8.

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querida eleven: ya no sé qué decir.




will byers.
— te ves fatal, will. — escuché a robin hablar desde el mostrador.

— gracias, robin.

— no me refiero a eso, idiota. — rodó los ojos. — me refiero a que te ves como un muerto viviente. parece que no has dormido en días. ¿estás bien?

— sí. — mentí, tragando saliva rápidamente. — creo que estoy enfermo. eso es. nada más.

— pues más te vale sentirte mejor muy rápido. — robin se volvió hacia mí. — ahora sería un buen momento.

— ¿de qué estás hablando? — pregunté, mirándola confundido, pero sólo se limitó a apartarse del mostrador.

— ¿porqué no lo ves por ti mismo?

— bien. — bufé, levantándome del suelo y acomodando el sombrero sobre mi cabeza. — bienvenido a scoops ahoy, ¿en qué puedo serv-? — hablé, arrepintiéndome instantáneamente.

parpadeé un par de veces, deseando que fuese simplemente un sueño. pero cuando volvía a abrir los ojos, mike seguía ahí. de pie frente al mostrador.

por un instante, sentí mi respiración fallar, e intenté idear alguna excusa para salir corriendo de ahí en ese mismo momento, pero no se me ocurrió ninguna.

— will. — lo escuché pronunciar mi nombre, y no pude evitar recordarlo absolutamente todo. los momentos pasaron nuevamente por mi cabeza, y por un segundo creí que volvería a romper en llanto, pero me obligué a mí mismo a mantenerme ahí, inmóvil. como si mike fuese un cliente más y nunca hubiese pasado nada. — tenemos que hablar. por favor.

— no quiero escucharte, mike.

— por favor. — suplicó, apoyando sus manos sobre la barra. — tienes que entenderlo, will. no me quedaba otra opción.

— ¿entender qué, mike? — pregunté, volviéndome en su dirección. — ¿entender que me usaste nada más? me queda claro.

— ¡te juro que no fue así! ¡si me dejaras explicarte, lo entenderías!

— ¡lo entiendo perfectamente! — levanté la voz, sintiendo las miradas de las personas dentro de la tienda posarse sobre mí. — ¡fue un juego, nada más! querías divertirte, y está bien. — tragué saliva, intentando con todas mis fuerzas que mi voz no se quebrara. — pero se terminó.

— v-vamos, will. no puedes estar hablando en serio. — habló, mirando hacia mí. — por favor. tienes que escucharme.

— se terminó, mike.

— no puedes hacer esto, will. — exclamó, negando con la cabeza. — ¡nunca fuimos nada realmente!

— mejor aún. — respondí, sintiendo la punzada de dolor reapareciendo en mi pecho. — entonces no tienes ninguna excusa para volver aquí. — suspiré, dándome cuenta del silencio a nuestro alrededor, y acercándome aún más hacia él. — no quiero volver a verte nunca, mike. vete a la mierda.

•••


— ¿quién está ahí? — alcé la voz, entrecerrando los ojos para intentar reconocer a la figura en el porche de mi casa entre la oscuridad.

— ¿qué hay, byers?

— ¿robin? — pregunté, dejando la bicicleta apoyada contra una de las paredes y caminando en su dirección. — ¿qué haces aquí?

— será mejor que te sientes, will.

— ¿porqué? — obedecí, sentándome sobre la madera fría y sintiendo los escalofríos recorrer mi espalda. — ¿pasa algo? dímelo ya.

— no hay una manera dulce de decírtelo, will. — suspiró, dándole una calada al cigarro que llevaba en su mano derecha. — estás despedido.

— ¡¿qué?! — hablé, sintiendo mi estómago revolverse por un instante. — ¿p-porqué?

— mira, algunos clientes se quejaron del escándalo que hicieron tu novio y tú en la tienda. — continuó, arrojando el cigarro hacia la calle y apresurándose a encender otro. — digamos que eso al jefe no le gustó mucho.

— ¿y viniste hasta aquí sólo para poder decírmelo?

— se supone que el jefe le pidió a steve que te lo dijera. — respondió, mirando hacia mí. — pero es un marica, y eres su amigo. te quiere mucho. dijo que no podía hacerlo, y me pidió a mí que le hiciera el favor. entonces, aquí estoy. ¿alguna otra pregunta, byers?

— maldita sea, soy un idiota. no puedo creer que me despidieron.

— vamos, will. igual era un trabajo de mierda. — rio, dando otra calada. — apuesto a que conseguirás otro mejor, o encontrarás otra manera de comprar esa maldita bicicleta roja que tanto quieres.

— supongo. — suspiré, poniéndome de pie. — es tarde, robin. deberías irte a casa antes de que oscurezca aún más.

— claro que me iré, byers. — dijo. — pero antes, quiero escuchar una explicación.

— ¿explicación? — pregunté, confundido. — ¿sobre qué?

— el escándalo de hoy, ya sabes. — rodó los ojos. — la pelea con tu novio. o más bien, tu ex.

— no es mi novio. — bufé, frunciendo el ceño. — tampoco mi ex.

— novio, ex, como sea. — sonrió, tomándome de la muñeca. — cuéntamelo, igual. quiero saberlo todo.

querida eleven ; bylerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora