Capítulo XXXII Deudas por saldar

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En medio de la noche y dentro de un sucio callejón, Leonid intenta no sentirse intimidado por Barham.

El iraní jugaba con la llama de un encendedor, que parpadeaba con lentitud e iluminaba unos oscuros e indescifrables ojos y las cicatrices de aquel rostro curtido..

Aquella imagen inevitablemente le causaba cierta turbación, por lo que desvió un instante la mirada hacia un par de ratas que pasaron corriendo desesperadas en busca de refugio debido al gélido clima. Y Leonid metió las manos en los bolsillos de sus pantalones intentando encontrar algo de calor. Aunque esto no era lo único que necesitaba.

Necesitaba calmar el caos de pensamientos y emociones que se agolpaban en su interior en aquellos instantes.

Tras lo ocurrido con Arshad había logrado escapar del club. En su mente aún permanecía vívida la imagen de Arshad siendo consumido por las llamas. Una escena que le atormentó, tornándole desorientado sobre sus propias decisiones y haciendo que siguiera a Barham casi como por un mero instinto de supervivencia. Y así, terminó allí: en un maldito callejón del otro lado de la ciudad junto a un hombre de oscuros y duros ojos y sin saber qué hacer realmente cuando por fin era libre.

—¿Por qué sigues aquí? Ya nadie está reteniendo. Lárgate —espetó Barham con furia contenida, jugando con aquel encendedor. La luz de la llama que se reflejaba en aquellos ojos solo gritaba una cosa: venganza.

Leonid tragó saliva y miró hacia el cielo nocturno, mientras se apoyaba en la mugrienta pared de uno de los edificios.

¿Por qué seguía allí? Ciertamente ya no había nadie que le retuviese. Arshad estaba muerto. Konstantin había quedado atrás y Valentin tampoco estaba allí para retenerle.

Una ligera opresión le inundó, pero intentó dejarla atrás recordando lo que era importante: ¡finalmente era libre!

Por fin tenía su maldita libertad. Podía largarse de aquella ciudad, encontrar a su hermana y olvidar todo. Incluso dejaría atrás sus ansias de una venganza no consumada. Todo sería sepultado en pos de una nueva vida en la cual podría ser feliz. Pero entonces, ¿por qué no lo hacía? ¿Por qué seguía allí pareciendo esperar algo? ¡¿Qué mierda estaba esperando?!

Repentinamente, Barham resopló con exasperación. apagó el encendedor y dio media vuelta. Y los ojos de Leonid siguieron cada movimiento de Barham, sintiendo una creciente agitación en su interior.

—¿A dónde vas? —inquirió Leonid al ver que el otro hombre se marchaba. Su aliento creó un sutil vaho en medio de la congelada noche.

Barham ignoró a Leonid, aunque tras un par de segundos mientras avanzaba respondió:

—¿A dónde crees que iría?

—¿Vas a buscar venganza por lo de Arshad? Konstantin te matará —dijo con oscura certeza.

—Eso no es de tu incumbencia —dijo deteniéndose y girando hacia Leonid con semblante pétreo—. Preocúpate por tus asuntos.

—¿Por qué vas a regresar sabiendo que te matará? —cuestionó Leonid, ignorando el último comentario del hombre, deseando por alguna razón comprender las acciones de Barham—. Todo está acabado allí. Tu jefe murió, estás solo... ¿Entonces por qué...?

—Una vez fui un cascarón con forma humana —interrumpió Barham con dureza y en sus pupilas una intensa vehemencia ardía a medida que pronunciaba cada palabra—. Era una existencia vacía; sin un propósito. Ya no tenía nada. Sólo me aferraba a la vida como un maldito parásito en espera de un final que anhelaba y que no tenía el valor de obtener por mí mismo. Pero él... Él me dio una razón para existir. Y por eso, vengarle es lo mínimo que puedo hacer para honrar y agradecer al hombre que me devolvió mi dignidad como humano. Para agradecer al hombre que me dio la razón de mi existencia.

«Agradecer al hombre que me devolvió nuevamente mi dignidad como humano».

«Para agradecer...»

Aquellas palabras resonaron en su mente.

¿Por qué parecían afectarle tanto?

La imagen de Valentin cruzó su mente junto con los recuerdos de aquella habitación y los hombres que le habían humillado. Valentin había sido quien le sacó de ese sitio aun cuando no hubiese tenido que importarle. Y más que eso, Valentin le trató como un hombre con orgullo e incluso al final, le ofreció lo que tanto anhelaba: su libertad. Pero entonces, Konstantin había actuado y Valentin, aquel hombre que le había dado aquello que nunca esperó y que despertó en él aquel inesperado e intenso sentimiento, había sido condenado a muerte.

Sin embargo, ahora era libre y nada más tendría que importarle. Pero ¿por qué no podía convencerse de aquello?

Cerró los ojos e inspiró profundamente, intentando comprender sus propios sentimientos y la decisión que estaba a punto de tomar.

Leonid podría decir que era libre de Konstantin y de aquel maldito infierno. Mas, no era libre de este sentir por más que intentó mentirse a sí mismo.

Era imposible. Jamás podría hacerlo. De una forma u otra, siempre lo recordaría. Aunque, ¿ya no estuvo resignado a morir una vez? ¿No quiso en una ocasión acabar con Konstantin así fuese lo último que hiciese?

Ya estaba cansado de ser un cobarde y de lamentarse pareciendo un miserable perro que sólo pensaba en sobrevivir. Finalmente sabía lo que debía hacer y contrario a lo que siempre creyó, no había ni un ápice de duda en su decisión. Sólo lo lamentaba por su hermana, pero algo dentro de él le decía que ella estaría bien. Ella era su hermana y así nunca hubiese querido verlo, su Nastia tenía parte de su fortaleza.

Con expresión decidida, se encaminó al lado de Barham, quien le miró de forma interrogante.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó Barham con cierta exasperación.

—Yo también tengo una deuda que saldar —respondió Leonid y en los ojos de Barham la compresión se reflejó.

Y en medio de la noche; cada uno de aquellos hombres con un propio objetivo que cumplir, se perdieron.

Ojos grises © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora