Capítulo Diez

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Capítulo Diez.
Nous sont.

Lo vio conducir con el cuerpo tenso, la mandíbula apretada, el ceño levemente fruncido. Humedeció sus labios, casi tímida, miró el reloj digital del auto: las cinco con veinte. Contuvo un suspiro. Había visto a Ethan trabajar todo el día, firmar contratos, discutir aspectos. No hablaron del pequeño suceso de la mañana, solo lo observó trabajar, no contrariada —¿Quién podría hacerlo viéndolo a él?— sino pensativa, casi absorta en sus pensamientos. Lo miró de reojo. ¿Acaso él estaba enfadado con ella?
No dijo nada, llegaron al edificio, él dejó sus llaves en la recepción. Lo siguió silenciosa hacia el elevador, dentro, el ambiente parecía consumirlos. Fue consiente cuando él la tomó de la mano, la volteó, acunó su rostro con las manos y la besó; rápido, pasional. Caminó, cargando su peso, la pegó a la pared metálica del ascensor; jadeó, hambriento. Mordió su labio inferior, ella suspiró cuando sintió sus manos acariciando sus piernas.

Entraron al apartamento irrumpidos en aquella calidez que sus cuerpos provocaban, él parecía hambriento, casi desesperado. La dejó caer en el sillón, la desnudó con sus manos, rozó cada parte de su cuerpo. Se dejó llevar, se reconfortó a sí mismo de aquella manera; ella estaba ahí, para él. No se había ido, no se iba a ir.

La mañana del lunes llegó en un parpadeo, ellos la dejaron pasar entre suaves jadeos y movimientos casi rítmicos, perdieron la noción del tiempo en cuento sus cuerpos se unieron; ella tuvo que correr para llegar temprano a la librería; pasó el resto del día absorta en lo que su cabeza le decía, llegó casi dormida al apartamento, agotada. Se acomodó en el suave sillón, cayó rendida. Despertó cuando eran cercanas las siete, terminó de cocinar a las ocho. A las nueve ya se había duchado y vestido, Ethan no había llegado, se acomodó nuevamente en el sillón de cómodos y cálidos tejidos y tomó uno de sus libros, se sumergió en aquella historia.

La imagen que Hermione le regaló cuando las puertas del ascensor se abrieron le quitó el aliento, se adentró silencioso, no lo había visto aún. Tenía sus cabellos rojos casi rozando el suelo, un libro de colorida portada en sus manos y el cuerpo recostado en el sillón. Casi suspira, dejó caer su saco en la mesa de cristal logrando que sus ojos se dirigieran a él, atentos.

Lo vio deshacerse de su camisa, disfrutó de la vista él le brindaba y, sin decirle una palabra, se acostó encima de ella sosteniendo su peso en sus brazos y piernas, le arrebató el libro delicadamente y lo dejó en la mesa de cristal, acercó su rostro al suyo. Dejó tres leves presiones en sus labios sobre los de ella antes de tomar su labio inferior entre los suyos y besarla con suavidad, rodear su cuerpo con sus brazos con delicadeza, como si temiese que ella se quebrase en sus brazos.

Marzo llegó en un parpadeo y así se cumplió un mes desde que ella había llegado, envió a finales de febrero la mayor parte de su paga a su madre, notó, orgullosa, que si continuaba así por tres meses podría enviarle a su madre una parte del pago del hospital. Limpió el apartamento todas las semanas, logrando que cuidadosamente Ethan pensase que era Naomi quien lo hacía.

La observó comer, casi encantado por el movimiento de sus labios, la manera en la que todos sus gestos parecían ser serenos, calmados, con una delicadeza que lejos de irritarlo, parecía seducirlo sin la más mínima intensión. Ella levantó la mirada, detuvo el cubierto plateado a medio camino, quiso reírse. Bajó el tenedor luciendo incómoda.

—¿Sucede algo?—preguntó. Él detalló el sonido de su voz, baja, tranquila, dulce. Negó, desvió la mirada a los documentos que suponía, debía firmar.

CulpableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora