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Berlín va a tener que conocerme con esta parte de mí. Berlín va a tener que aceptar mi pelo rizado. Va a tener que hacerlo de la forma en la que yo no lo hago. Porque aquí, parada frente al espejo del baño común del tren, quiero gritar hacia el cielo por algo tan simple y tonto como no tener una plancha del pelo a mano. Por algo tan simple por lo que solo una persona de aquello que llaman primer mundo se quejaría. 

Sin embargo, Elizabeth me espera de vuelta en nuestra cabina, lista para introducirme a mi nueva vida. 

Heinz no nos acompaña esta vez. Él se ha ido por su lado, y nosotras hemos cogido un taxi. Todavía no llevo el suficiente tiempo aquí como para que el idioma me incomode. Estoy en ese momento del tiempo en el que te mudas a otro país y te sientes como un turistas, sin estar todavía adaptado, incluso aunque sepas que estarás aquí por un tiempo indefinido. 

En el edificio en el que vive Elizabeth todo es nuevo. Los suelos son de piedra brillante, aunque no sé si llegan a ser de mármol, las barandillas de las escaleras parecen nuevas y metálicas, de líneas límpias. Los pasillos son amplios. Elizabeth abre la puerta de su casa, y me invita al interior, no sin que antes se abra la puerta del vecino y alguien salga de allí. 

- ¡Frau Wolf! -saluda una voz masculina y alegre. 

- Hola, Friedrich -saluda Elizabeth, mientras yo dejo mi maleta dentro del apartamento de ella, a un lado de la entrada-. ¡Charlotte! -llama ella desde la puerta-. Quiero que conozcas a alguien -y no sé si me lo dice a mí, o al vecino. 

Salgo de la casa para encontrar a Elizabeth frente a un chico, que debe de rondar mi edad. Bueno, o eso o su cara aniñada me está engañando. 

- Friedrich, esta es mi sobrina Charlotte -presenta mi tía, mientras hace un suave gesto con la mano hacia mí-. Charlotte, este es el hijo de mi vecino, Friedrich. 

- Encantado -dice Friedrich, con una sonrisa de oreja a oreja y un marcado acento alemán, mientras tiende una mano hacia mí.  

- Igualmente -digo mientras la estrecho con suavidad y me fijo en sus ojos azules y pelo rubio. 

- ¡Friedrich! -llama una voz masculina desde el interior de la casa. A continuación dice algo que no comprendo en alemán. Y, quien deduzco que es el padre de Friedrich, aparece-. ¡Oh, Frau Wolf! Veo que ya ha vuelto. 

- Sí -responde Elizabeth con una agradable sonrisa-. Y como le estaba diciendo a Friedrich, esta es mi sobrina Charlotte. Va a vivir conmigo una temporada -explica Elizabeth con calma. Mucho más relajada que con Heinz. Se nota que tiene mucha más relación con sus vecinos-. De hecho, Friedrich, podrías enseñarle a Charlotte un poco la zona, para que pueda orientarse -propone ella con inocencia. 

El padre del chico y Elizabeth comparten una mirada que no logro comprender. Una de la que solo puedo sacar una conclusión; realmente no soy yo la que necesita ayuda, sino Friedrich. Aunque desconozco el por qué. 

- Natürlich -responde él con una gran y aniñada sonrisa-. ¿Quiere que vayamos ahora? -pregunta él. 

Elizabeth sonríe con sinceridad. 

- Creo que será mejor mañana. Acaban de llegar y a las dos les vendría bien descansar antes de hacer cualquier otra cosa -opina su padre, con menos acento que su hijo. 

- Sí... -concuerdo-. Yo debería deshacer mis maletas -me excuso-. Encantada de conoceros -digo a modo de despedida antes de entrar en la casa. Y dejar que Elizabeth termine la conversación. 

Justo en esos últimos segundos he sido consciente de que he pasado toda la noche durmiendo en una cama de ochenta centímetros, si es que llegaba. Y de que no sé si la verdadera Charlotte ha estado antes en esta casa. No sé si la verdadera Charlotte tiene una habitación ya asignada que yo debería saber ubicar en la casa. 

LA HIJA DEL TIEMPO 2.5 (2º GUERRA MUNDIAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora