y que su tradicional forma de vida era algo del pasado. En contraste, los popolucas del valle de Soteapan, en el cantón de Acayucan, no sólo expresaron ese hecho, sino que también tenían una ideología política muy clara a medida que intentaban hacer pagar al régimen de Díaz al fomentar una revolución en 1906.Palacio municipal del Ayuntamiento de Acayucan que estuvo a punto de ser tomado por los rebeldes del sur de Veracruz, el 30 de septiembre de 1906, en ocasión del levantamiento insurgente promovido por los militantes del Partido Liberal Mexicano.