Capítulo XXXI Punto de apoyo

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Los gruñidos de Reuven junto con aquella maldita manía de romper cada cosa que encontraba a su paso cuando se encontraba molesto o ansioso, comenzaban a exasperar a Konstantin.

Konstantin seguía con cabreo cada paso del fornido ucraniano dentro de su estudio. En el rostro de Reuven se dibujaba una mueca exasperada mientras bebía una botella de vodka de manera burda.

—Quieres quedarte quieto, maldita sea —espetó Konstantin desde su asiento, deseando que Reuven se detuviese de una vez por todas.

Reuven gruñó e hizo una seña con su dedo medio y arrojó al suelo un pequeño adorno que descansaba sobre el escritorio, y que se hizo añicos sobre la oscura alfombra.

—¿Sabes? En realidad, no creo que haya sido tan buena idea deshacerse tan pronto de los iraníes —dijo bebiendo un trago de licor, pareciendo querer asesinar a Konstantin con tan sólo una mirada.

Algo no tan distante del sentimiento que tenía Konstantin en aquellos momentos hacia el maldito ucraniano.

Konstantin odiaba que cuestionaran sus decisiones. El actuar contra Arshad había sido necesario. Cuando los iraníes se enteraran que Valentin jamás le había traicionado, sino que todo había sido por obra y gracia de él, su tío estaría acabado. Además, debido a los tratos que había hecho con Arshad, nadie sospecharía de él.

La información de la ubicación de Arshad se había filtrado de manera «anónima». Sin contar que los beneficios que había obtenido eran mayores de lo que esperó tras deshacerse de un molesto obstáculo sin problemas. ¿Podía pedir algo mejor?

Tal vez. Después de todo, había una cosa podría extrañar: a Leonid.

Se había acostumbrado a contemplar el odio en la cara de Leonid; su dolor, su rencor, su desesperación... Destruir a un imbécil que se aferraba a algo tan absurdo como algo llamado familia. Mas incluso aquel interés se estaba desvaneciendo, sobre todo, al ver cómo aquel crudo odio y el orgullo que anheló quebrar comenzó a ser suplantando por una resignación tan aburrida.

Jamás un interés de aquel tipo se había mantenido por mucho tiempo. Era un mero entretenimiento descartable. Aunque al final incluso un perro como Leonid tuvo utilidad gracias al capricho de Arshad y el beneficio de un mayor cargamento de armas que obtuvo a cambio de ello. En definitiva, hasta la basura resultaba útil.

—No tienes de qué preocuparte. Los negocios fueron terminados antes de que nos deshiciéramos de ellos. Y, en todo caso, ya poseemos un nuevo proveedor.

—Eres un bastardo —masculló Reuven y Konstantin simplemente decidió disfrutar de la mirada asesina del contrario—. ¿Y Valentin? ¿Cuándo planeas deshacerte por completo de él?

—Deja de hablar de eso. La única razón por la cual sigue vivo es porque su resistencia es mayor de la que pensaba. Pero no durará más de un par de días. Incluso yo empezaré a hastiarme de esto si dura demasiado.

—¿En serio? Porque yo creía que lo estabas disfrutando —dijo con sorna, tornando su expresión en una molesta al mirar entrar a Fillip.

Fillip con una postura ligeramente encogida pero anhelante al ver a Konstantin, se acercó a este para susurrarle al oído los resultados de la redada contra Arshad. Konstantin asintió satisfecho y acarició con una gélida sonrisa la mejilla de Fillip, quien se volvió hacia él como un perro hambriento de afecto. Y Konstantin escuchó un quejido de repugnancia ante la presencia de Fillip por parte de Reuven.

—¿Molesto porque disfrute mis victorias? —se burló Konstantin respondiendo al último comentario de Reuven, sintiendo satisfacción ante el patético ademán de Fillip.

Ojos grises © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora