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-¿Por qué no me acompañas hoy a mi oficina? -pregunta Elizabeth mientras tomamos el desayuno-. Bueno, oficina... Son más bien unas cuantas habitaciones en un edificio oficial -aclara. 

-Sí, claro -digo mientras me termino el desayuno. 

-Pues, necesitas prepararte -señala Elizabeth desde su sitio al otro lado de la mesa. 

Bajo la mirada, hacia mi ropa, un camisón suelto que llega hasta por debajo de mis rodillas. Tan sencillo y austero que parece no encajar con el aire moderno del resto de la ropa de Charlotte o de la casa de su tía. 

Tomo una de las revistas que ha traído Elizabeth desde París. La portada de Vogue reza «La belleza es tu deber». La dejo sobre la cama de mi habitación mientras suelto una pequeña risa y abro el armario, inspeccionando las opciones de ropa que tengo, como si con un conjunto mono una mujer pudiera cambiar el curso de la guerra. Escojo uno de los pocos conjuntos de Charlotte que no son pantalones. En su lugar, encuentro un delicado traje blanco con topos bordados, que se ajusta hasta la cintura, y después cae hasta debajo de las rodillas con algo de vuelo. Y lo conjunto con los típicos zapatos negros. El neceser de Charlotte contiene muchos objetos con los que no estoy muy familiarizada. La máscara de pestañas viene en una pequeña lata, la base de maquillaje es un polvo, los coloretes y un pequeño botecito con un bálsamo labial. 

Sé que es una tontería, pero me está costando mucho adaptarme. Llevo tres días sin salir. Supongo que por eso Elizabeth me ha invitado hoy a ir con ella. He pasado la mayor parte del tiempo escuchando los discos de vinilo de Elizabeth, cada uno de ellos, varias veces. El sonido de las teclas de la máquina de escribir de mi falsa tía sonaba de fondo todas las tardes, y tan solo un día se ha lamentado de que no esté usando el tiempo que tengo para pintar, a pesar de que tengo los materiales suficientes en mi habitación. Eso me hizo gracia, si trato de pintar algo seguro que se da cuenta de que no soy su sobrina, mis dotes de pintora no son horribles, pero tampoco están a la altura de una universidad parisina. 

La oficina está sospechosamente cerca del apartamento, lo que hace que me plantee que quizás no haya sido elección suya vivir aquí, tal vez sea cosa de su gobierno o de su empresa. Las banderas del partido nazi cuelgan de la fachada del edificio, y siento un escalofrío recorriendo todo mi cuerpo, pensando en que si yo siento eso, ¿qué sentiría un judío?

Una vez dentro, se nota el bullicio. La gente camina de aquí para allá, con papeles en las manos, sueltan frases en alemán entre ellos y hacen que me sienta completamente perdida y fuera de lugar. No sabía que estando en coma se podían escuchar idiomas desconocidos, quizás cuando despierte hablo otro idioma y soy incapaz de comunicarme con mis padres. 

Elizabeth me guía hasta la primera planta, distrayéndome de ese pensamiento, sube las escaleras con tranquilidad pero sin detenerse ni un momento. El mármol del suelo, blanco, brilla bajo nuestros pies. Piezas de mármol negro enmarcan el suelo a cada lado de las habitaciones. Estas tiene paredes casi completamente de cristal que se suceden a nuestro alrededor. Estoy casi segura de que todo este ala del edificio se usa como un lugar de retransmisión de radio. Quizás incluso la oficial alemana se encuentre aquí. 

Entro en una de las habitaciones tras Elizabeth. Heinz se encuentra aquí. Se levanta de su mesa, que mira en dirección a la puerta y coloca la espalda recta. Lleva el pelo tan peinado como lo recordaba, impoluto, sus ojos azules brillan bajo la luz de la mañana que entra por la ventana y se refleja en cada uno de los cristales que hay aquí. Sonríe hacia mí, como si se alegrara de verme, cosa que dudo. 

-¿Heinz es.. tu secretario? -le pregunto a Elizabeth con curiosidad. 

-¡Nein! -exclama él rapidamente, antes de que tan siquiera Elizabeth pueda pronunciar una palabra. 

LA HIJA DEL TIEMPO 2.5 (2º GUERRA MUNDIAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora