Abismo

180 12 0
                                    

La primera vez que fui a Redaster tenía diez años. Todo un crío con dientes desprolijos, mejillas sonrojadas, peinado hecho por mi madre y suéteres coloridos.

Mis padres festejaban su aniversario y no podían dejar a sus hijos solos. No, por supuesto. ¡Todos a festejar!

Sospechaba que mi madre se imaginó una cena romántica en la playa con velas, mar y sin niños; no un simple bar familiar con mesas antiguas, manteles vintage y paredes despintadas. Lo confirmé al llegar. Su sonrisa se esfumó al entrar al igual que la de mi hermano. Yo estaba radiante: ¡había un mini escenario! Lamentablemente, no me animé a tocar hasta que tuve once cuando mi padre me empujó prácticamente para cantar una canción del momento. Todos me aplaudieron. Mi familia irradiaba orgullo y supe que ese bar sería como mi hogar cada vez que fuéramos.

Era solo un niño ajeno a la devastadora realidad que soñaba con cantar. Por eso, cuando pude romper la cortina del cruel encanto me cayeron cientos de baldes helados. Adiós sueños, solo serían eso: sueños para partir unos instantes de la ordinaria vida y vivir cómodo en la ignorancia. Debía despertar pero como no quería el tiempo me empujó a aceptarlo. No podría ser un cantante famoso. No tenía a nadie que me apoyara en esto, ayudara económicamente, enseñara a poder mejorar, es más ¡ni siquiera sabía cantar!

Dejé mis sueños por el canto cuando vi que no llegaba a nada. Solo tocaba de noche en un bar familiar, ¿y? Ni siquiera me pagaban, solo obtenía unas propinas que no valían demasiado. Ya tenía dieciocho años y debía darle un sostén a mi familia que se desmoronaba ante el despido de mi padre. Estábamos en la ruina, al borde de perderlo todo y sin esperanzas para poder buscar una solución. Y ahí llegó la luz a la oscuridad: la familia Payne.

Era una prestigiosa familia aristócrata dueña del bar y de una cadena de empresas estatales. ¿Por qué se fijó en nosotros los Horan? El sr. Payne me reveló que veía cómo ponía tanto esfuerzo en mis sueños y familia que decidió darme una mano. "Te pagaré la universidad, niño. Te lo mereces luego de darle una nueva vida a Redaster con tus composiciones".

Fue mi salvación, siempre lo tendré presente y se lo agradeceré cada día. En ese entonces, yo repetía sin cesar que si existía un Dios estaba seguro que era el sr. Payne.

Y nos sacó del abismo con un simple chasquido. Al ser un hombre de negocios, ¿quién se negaría a declinar su propuesta de beca para un pobre niño sin recursos? Pues varias universidades lo hicieron y nuevamente pensé que todo estaba perdido, pero no. Bastó con que sacara su chequera y las instituciones llovían con propuestas. Así entré al fantástico mundo de la medicina y salí de la oscuridad. Gracias a él poseo un título en mi segundo sueño.

Gracias, sr. Payne.

También, gracias a la familia Payne conocí a Zayn. Me habían casi rogado que tocara en una fiesta en honor a tantos años del bar. Acepté bastante entusiasmado sin saber que esa noche conocería al chico que me robaría el aliento cada día.

—Él es mi primo Zayn, él es Niall —nos presentó Liam, hijo del grandioso sr. Payne y probablemente futuro dueño de Rodaster—. Es de nuestra edad, quince, y es buen tipo. Tímido al principio pero cuando entra en confianza, ¡ni el diablo lo aguanta!

—Hola, ¿qué onda?

—Hola —dije apocado y sentí el calor invadiendo mi rostro.

La timidez se fue con los años obviamente. Pero esa fresca noche yo lo veía como algo grande al igual que poder conversar con Liam. ¡Joder, estaba por tocar en una fiesta para gente ricachona! ¡Quién sabía si les gustaba lo que hacía y me contrataban para otro evento! Por eso di lo mejor de mí y mi lado arrogante pudo salir a la luz cuando los chicos me felicitaron. Era jodidamente genial. Pasé la noche en el bar bailando con los amigos de Liam y una que otra chica dando lugar a mi primer resaca al día siguiente.

Al parecer, Zayn trabajaba en el bar de su tío y futuramente de su primo Liam. Era camarero junto a otro chico el cual describió como entusiasta, divertido y algo ruidoso, pero sin dudas era su mejor amigo de años. Hasta me habían entrado ganas de conocer al tal Louis Tomlinson por la manera en que Zayn hablaba maravillas de este. Sonaba como un tipo cool lo que aumentaba mis ansias por él.

Por suerte, tuve el placer de conocerlo a los meses de esa noche. Era septiembre y el verano cogía valor y daba lugar al anhelado otoño. La primera impresión no fue la mejor: Louis me había hecho una jodida broma sobre mi guitarra. Para su buena fortuna Zayn contuvo mis ganas de hacerle comer sus palabras. Mi mirada intentaba asesinar la del castaño quien solo sonreía sin parar contagiándome a mí también.

Así que ese era Louis, me cayó bien.

Con los días pensé que parecía un libro abierto pero me di cuenta que no, el siempre guardaba su vida personal. No muy a menudo me hablaba sobre ello. Solo sabía que tenía muchas hermanas bonitas y unos padres fenomenales. Era como si en el bar era otra persona intentando cohibir algo más.

No lo supe hasta años más tarde y me arrepentí por completo haberle reprochado infinitas veces que me lo dijera todo.

Cada viernes por la noche [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora