— La paga es buena...
Me doy ánimos mientras me paso las manos por el cabello para amarrarlo en una coleta. Estoy nerviosa, tanto que no puedo dejar de estirarme los mechones que se escapan de la coleta y retorcerlos.
— Sé valiente — Me regaño — ¿Que más podría pasar? ¿Quedar embarazada?
Mierda.
Detengo mis pasos cuando imagino el escenario de posibilidades frente a mi: Yo, yendo a la corte para justificar mi embarazo de un chico menor, cuyo padre abogado pide mi cabeza en una bandeja de plata. “¡Es mi culpa!”, gritaría Christian mientras me llevan por el pasillo en mi traje naranja.
— ¡Basta de dramas! — Golpeo mis mejillas para apartar los malos pensamientos.
Reanudo mi camino hacia la puerta, cuando una risita se escucha a mis espaldas. Rayos, no me percaté del hombre que pasea a su perro por la acera y me mira con curiosidad.
Buen trabajo, ahora piensa que estás loca.
Suspiro y me vuelvo para golpear la puerta de madera. Necesito mantener mis pensamientos dentro de mi cabeza para no quedar como una loca hablando sola.
— Agh.
— Si, lo sé, también me alegra verte.
Paso de largo sin molestarme en mirar a Gretchen, no llevo mucho tiempo aquí y parece que cada día me odia más.
Subo corriendo las escaleras y golpeo la puerta dos veces antes de meter la llave en la cerradura. Empujo con cuidado porque la habitación está bien iluminada con las cortinas corridas a los lados.
— ¿Christian?
Lo llamo pero no obtengo respuesta. La casa está hecha, no hay ropa tirada ni nada que indique que el chico de los ojos grises está aquí.
— Dios mío, huyó...
— ¿Quién? — Preguntan por detrás de mi espalda.
— ¡Christian! — Chillo dando un saltito de sorpresa — ¡No me asustes!
— Solo pregunté quién huyó — Dice y se lleva otra galleta de chispas de chocolate a la boca.
Lleva en sus manos un empaque a la mitad de galletas, su pantalón deportivo negro y una camiseta blanca. ¿Dónde estaba? ¿En la cocina con Bertha?
— ¿Qué haces?
— Tú eres la que puede ver, ¿Qué parece? — Se ríe.
— Que estás comiendo galletas en algún lugar que no es tu habitación. ¿En donde estabas?
— Ven conmigo.
Lanza el último trozo de la galleta en su boca para tomar mi mano y llevarme con él escaleras abajo. Pasamos por la cocina para seguir por la puerta del patio.
— ¿Vamos al muelle? — Intento adivinar — ¿La casa de los botes?
— Solo espera — Sigue tirando de mi mano.
Cuando llegamos a la orilla del lago Washington es que puedo ver el pequeño bote de pesca amarrado en la orilla. No puede ser.
— No — Chillo aterrorizada.
— ¿Por qué no?
— ¡Estás loco! ¡Y no puedes ver! ¿Quieres ahogarme?
— No exageres — Rueda los ojos en un gesto de fastidio — Sabes nadar, ¿O no?
— Pues si, en alberca climatizada. El lago debe estar frío en esta época del año.
— Entonces no caigas del bote — Encoge los hombros como si esa fuera la solución definitiva.
— Olvídalo, te espero en la casa.
Cruzo los brazos sobre mi pecho para iniciar mi camino de vuelta, apenas me alejo unos pasos cuando me llama.
— Eras tú quién insistía en sacarme de mi cueva oscura, ¿No? — Me detengo para escucharlo — ¿No confías en mí?
Exhalo antes de girarme hacia él. Tiene razón, ¿Dónde quedó mi plan de exponerlo a situaciones nuevas? ¿De demostrarle que él puede hacer mucho más que estar encerrado en su habitación?
— Si confío en ti, no confío en ese bote viejo — Me excuso.
— Venga, sube conmigo.
Bufo una vez más, pero camino de vuelta al muelle para subir al bendito bote que se balancea por las suaves olas. No entiendo cómo es que yo estoy preocupada y él luce tan divertido.
— Te juro por Dios que si me haces caer al agua — Le advierto.
— Eso solo pasará si sigues quejándote.
Se mete dentro del bote y extiende la mano hacia mi. Directo a mi. Un momento, el chico es casi ciego, ¿Me estoy perdiendo de algo?
— ¡Christian! ¿Puedes ver?
— No.
— ¿No? Pero...
— Es extraño — Estira sus labios en una sonrisa — Las sombras son más claras cada día y eso me facilita percibir el movimiento.
— Espera, ¿Si me quedo quieta no me verías? — Me río.
— No soy un maldito oso para que juegues a hacerte la muerta — Frunce el ceño — Sube ya al bote.
Genial. La última vez que estuve en uno de éstos tenía 17 años y era el último campeonato de pesca al que iría antes de entrar a la universidad.
Me siento en un extremo con los brazos cruzados sobre mi pecho mientras Christian se sienta del otro lado junto a un par de remos. Una cesta mediana entre nosotros me hace pensar que será un paseo largo.
— ¿Vamos a pescar?
— No.
— ¿Qué haremos entonces?
— Charlar.
— ¿De qué? — Sigo preguntando mientras él rema hasta situarse en medio del lago.
— De nosotros.
Volteo para mirarlo, ¿Qué tiene que decir que tenemos que alejarnos tanto de la casa?
— ¿Que hay sobre nosotros?
— Pues que quiero decirle a papá que eres mi novia para que no le extrañe verte por aquí.
— ¡No puedes hacer eso!
— ¿Por qué no?
— Porque... Porque... No es necesario, estoy aquí todos los días. Además, ¿Tu novia? ¿Cuándo paso eso?
— Cuando estuvimos juntos, ya sabes... Sexo.
— ¡Shh!
— Aquí no hay nadie que pueda escucharte, excepto yo.
— ¿Y? No puedes ir por la vida gritando que tuvimos sexo.
— ¿Según quién? ¿Quieres ver cómo si puedo? — Se ríe — ¡Sexo! ¡Sexo! ¡Sexo! ¡Ana y yo!
— ¡Christian! — Chillo de nuevo y me levanto de mi lugar para alcanzarlo.
Me estiro sobre la madera para taparle la boca y que pare de gritar, pero la brusquedad de mi movimiento hace que el bote se tambalee.
— ¡Sexo!
— ¡Cállate! — Me estiro hacia él — ¡Basta!
Intento ponerme de pie, pero rápidamente pierdo el equilibrio y agito mis brazos en el aire para encontrar mi centro de gravedad.
— ¡Oh, mierda! — Se aferra a los remos mientras me balanceo sobre mis pies — ¡Ana!
Demasiado tarde.
Mis piernas topan con el extremo del bote y la cesta, lanzándome por el borde hacia el lago frío y húmedo. ¡Christian idiota!
La paga es buena...
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Luz Y Sombras (Versión Fanfic)
FanfictionEs solo un trabajo, ¿Cierto? El trabajo más sencillo y una buena paga solo por leer libros a un chico. Sin embargo, siento que hay algo más que no se menciona en el pequeño anuncio del periódico. Pero como ya he aceptado el empleo, tendré que descub...