Introducción

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El penetrante y metálico olor de la sangre, y los desgarradores llantos de un bebé que se mezclaban con el lejano sonido de las olas en medio de aquella tormentosa noche, era lo único que quedaba ahora que todo por fin había terminado.

Un hilillo de sangre producto de un profundo corte en su ceja derecha corrió por el rostro del joven hombre, pero no se inmutó, perdido en la imagen de los vacuos ojos de un profundo azul oscuro pertenecientes el cadáver del hombre que yacía en el suelo frente a él y que mostraba la marca de un disparo justo en la frente.

Apartó la mirada incapaz de seguir viendo aquella escena y, en su lugar, dirigió su atención hacia la cuna en la habitación desde la cual provenían furiosos llantos. Y al hacerlo, se percató de que en el suelo a un lado de la cuna una mujer se hallaba inconsciente.

El agarre en el arma que había utilizado para matar se tornó trémulo y por un segundo, sus ojos tan profundamente azules como los del hombre que asesinó se llenaron de angustia. Pero en seguida recuperó la compostura.

Ya todo había terminado. Ya no quedaba lugar para arrepentimientos.

Con expresión pétrea caminó hacia la cuna, pasando sobre los restos de un jarrón destrozado que hacía instantes había sido arrojado en su contra.

Dentro de la cuna un infante de ojos azules iguales a los de su padre y tan similares a los de él no dejaba de llorar.

Tragó saliva sopesando el peso del arma en su mano. Sabía lo que debía hacer. ¿Entonces por qué no lo hacía?

Permaneció inmóvil mientras a cada instante el llanto del chiquillo aumentaba y algo dentro de él se terminaba de romper.

Miró al infante quien se debatía en un llanto furioso.

Un niño producto de la unión de aquellas personas que una vez amó tanto. Un niño cuya vida debía ser arrebatada al igual que la de sus padres. Sólo así la afrenta estaría saldada.

Sabía lo que tenía que hacer, pero cuando escuchó un gemido dolorido y la mujer que creyó inerte se movió, todo su cuerpo se tensó.

Ella seguía con vida, pero él era incapaz de volver a mirarla a los ojos.

Con la severa voz de su padre resonando en su mente, el creciente temor por la mirada que tendría aquella mujer cuando se enterara que el hombre que amaba estaba muerto y el llanto incontrolable del bebé, logró recuperar la firmeza de su agarre sobre el arma y disparó.

Y, con aquel disparo, el último vestigio de todo lo que una vez amó desapareció.


Ojos grises © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora