Capítulo Trece

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Capítulo Trece
N' Laissez Me vers le bas


Escuchar conversaciones a hurtadillas nunca había sido lo suyo; nunca se sentiría cómoda al hacerlo. Sentía su pulso agitado, sus manos cosquilleaban por los nervios y temía perder la poco discreción; la idea de irse no le pareció demasiado descabellada.

La noche anterior él había llamado a su puerta; pronto se les haría una costumbre aquello, tras una suave sonrisa, sin decir una palabra, lo dejó adentrarse en la casa, tomó su mano, lo llevó a su habitación. Se acomodaron entre sus sábanas, él escondió su cabeza en su cuello, ella dejó pequeñas caricias en sus cabellos hasta que quedó dormido. Él no lloró, ella trató de secar sus lágrimas antes de que lo notase.

A la mañana siguiente Annalise Williams llamó a su puerta con urgencia, él despertó —siempre había sido de sueño ligero—, Annalise no mostró ningún signo de sorpresa al
verlo allí, solo le dedicó una sonrisa débil, notó, casi al instante, los nervios que la madre de Hermione llevaba, y casi agitada, se le acercó.

—La señora está ahí fuera —susurró— te busca, Ethan.

Hermione despertó al mismo momento en el que él trataba de salir de la cama, sus ojos grises lo buscaron con confusión, Ethan acarició su rostro antes de que dijese algo.

—Vuelvo pronto, no salgas, ¿Vale?

—¿Sucede algo?

Notó a su madre parada tras la puerta, arrugó el rostro con preocupación. Él besó su frente sin decir nada, salió de su habitación. Cuando él estuvo fuera, su madre le dijo las pocas palabras que lograron poner sus nervios de punta.

Sophie Everett está aquí, Hermione.

Y allí estaba ella, escondida tras la delgada pared blanca, lo suficiente amplia para cubrirla. Sus manos temblaban, su corazón latía con rapidez. ¿La señora Everett en una
casa de servicio? Hermione trató de buscar en su memoria algún recuerdo de pasadas visitas; no recordó ninguna. Le costó tragar, las primeras palabras llegaron a sus oídos, no eran gritos, en realidad, eran palabras bajas que, de Sophie Everett, parecían un murmullo suave.

—¿Por qué aquí?

Hermione observó de reojo, los vio a ambos; sintió sus labios resecarse. Ahí estaba ella, pálida, delgada; débil. Notó el delicado pañuelo que cubría su cabeza; sintió un nudo en su garganta. Cáncer, le susurró la vocecilla de su cabeza, Hermione humedeció sus labios, se abrazó a si misma antes de volver a esconderse tras la pared blanca.

Pestañeó varias veces, trató de alejar las lágrimas.

—¿Por qué huyes de mi para…? —su voz pareció quebrarse— ¿Por qué huyes de mi para estar con… ella?

—Madre…

—¿Por qué no me dices mamá?

—Porque no lo eres.

Hermione contuvo un jadeo, cubrió su boca con su mano antes de que algún sonido se escapase de sus labios. Su pecho picoteó, quiso ir a la sala y abrazar a Ethan, sacudirlo.  ¿Por qué él era de esa manera…?

—Ethan…

—Este no es el mejor lugar para hablarlo. No ahora, no aquí.

—¿Por qué no aquí? —cuestionó la voz suave de Sophie— Esta casa también es mía, yo misma la mandé a construir. ¿Por qué no ahora? ¿Entonces cuando, Ethan? ¿Cuándo este muerta?

El silencio que obtuvo como respuesta la hizo soltar una carcajada suave, vacía. Hermione lo imaginó, su postura firme, sus hombros tensos. Imaginó su aspecto, su cabello despeinado y su mandíbula tensa, la seriedad tiñendo sus facciones; sus ojos fríos, inexpresivos, vacíos, mirando a su madre como miraba a todos, a todos excepto a ella. En aquel momento ser la excepción no le pareció algo genuino, no sacudió su corazón con emoción, solo la hizo querer hundirse en su lugar.

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