Capítulo Tres

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Capítulo Tres.
J’ai Je veux maintenant


Hermione a sus nueve años no sabía lo que era un colegio como el que alardeaba Harriet; libros que contuvieran pequeñas historias o escribir una carta. En realidad, nunca se le había presentado el momento para asistir a un colegio; su madre comenzó a trabajar en aquella gran casa, vivían ahí, comían ahí y subsistían ahí; sin embargo, la paga de su madre era lo suficiente como para ahorrar una gran parte —nunca sabrían que emergencia podría presentárseles, o de que tendrían que huir— y el resto para aquellas necesidades que la gran casa no cubría.

Pero no para una escuela; no para ello.

Cuando Hermione corrió en dirección de la gran casa, Ethan la esperaba en el gran portón. Aún vestía el uniforme elegante de su colegio, y cargaba su mochila. Cuando la vio ir, se levantó de un salto, y corrió para abrazarle.
A pesar de que ella tenía nueve años, parecía no crecer. Se había mantenido con la misma estatura desde que tenía siete; pequeña, pálida, delgada. Parecía una muñeca con esos grandes ojos grises y ese reguero de pecas que lucía su rostro. Ethan, mientras tanto, a sus once años era un niño alto, demasiado alto. Desde que había comenzado a jugar baloncesto y practicar artes marciales parecía haber crecido mucho más.

Ethan la llevó a su habitación, ambos tenían su lugar allí. Cuando Hermione se sentó en la mesa, rodeada de pequeños dulces y bebidas refrescantes, Ethan dejó caer un libro de muchas páginas delante de ella.

—¿Qué es… esto?

Ethan, sonriente, se dejó caer a su lado.

—Te enseñaré a leer y escribir.

Trece días después, Hermione conocía todas las letras del abecedario. Podía contar hasta el treinta y había hecho sus primeros trazos; las vocales.

Quince días después, Ethan le había
ensañado a juntar las sílabas, y siete días después, ella podía leer cortas y sencillas oraciones.

Se veían todos los días de la semana, de lunes a viernes cuando Ethan llegaba del colegio hasta que las luces de la gran casa se apagaban e iban a dormir, y los sábados y los domingos se veían en las mañanas.

Para el tercer día de mayo, luego de más de tres meses, Hermione leyó su primer libro de cuentos y aprendió a sumar y sustraer. A finales del mes, escribió su primera carta.

Fue a inicios de junio que aquella mujer se asomó a su puerta y los vio juntos; fue tanta la molestia que agitó sus sentidos que, semanas después, pagó la matricula completa de Hermione en el costoso colegio al que asistían sus hijos.

Todo con tal de no verlos nunca más juntos.

Sujetó el papel entre sus manos, lo leyó nuevamente antes de guardarlo en uno de sus bolsillos. Él no necesitó firmar aquella nota, ella reconocería su caligrafía en cualquier momento.

Trabajo hasta las siete. Dejé la tarjeta de entrada a un lado del ascensor, en cualquier caso en recepción ya saben quién eres. Puedes hacer lo que quieras en la casa; no entres a mi
despacho.

Ethan había dejado todos los periódicos sobre la pequeña mesa de cristal de la sala, con un marcador rojo señaló todos los trabajos que le parecieron indicados; realizó cuatro llamadas, de ellas, dos le indicaron que necesitaba presentarse en el lugar, las dos restantes eran acerca de ofertas de servicios; en una se le indicó que fuese dentro de tres días, en la otra se le pidió que se presentase ese mismo día. Vistió su cuerpo con lo más práctico que encontró, sabía que aquel trabajo lo requería.

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