Capítulo Doce

114 16 1
                                    

Capítulo Doce
Cabello de ángel.


La primera semana de agosto Hermione cumplió quince años. No lo celebró a la gran medida, no eran tiempos para celebrar. La señora de casa, madre de Ethan, había enfermado a inicios de junio, y cuando la biopsia detectó un tumor maligno en su seno, el ambiente en la gran casa comenzó a decaer. El cáncer había avanzado demasiado, cada día los hermanos visitaban la clínica, otros, cuando la mujer estaba en casa, pasaban la mayor parte del día con ella. Cada vez veía menos a Ethan, solo en las noches, cuando él se escabullía a la casa de servicio y estaba a su lado hasta el amanecer.

A finales de julio, todo pareció empeorar. Los medicamentos comenzaron a no hacer el más mínimo efectos, y la mujer comenzó a pasar la mayoría de sus días en una clínica. Hermione supo, en vísperas del primero de agosto, que aquel cumpleaños lo pasaría sola. No culpaba a Ethan si lo olvidaba, a pesar de que nunca lo había hecho. Tal vez… se decepcionaría un poco, pero lo entendería.

Ella siempre entendería a Ethan.

A primeras horas del cinco de agosto, su madre tocó su puerta. Un bonito y sencillo pastel de tono blanco en sus manos, una velita con un chispeante número 15. Su corazón se agitó ante
tal gesto, y sin siquiera pensarlo, lo buscó con la mirada inconscientemente. Trató de disimular su decepción. El día pasó con tormentosa lentitud. Su madre la incitó a vestir con el vestido gris que su tío James, desde Boston, le había enviado como regalo de cumpleaños. Su madre adoraba el vestido porque era del mismo tono de sus ojos, ella lo encontraba deprimente, a pesar del montón de detalles que el vestido traía. Sin embargo, lo usó la mayor parte de la mañana, hasta que su madre abandonó la casa de servicio para ir a trabajar. Supo que la señora de la casa continuaba en el hospital y toda la familia estaba con ella. Supo, con ello, que Ethan no iría.

Esperó la tarde con un libro en manos, su madre llegó cuando anochecía. Le preparó su pasta favorita y comieron pastel. Cerca de las once de la noche, su madre fue a dormir. Ella salió fuera, la casa de servicio tenía un bonito y sencillo jardín delantero, el jardinero, que vivía en la caseta de al lado, les había regalado un mecedor de madera que había dejado en el portal.

Tomó el mismo libro, se sentó, a pesar de que no iba a leer. Miró a la distancia la gran casa, demasiados metros los separaban, fuentes, un lago artificial, un extenso y bien cuidado jardín.

A pesar de aquello, nunca se sintió lejos. La casa, a pesar de la lamparillas artificiales que la adornaban, lucía apagada. Vacía. Ahí dentro solo estaban las cuatro mucamas que residían en la gran casa. No ellos, no él.

Cuando Hermione terminó de leer el décimo capítulo de su libro, buscó con la mirada el reloj de la casa. Doce con treinta minutos. Ya había acabado su cumpleaños. Contuvo un suspiro, decidió entrar. Dejó la llave bajo el tapete, por si acaso, él decidía ir.

El siete de agosto su madre pasó todo el día trabajando, la señora de la casa volvía, iba a ser atendida en la casa por dos enfermeras. Hermione vio a través de los banquillos alrededor del lago artificial la llegada del auto negro. Primero entró a la gran casa Matthew Everett, el señor de la casa. Hermione no reparó en él, le resultaba demasiado intimidante a pesar de las pocas veces en las que lo veía. Tras él, pasaron dos enfermeras, una de ellas empujaba la silla de la señora.

Hermione tembló al verla, pálida, débil. Harriet iba tomada de su mano. Ninguno reparó en su presencia. Por último, lo vio a él, casi suspira. Lucía igual, a excepción de sus profundas ojeras y su expresión vacía. Quiso correr allí y abrazarlo, consolarlo, porque a sus ojos Ethan estaba
destrozado.

Pero aquel no era el momento.

Esperó a la noche. Cruzó aquel inmenso jardín con facilidad, conocía el camino a la perfección. Entró a la gran casa por la puerta trasera, no tenía intenciones de saludar, tampoco tiempo. Subió las escaleras con rapidez, tratando de ser lo más silenciosa. No se distrajo con el lujo y lo llamativo de aquella casa, estaba acostumbrada a verlo. Cruzó el pasillo con agilidad, se detuvo frente a su habitación. Agitada, suspiró, tratando de tranquilizarse. Empujó la puerta con lentitud y se adentró en la habitación. Ella no tocaba, no lo necesitaba. Ella no.

CulpableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora