Capítulo Ocho

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Capítulo Ocho.
Elle veut Il


Sus cabellos rojos estaban regados en la almohada, pequeñas exhalaciones se escapaba de sus labios mientras su pecho se movía rítmicamente, codició acercarse más a ella. Acarició su mejilla, trazó pequeños círculos con su dedo pulgar. Un resoplido brotó de sus labios, él sonrió, casi distraído. La examinó, callado. La vio ahí y su mente no aceptó como, horas antes, ella estaba tirada en el suelo; recogiendo su desastre. Ella no, se dijo a sí mismo, ella no.

Cerró sus ojos, no quería dormir, no quería perder el retrato que ella le brindaba, sus mejillas sonrojadas, sus labios entreabiertos, su cuerpo desnudo. Sin embargo, se permitió recordar.

Tenía nueve años y ya era un niño alto, más que lo que los niños de su edad serían. Sabía hablar a la perfección el francés —lengua natal de su madre—y el alemán —sus abuelos lo hablaban muy seguido— sin embargo, nada de ello parecía complacerla.

Había dejado de intentarlo meses atrás cuando tuvo claro que esa mujer nunca estaría orgullosa de él; aunque dominara todos los idiomas del mundo, ganara cuantos títulos existieran o se graduase de todas las carreras que ella deseaba; él había entendido que ella solo estaría orgullosa —y tal vez lo quisiera— cuando él se alejara de su niña, de Hermione.

Y aquello era algo que él no estaba dispuesto a sacrificar.

Miró a través de la ventana, tenía la vista completa y perfecta al jardín. La observó, tomando su té de las tardes, disfrutando del suave sol que aquel día había. Ella veía a sus alrededores, bebía pocos sorbos de su taza. Atrás de ella siempre estaba Annalise, siguiéndola, complaciéndola, corriendo para cumplir con sus caprichos.

Ethan apretó su mandíbula. Annalise era una buena mujer, dulce, afectuosa. La madre de Hermione había sido mucho más cercana a él que lo que habría sido la suya. Ethan percibió todo, vio a su madre dar un sorbo a la taza humeante de té, arrugar el rostro en una mueca y,
sin meditarlo, lanzar el líquido caliente al rostro de la mujer. Observó a la mujer tratar de callar un grito, su madre zarandeándola, luego lazándole la taza.

Sintió la humillación que aquella mujer abrigaba, palpó la vergüenza, la convirtió en ira. Contempló como aquella mujer, luego de todo, recogía la taza.

Su pecho dolía como si el dolor fuese ajeno.

Y allí, viéndolo todo tras la ventana, se dijo a si mismo que nunca permitiría que Hermione fuese humillada por alguien más. Nunca, pero nunca, su pequeño ángel se viese agachando la
cabeza ante alguien más.

Más tarde, la niña le preguntó:

—¿Mami, quién te lastimó?

Y la mujer, dulce, lo miró a él. Y él entendió; ella lo había percibido.

—Mamá se cayó, mi ángel.

Ethan sintió que aquel lugar no era más aquel apartamento moderno que había comprado dos años atrás. Detalló el lugar con sus ojos; eran las mismas paredes, los mismos muebles, la misma decoración, pero él lo veía todo diferente.

Ella, le susurró la vocecilla en su cabeza. Ella y sus libros tirados alrededor de la sala. Ella y sus ropas regadas en su habitación. Ella y su olor. Ella había llegado y con su presencia había acabado con toda aquella monotonía que él había alcanzado.

Y Ethan, lejos de sentirse molesto, lo disfrutó.

Lara aceptó su excusa; ella se sentía mal, había pasado un día en casa, con fiebre. No puso peros ni profundizó en el asunto, la había notado el día anterior callada, con el semblante perdido y actitud distraída. Hermione agradeció su preocupación.

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