Extra: Perros callejeros

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La verdad, no sé si esto cuente como un extra. Es solo algo que escribí porque quería conectar más con una vaina de Barham por las escenas en las que aparece en Puños de acero; una historia que no tienen nada qué ver con Ojos grises, pero sí sale Barham y un par de personajes más de esta historia. Por erso el estilo nada que ver con la historia principal, pero cuando necesito entender más de un personaje escribo vainas que nada qué ver con la historia principal, pero que a mí me sirven para conocerlo más.

Y como ya estaba escrita, pues decidí dejarla por aquí igual.


I

Desde su nacimiento, Barham sólo conoció el hambre.

Nacido en una pequeña casa en Darvazeh Ghar; uno de los barrios más marginales de Irán, entre paredes viejas y mohosas, Barham fue recibido por la tristeza de una joven madre viuda, y dos pequeños hermanos igual de tristes que su madre y tan hambrientos como él.

Primero conoció el hambre de los flacos pechos de su madre; una mujer de mejillas enjutas y ojos cansados de la vida cuyo esposo había salido a trabajar un día y jamás regresó. Tal vez había sido confundido con un rebelde por las autoridades, quizá había sido tomado por algún grupo rebelde o tal vez podría haber muerto en algún ataque.

Fuera como fuese, la mujer nunca lo supo. Pero al tercer día de esperar a su marido, tuvo la certeza de que no regresaría y que traería sola a su cuarto hijo a un mundo que no tendría nada que ofrecerle.

Y así, la noche que Barham nació, los pechos sin leche de su madre no saciaron su hambre, y sus manos ásperas y huesudas, que en algún momento de su vida fueron bonitas, tampoco satisficieron su necesidad de afecto.

II

Barham creció igual que su hermano y hermana, con ojos oscuros en los que raramente se veía un atisbo de alegría. Lo único que reflejaban era la sombra de la enfermedad y el hambre. Sombra que cuatro años después, reclamó la compañía de su hermana con una neumonía.

Durante semanas, escuchó la tos incesante de Mahvash, mientras su madre se resignaba a lo que no podía cambiar.

La niña era muy pequeña, demasiado enferma y no contaban con dinero. Además, era una niña. Una criatura que en algún momento se convertiría en mujer y, que tal y como ella, sufriría un destino que no podía cambiar.

Y por esta razón, cuando la tos aumentó y la sangre brotó, su madre decidió confiar en la compasión de Allah y, luego de un par de días, ya no eran su madre,Habib, Mahvash y Barham. En su lugar, nada más eran su madre, Habib y Barham, hasta que un año después, solamente fueron Habib y Barham.

III

La calle se convirtió en el hogar de Barham. A los diez años compensaba su aspecto escuálido con una gran habilidad para llevarse a los bolsillos cosas que pertenecían a otros. Y junto a su hermano tres años mayor y casi tan desgarbado como él, sobrevivían robando y recolectando sobras. También recibían las limosnas en los semáforos para luego cancelar la cuota a Amid, «El General»; un muchacho de diecisiete años curtido por la vida, que tenía tratos con la policía y una cicatriz que iba desde su mejilla hasta su ojo derecho, como recordatorio de lo que pasaba cuando se rompían los tratos.

Las reglas en las calles eran simples: si querían vivir necesitaban dinero para Amid. Y si su estómago gruñía y dolía de hambre, un cigarrillo muchas veces era lo único que podían llevar a su boca.

No era la vida para un niño. No tenía futuro, pero Barham no pensaba en el futuro cuando ni siquiera sabía si vería el mañana.

Sin embargo, era la única vida que tenía. Y mientras no estuviese muerto o convertido como muchos otros niños en soldados, se sentía agradecido. O esto era lo que decía Habib al dormir cada noche, acurrucados en una construcción semiderruida por los ataques, tratando de espantar el frío como perros callejeros que se juntan para lamerse las heridas y calentarse mutuamente.

Ojos grises © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora