Entre Pescados Y Sirenas II.

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7. Entre Pescados Y Sirenas II.

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El corazón se le calentó con sentimientos al escuchar a Auron virotear su comida. Se esforzó tanto por hacerlo bien, y parece ser que esta vez dio resultado. La alegría se negaba a dejar de abrazarle los labios.

- Esto está buenísimo Lolo - Comentó el castaño, haciendo sonidos y gestos de gran placer al comer cada bocado.

- Gracias Auron, lo hice de forma especial - Respondió probando su propia comida. ¡Madre mía!, como se lo había currado...

Un extraño pero agradable ambiente rodeaba la sala, el ruido de las gaviotas junto al mar llenaba el silencio de forma pasiva y suave. La luz del sol se filtraba por las ventas, ofreciendo una imagen cálida y amena. Algo en el aire se sentía dulce y confortante. Frente a el, desayunando con parsimonia estaba Auron, quien tarareaba por lo bajo una canción. Todos los colores en aquel cuadro combinaban y se fundian; desde aquellos rebeldes cabellos caoba, pasando por los bonitos muebles rojo y blanco, hasta los destellos azúl, granate y oliva que se colaban por las ventas; todo bajo un manto de tenue calidez. El pecho se le comprimia con nostalgia de una vida que no recordaba, una llena de felicidad.

Miro una vez más los ojos de su compañero, siendo la primera vez que reparaba en lo grandes que eran, tan llenos de vida. El tono de sus cejas gruesas, junto a su cabello y barba enmarcaban con perfección a su rostro. Cuando sus miradas conectaron noto como el otro enchino sus ojos, regalándole una pequeña sonrisa. Todo lo que le parecía tan bonito se desenfoco por el brillo de tan pequeño acto de parte del castaño, quien no parecía darse cuenta de como logró hacer que su corazón latíera con fuerza.

- Algun día debes enseñarme a cocinar así - Comentó el contrario con gran chispa en sus orbes chocolate.

- Cuando quieras puedes venir, mi casa es tu casa - Respondo con ilusiones escalando por su cabeza.

Se dejó llevar por la marea de aquel dulce momento, sintiendo como la calidez se le atoraba en el pecho. Su mente enfrascada en un instante infinito al lado de ese hombre que siempre le obsequiaba mil sonrisas.

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De un momento a otro los golpes tras la puerta se habían detenido, siendo remplazados por quejidos de fuerte colera y dolor. Asustado por el cambio subió con rapidez las escaleras, dudo durante milésimas de segundo si abrir la puerta, más no pudo seguir pensando al escuchar intensificarse los gritos. Armado con solo un palo y todo su valor salió.

Se sintió desmayar cuando vio como Rodolfo atacaba a la sirena através de las rendijas en la puerta. Casi grito con horror al ver que la criatura estaba muy débil. Lo único que le llegó a la mente fue bloquear las rendijas con madera, y aprovechando buscar un lazo para atar a la sirena.

Corrió al indexer en busca de dicha cuerda, para su mala suerte no recordaba como se llamaba. Casi se arrancaba el pelo desesperado. El engranaje en su cerebro estaba oxidado, pero aún así le hizo funcionar. La luz de la luna le iluminó la cabeza como celebración al teclear “rienda”. Su gesto se embeleso como si estubiera ante un objeto divino. No se dio cuenta de los brillantes ojos detrás de el, ni de la sonrisa siniestra de grandes colmillos que se asomaba sobre su cuello.

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Frente a el se pavoneaban con indiferencia las grandes olas del mar. Un profundo océano azul que se extendía por miles de kilómetros hasta el fin del mundo, donde se reunia con el cielo celeste quien le esperaba con ansias. El sol que apenas despertaba, las nubes, una arena tan blanca y fina como la cabeza de un alfiler; únicos testigos de la esplendorosa unión de aquellos dos colosos.

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