Esta Chalotte tiene buen gusto. Quizás un poco demasiado francés, muy a lo Colette LeBlanc, pero muy pasable y de buena calidad. Hablando de la chica de oro francesa. ¿Dónde se ha metido? ¿Por qué no ha acabado ella conmigo? ¿Se pueden compartir los comas o lo que demonios sea esto?
Hay una foto de Chalotte de pequeña, en su mesilla de noche, en el regazo de una mujer joven. Y permitidme que diga que, esa niña no se parece a mí cuando tenía su edad, ni esa mujer se parece a mi madre. Para empezar la mía me tuvo a los treinta y cuatro, no a los veinte, como parece tener la de la foto.
Meto la fotografia en una maleta que he encontrado debajo de la cama. Una de esas forradas de tela de cuadros escoceses que son más maletines que las típicas maletas de ruedas que conocemos ahora. Tomo la ropa que tengo en mi pequeño armario de madera oscura, y la dejo sobre la cama.
- ¿Te vas? -pregunta mi compañera de cuarto mientras vuelve a la habitación.
- Sí, mi tía quiere que me mude con ella a Berlín -le explico con tranquilidad.
- ¿A Berlín? ¿Con los Nazis? -pregunta Manon genuinamente sorprendida.
Me encojo de hombros.
- Podría simplemente mandarme a casa -sugiero.
- ¿A casa con quién? -pregunta Manon, de nuevo, sorprendida-. Tus padres fallecieron, ¿no? Eso me dijiste cuando hablamos sobre nuestras familias.
Oh, mierda. ¿Soy huérfana? ¿Se puede saber qué demonios le ha pasado a la joven mujer de la foto?
- Umm... -digo mientras pienso-. Podría continuar mis estudios en Estados Unidos, y no tener que quedarme en Europa con todo lo que está pasando.
- Sí, eso estaría bien -coincide-. ¿Te vas a llevar tus pinturas? -pregunta mientras señala un montón de lienzos apoyados contra una de las paredes.
Me acerco al lugar y tomo uno entre las manos. Charlotte pinta paisajes. De este continente y del suyo. Paisajes invernales y veraniegos. Y dado que no existe Google, he de suponer que son lugares en los que alguna vez ha estado. Es muy buena con los detalles, aunque puedo decir que no aprecia los colores más vivos.
- No creo que quepan en la maleta -señalo-. Quizás debería dejarlos aquí... y ya se encargarán de ellos.
- No te preocupes -me anima Manon, apretando mi hombro con cariño.
Asiento con calma, los cuadros no son míos, pero tampoco quiero robárselos a Charlotte.
- Es curioso, ¿sabes? -dice cambiando de tema mientras se sienta en su cama-. No recuerdo haberte visto entrar al museo con nosotras. De hecho, no estabas en la cama esta mañana. ¿Dónde estuviste anoche? -pregunta con una sonrisa pícara.
Lo que me faltaba ya es que Manon me dijera que Charlotte la otra tiene novio.
Opto por encogerme de hombros.
- Salí antes que tú de la cama... y no debiste verme en el bus -me excuso, antes de girarme y organizar mi maleta apresuradamente.
¿Y si la Chalotte verdadera vuelve cuando me haya ido? ¿Seremos dos Charlottes entonces? ¿Qué hará su tía cuando descubra que soy su falsa sobrina?
Nope. En realidad creo que estoy en coma. Sí, seguro que es eso. Solo tengo que relajarme y esperar.
- Da igual, no tienes que decírmelo -asegura Manon, quitándole importancia-. Pero tu tía Elizabeth es genial. Una pena que hayan prohibido su sintonía de radio desde que llegaron los alemanes -se queja-. Y John... ¿también va con vosotros? -pregunta con interés.
- ¿Johanna? -pregunto confusa. Mi tía, Elizabeth, también lo ha mencionado antes.
- Johanna. Tu prima -me recuerda Manon.
- ¡Ah! -exclamo-. No, no viene. Se queda aquí.
- Es tan simpática... -suspira Manon con ensoñación.
