- Buenos días -saludo a Friedrich cuando abro la puerta de entrada.
- Buenos días, Fräulein Wolf -saluda él, algo incómodo.
Pasa un extraño segundo antes de que alguno de nosotros decida hablar. Sin saber muy bien si debo dejarlo entrar en la casa o que espere en el descansillo.
- Voy a por el bolso y ahora mismo vuelvo -me excuso mientras me alejo un segundo de la puerta para tomar un bolso pequeño de asa larga del perchero-. Lista -anuncio cuando vuelvo.
Cierro la puerta del apartamento tras nosotros y camino casi junto a él, un paso por detrás, a decir verdad. Observo su conjunto verde. ¿De verdad era necesario que llevara puesto ese uniforme para enseñarme los alrededores?
Elizabeth no vive muy lejos del centro, aunque no hay duda de que esta zona es nueva, una pequeña ampliación de algún área antigua o, quizás, una renovación hecha por Hitler. Hay boutiques pequeñas a solo unas calles de distancia, de esas que tienen a alguien que te atiende con una sonrisa y te ofrece productos de increíble calidad de producción local a precios desorbitados. No como las camisetas que uso de vuelta en mi tiempo para dormir y que duran unos meses. Claro está, mis camisetas cuestan cinco dólares y estos trajes confeccionados a medida cuestan un riñón y medio.
- ¿Adónde vamos? -le pregunto a Friedrich.
Él me sonríe por encima del hombro. Mientras pasamos junto a un grupo de señoras que pasean en grupo. Según el calendario del despacho de Elizabeth estamos en septiembre de 1940, y el calor sigue dejándonos llevar apenas una rebeca encima de mi blusa.
- Ahí -dice mientras señala la Puerta de Brandenburgo.
Mi boca cae abierta, y no precisamente porque sea bonita, sino por las grandes banderas que cuelgan hacia abajo. Las grandes banderas del color rojo sangre, con la esvástica característica en medio.
Friedrich me observa, expectante.
- Ummm -entono-. Es... muy grande.
- ¿Te gusta? -pregunta esperanzado, su pelo rubio bien peinado, sus ojos azules o... verdes... o de un color indescriptible brillan bajo el sol del fin del verano.
- Sí, claro. Es increíble -respondo. Porque la Puerta lo es. Las banderas... no tanto-. No tenemos nada así en mi ciudad -admito.
- Tienes que probar un Bretzel -asegura, con su gracioso acento, mientras tira de mi manga hacia el otro lado de la calle.
Entramos en una pequeña «Bäckerei» y una campanilla suena al abrir la puerta. Hay una pequeña cola de mujeres y otras chicas esperando comprar algo. Todas ellas parecen tener bastante dinero, o eso pienso al ver sus conjunto de ropa y sus elaborados peinados llenos de bonitas ondas al agua. Mi mano izquierda se alza hasta captar uno de mis rizados mechones. Tal vez debería pedirle a Elizabeth rulos o algo, para dejar de parecer que tengo doce años vaya.
Nadie me dijo nunca que también podía una estar fea durante el coma.
Friedrich me hace un pequeño gesto y me quedo en el sitio, esperando a que él compre los Bretzel, que ya he probado antes en Estados Unidos, aunque los llamamos Pretzel. Las mujeres de la tienda me sonríen educadamente al pasar por mi lado, me dedican saludos en alemán y automáticamente me siento bienvenida y acogida.
- Toma -dice él mientras me entrega uno medio envuelto en papel, listo para comer.
Le doy un bocado mientras salimos de la panadería. Y Friedrich entona palabras en alemán hacia alguien que no conozco.
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LA HIJA DEL TIEMPO 2.5 (2º GUERRA MUNDIAL)
Teen FictionNovela corta. Libro 2.5 de la saga. Leer después de La Hija del Tiempo 2ºGM (la de Colette) Charlotte persigue a Colette por el museo, cual sigilosa fiera persigue a su presa hasta atraparla, aunque tratando de averiguar qué trama la chica francesa...