LAS REVUELTAS EN PAPANTLA DE 1891 Y 1896

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No se puede encontrar mejor ejemplo de la inmensa complejidad de la cuestión agraria y las emociones que generó que en las causas de los levantamientos de Papantla de 1891 y 1896. El cantón de Papantla, situado entre Tuxpan, al norte, y Jalacingo, al sur, alberga uno de los antiguos pueblos de México, los totonacas-huastecas (descendientes de los constructores de la ciudad del Tajín). Fue en esta área que numerosos levantamientos contra el gobierno central tuvieron lugar, desde los días de Moctezuma hasta el siglo XIX. Los totonacas, con una población de 85 000 personas en 1876, vivían en cuarenta y cinco villas en Veracruz. Cultivaban maíz y producían azúcar y alcohol, así como artesanías. Eran un pueblo extremadamente orgulloso e independiente, que había estado luchando desde 1813 contra los intentos de dividir sus tierras comunales para distribuirlas a propietarios individuales. En 1876, mucha de la tierra había sido dividida en grandes lotes. Cierta cantidad de esta tierra había sido declarada baldío, o tierra pública, y había sido vendida a otra gente.100 A muchos habitantes de Papantla, indígenas y no indígenas por igual, se les concedió partes de tierra como condueños. No obstante, en gran número de municipalidades los indígenas fueron excluidos de este reparto.101 Kourí argumenta que fue este traspaso a condueñazgos (propietarios de un condueño) lo que proveyó la base para entender las revueltas de 1891 y 1896. Su causa, dice, no fue simplemente intentar conservar un tradicional estilo de vida, como ha sido argumentado por otros historiadores, sino la alteración de las fuerzas históricas en la región. Y el principal protagonista en esta alteración fue la producción de vainilla, y la industria que había crecido alrededor de ésta.
Los años que van de la década de 1880, a mediados de la de 1890, fueron el lapso de crecimiento de la producción de vainilla. Más tarde, una combinación de sequía y helada afectó la producción, erosionando seriamente el sustento de muchas personas envueltas en la producción. Pero en general, en este clima era obvio que hubiera presión de las grandes
casas comerciales para obtener más tierras como propiedad absoluta, o para al menos controlar la producción de vainilla tanto como fuera posible. Otro serio problema en la región fue que en el transcurso de los años los condueñazgos se habían convertido en “calderos de lucha social”, dando como resultado que muchos condueños desearan la privatización
y, con ésta, su propio pedazo de tierra.103
En el invierno de 1890, los deslindadores aparecieron en el valle de Papantla, que albergaba a 20 000 totonacas. Las autoridades indígenas ordenaron que se marcharan. Entonces los deslindadores llamaron a los rurales y a las tropas federales. Resultó un choque armado en el que cerca de seis mil indígenas fueron reportados como asesinados. Un año después, el gobernador Enríquez declaró que “la tranquilidad pública había sido
completamente restaurada en Papantla y los indígenas están ahora dispuestos a la subdivisión de sus lotes”. Sin embargo, sólo había sido temporalmente contenida; los totonacas-huastecas continuaron haciendo planes para levantarse, reuniendo armas y pólvora para tal propósito.104
En julio de 1892, el general Huerta fue puesto a cargo de un grupo de inspección militar y enviado a Papantla a completar el deslinde (inspección
y subdivisión de las tierras comunales) de una vez por todas. Huerta pronto se quejó de que no estaba recibiendo la cooperación del jefe político,
Lucido Cambas. El presidente Díaz consecuentemente le pidió a Dehesa
que se encargara de una investigación integral, especialmente con atención a la conveniencia de proceder con la subdivisión de las tierras de Papantla.
Destacó que los empresarios locales, quienes tenían el control de una mina de plata, habían tenido éxito al engañar y seducir a la autoridad local para impedir el trabajo de los ingenieros, cuya estrategia era, en su opinión, contraria a los intereses de los indígenas. Al usar la palabra “intereses” Díaz
estaba obviamente refiriéndose a su propia concepción de lo que esto conllevaba, no a la concepción de los totonacas. Dado que la carta de Díaz terminaba con una nota de sarcasmo, Dehesa se apresuró a señalar que él, así como el jefe político, compartían la opinión del presidente de que la división de las tierras comunales era esencial para la prosperidad de la nación.
Además, continuó, él había dado las instrucciones requeridas a Cambas, de las cuales Huerta estaba bien enterado. El presidente aún no estaba satisfecho. Permaneció extremadamente agitado y estaba ansioso porque la subdivisión se completara pacíficamente.Había buenas razones para que el
presidente se preocupara, en 1892 y 1893 las finanzas de la nación estaban en decadencia, y Díaz no quería tener que desperdiciar dinero en deslindadores gubernamentales ni adentrarse en una costosa campaña militar para pacificar a los furiosos grupos indígenas.

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