La miro extrañada. ¿De verdad que es simpática?
- Te voy a echar mucho de menos -asegura mientras se levanta de su cama para darme un abrazo-. Has sido tan buena compañera de habitación... Y has mejorado tanto el francés.
- Gracias -balbuceo-. Tú también has sido muy buena compañera, Manon. Te mandaré una carta desde Berlín, si puedo.
Manon sorbe un poco por la nariz, triste por la despedida, mucho más afectada de lo que yo estoy, conociéndola desde poco más de dos horas.
Alguien llama a la puerta. Me giro hacia ella, y la cabeza rubia de mi tía falsa se asoma por ella.
- ¿Estás lista? -pregunta Elizabeth.
Asiento.
- Te ayudaré con el equipaje -se ofrece-. Me alegro de que hayas sabido seleccionar solo lo estrictamente necesario. Si necesitas algo podemos comprarlo en Berlín, ¿vale? -asegura mi tía, tratando de calmar mis nervios.
Nerviosa por, tras tan solo aterrizar en este antiguo París hace unas horas, tener que mudarme a Berlín en tan poco tiempo. La parte más racional de mi cerebro me dice que esto es producto de mi imaginación. Y, sin embargo, la parte creativa de mi cerebro me dice que esto es tan racional como algo en la vida puede serlo.
Mi tía toma un bolso de mano de viaje de cuero marrón oscuro, y yo llevo la maleta de cuadros escoceses. Manon nos acompaña hasta las escaleras, y se despide de nosotras con la mano. Una vez en la planta baja, sigo a mi tía hasta la salida, despidiéndome de chicas que lo hacen mientras me ven partir. Tras las verjas se encuentra un coche negro, junto al que nos espera un hombre joven.
Tiene el pelo rubio, muy bien peinado, brillante, unos ojos azules que se encuentran tras los cristales de unas gafas redondas. Es alto, pero no de forma exagerada. Guapo, pero no de forma extraordinaria.
- Charlotte, este es mi... lo que sea, Heinz -presenta Elizabeth, para mi deleite, porque noto en su tono de voz que Heinz no es de su agrado.
Heinz se aclara la garganta y extiende una mano hacia mí, mientras yo fijo mi mirada, por primera vez, en el pin dorado con la esvástica que luce la solapa de su chaqueta bien planchada.
- Tengo las manos ocupadas -me excuso.
- Déjeme ayudarla con eso -ofrece mientras se acerca más a mí.
- No hace falta -declino con rapidez-. Mejor ayude a mi tía -sugiero.
Librándome de él y dejando que Elizabeth, que parece tener más experiencia con los nazis, se encargue de él.
El viaje hasta la estación de tren es realmente incómodo. Ninguno de nosotros ha dicho una palabra. Heinz no deja de lanzarnos miradas a Elizabeth y a mí, tal vez esperando a que nos crezca una segunda cabeza o algo.
Una vez dentro del tren, mi tía y yo nos hemos dirigido a nuestra cabina, pues vamos a pasar la noche aquí, en un tren cama, y llegaremos a Berlín mañana.
- No estás muy habladora, Charlotte -señala mi tía-. Te he comprado un libro. De pintura. Para que te entretengas durante el viaje -explica mientras me entrega un libro de Edgar Degas.
- Gracias -digo mientras lo tomo.
- Voy al vagón restaurante a cenar con Heinz -explica Elizabeth-. Tengo que mantenerlo controlado -asegura, antes de guiñar un ojo.
Sonrío genuinamente ante su gesto.
- No dudes en pedir lo que quieras para que lo traigan a la cabina -dice antes de salir.
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LA HIJA DEL TIEMPO 2.5 (2º GUERRA MUNDIAL)
Novela JuvenilNovela corta. Libro 2.5 de la saga. Leer después de La Hija del Tiempo 2ºGM (la de Colette) Charlotte persigue a Colette por el museo, cual sigilosa fiera persigue a su presa hasta atraparla, aunque tratando de averiguar qué trama la chica francesa...