Los dedos de Valentin surcaban la espalda de Leonid en un toque ligero. La respiración de ambos era el único sonido que podía escucharse en medio del tenso silencio que envolvía la habitación.
Valentin detalló las marcas dejadas en aquella piel aún perlada por el sudor de la pasión. Sintió el impulso de besar, morder y añadir nuevas marcas en el cuerpo de aquel hombre. Deseaba dejar huellas que fuesen recuerdo del violento torbellino que Leonid desataba dentro de él, pero que también serían marcas efímeras. Algo tan efímero como su relación con aquel hombre, quien con el rostro volteado hacia la ventana de la habitación descansaba sobre el lecho pareciendo evitar su mirada.
Cierto desagrado le inundó ante aquella actitud. Leonid siempre le había enfrentado a pesar de cualquier miedo o turbación, pero en los últimos momentos, el hombre le había negado el ver reflejado en aquellos grisáceos ojos el tempestuoso sentimiento surgido entre ambos. Uno que ambos podían percibir con una fuerza tan latente y que, al mismo tiempo, sabían que estaba condenado.
Y ahora él debía enfrentar las consecuencias de sus propias acciones. Puesto que sin importar su deseo y lo que ardía con fuerza dentro de él, no habría de condenar ni arrastrar a nadie más consigo.
Era el último intento de redención que podía hacer.
—Ya debería irme —dijo de repente Leonid con tono quedo, incorporándose con parsimonia.
Valentin siguió cada uno de los movimientos del hombre, inquiriendo con especial atención en las marcas que él había dejado dejadas en aquella espalda y las magulladuras visibles, resistiendo la tentación de tomar nuevamente al hombre.
Aunque le hubiese poseído y obtenido la pasión de aquel hombre, aquello no fue suficiente. El haberse dejado arrastrar; el haber probado la consumación de aquel tumultuoso sentir, sólo había servido para acrecentar aquel hambriento sentir.
Pero anhelar a Leonid iba más allá de un mero deseo posesivo y egoísta. Era el anhelo de tener a alguien que no temía enfrentarle; alguien que le había salvado la vida y que le respetaba sin importar quién fuese él. Era el querer a un hombre que veía en él más allá de lo que Valentin mostraba ante el mundo, haciéndole sentir como el hombre que fue antes de que todo se tiñese de traición y sangre. Mas ya nada podía cambiarse.
—Edik te llevará. Esta misma noche estarás fuera de la ciudad —dijo Valentin con gesto un tanto agrio ante una realidad irremediable, manteniendo su atención en la desnuda figura de Leonid, quien seguía evitando su mirada y buscaba sus pantalones.
—Lyonya —llamó Valentin con inesperada suavidad, instando a Leonid a verle y cuando este finalmente lo hizo, se percató del revuelo de emociones no dichas en aquella mirada—. Espero puedas encontrar a tu hermana y tu vida sea buena —dijo sintiendo el fugaz impulso de retener a Leonid aun cuando supiese las consecuencias que ello acarrearía. Pero no lo hizo. Ya no era el mismo hombre de antaño.
—Y yo que puedas ganar esta guerra. Aunque sé que lo harás. Después de todo, eres un Vasíliev —dijo Leonid con falsa firmeza, denotando una sutil vacilación como si en el fondo supiese que aquellas palabras no representaban la realidad de lo que podría ocurrir.
—Eso jamás nadie podrá dudarlo —aseguró Valentin, aunque ambos sabían que eran palabras vacías.
No podía prometer algo que sólo terminaría de una manera: con su muerte.
En medio de aquel agrio momento, Valentin notó cómo el otro hombre posaba sus ojos en el collar que él tenía entre sus manos cuando Leonid entró a la habitación, el cual ahora yacía relegado hacia una esquina entre el revoltijo de sábanas.
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Ojos grises © (Completa)
Fiksi UmumValentin Vasíliev ocupa en la actualidad el puesto como uno de los más importantes líderes de la mafia rusa. Posición a la que ha llegado y en la cual se ha mantenido desde hace más de quince años a costa de todo, incluso de traicionar a quienes más...