Capítulo Seis

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Capítulo Seis.
Suivez vous

Ethan Everett tenía ocho años y ya sabía hablar, lo básico y lo necesario, de francés. Hermione lo veía observando películas francesas, emitía un quejido, ansiosa por su atención y pronto él la ponía en pausa, quitaba aquel CD y la cargaba, dándole por hecho que su atención era de ella, solo de ella. Aquello se le hizo una costumbre, entrar en su habitación a hurtadillas, pinchar su brazo, abrazarlo. Todas las tardes lo hacía y a veces, tras ella, la figura pequeña de Harriet la seguía.

—Es una boda—le trató de explicar, señalando a la gran pantalla.
Hermione arrugó su entrecejo, confusa.

—¿Eso?

El niño asintió.

—Ellos se están casando.

—¿Por qué?

—Porque se quieren.

—¿Solo por eso?

Frunció sus labios, indeciso. Miró nuevamente la pantalla, aquellas películas francesas se las compraba su madre, la gran mayoría comedias románticas con finales fatídicos. Su madre siempre con la esperanza de que aquellas películas las viese con su hermana y no con la chiquilla revoltosa que siempre lo acechaba. Era su padre quien, en ocasiones, le traía unas buenas películas de acción y suspenso.

—Porque quieren estar juntos toda su vida.

—¿Para estar juntos toda la vida hay que casarse?

Se encogió de hombros —Supongo.

Hermione dejó caer su espalda, quedando acostada en el suelo.

Pareció pensativa, su nariz arrugada en un mohín de confusión y sus dedos posados en su barbilla.

—¡Ya sé!—exclamó—Tú y yo. Nos vamos a casar.

Un Ethan sorprendido se volteó hacía ella.

—¿Casarnos?

—Sí. Vamos a estar juntos toda la vida.

—Hermione…

Antes de que pudiese hablar, la niña se impulsó hacía él, chocó sus labios, beso ambas comisuras.

—¡Listo! ¡Estamos casados!

Ethan pareció pensarlo, dudoso, casi sorprendido. Antes de pensarlo, abrazó a Hermione, la chiquilla rió en sus brazos.


Hermione había cumplido quince años hacía casi tres semanas. Casi nadie conocía aquel hecho, podía contar con los dedos de su mano cuantas felicitaciones había obtenido aquel día y aun así, aquello no le importaba demasiado. Ella no podía celebrar en aquel entonces, no cuando, en la gran casa, el ambiente era lo suficiente triste como para que Ethan durmiese a su lado todas las noches, exigiera su presencia.

Acarició con sus manos el pequeño cachorro. Era tranquilo a pesar de ser tan pequeño, el animalito parecía dormirse bajo sus caricias. Se meció en aquel mecedor que el jardinero le
había regalado, su vista fija en la visión de la gran casa. Suspiró cuando vio el vehículo negro llegar y a cada miembro de la familia, incluida ella —débil, más delgada de lo que ella alguna vez la había visto en su vida— pasar a la casa. Lo vio. Supo que, pronto, él iría hacia ella.

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