Septiembre 2, 2019.
Lunes. Santo y bendito lunes. Nunca entendí por qué la gente los odiaba tanto: yo nunca me opondría a una caminata matutina de específicamente un kilómetro de distancia hasta el lugar donde pasaría el resto del día. ¡Yay, amamos los lunes!
Nótese el sarcasmo, por favor.
Tengo que admitir que la peor parte no eran los autos que pasaban sobre los charcos en el andén, apuntando específicamente a mi humilde persona; les juro que pararme frente al minúsculo espejo del lugar y recordar la humillación de mi trabajo, era aún peor. Me refiero a que, ¿quien decide nombrar a su café "Polo Norte" sólo para sentenciar a sus empleados a infinidades de gorros navideños y cuernos de reno? Exacto, a mi jefe.
Sin exagerar, ocupo aproximadamente tres minutos de mi día recapacitando mis acciones y reconsiderando el trabajo en Mc Donald's. Esos mismos tres minutos son los que suelo tardar en recordar que no como carne, entonces se me pasa.
-¡Te ves bien hoy, Evans! -Dijo un hombre demasiado barbudo, tomándome por los hombros.
-Igual que siempre, Señor Hunter -Sonreí aún somnoliento, dirigiendo nuestros pasos a la máquina de helados-. Usted tampoco se queda atrás.
Por supuesto que no. Él no se veía como la reencarnación personificada de Rodolfo el reno en pleno periodo de recuperación por su adicción a la cafeína. Algo desinteresado en nuestro encuentro, avancé firme a la mesada, listo para acomodar las cucharas y adicionales.
-¡Hey, hey, hey! -Exclamó Hunter, tomándome por los hombros nuevamente, solo que esta vez me sostuvo más fuerte. -No tan rápido, jovencito. Hoy te tengo una sorpresa. -Y empezó a caminar exactamente en la dirección opuesta.
Ese fue el día en el que descubrí como mi adrenalina activa mis sentidos de defensa personal, los cuales me vi obligado a relajar luego de unos tres pasos. Juré por dios que si ese señor se pasaba de mano, lo mataría. Pero no lo hizo. En su lugar, me dirigió al mostrador principal, el cual parecía una recepción al taller de Lucifer gracias a la combinación de el rojo y mármol.
El señor Hunter apuntó a algo con ambas de sus manos abiertas, soltándome en el proceso. Expresó una de las sonrisas más falsas que había visto hacia el momento y me miró fijamente. Y siguió mirándome. Fijamente. Ayuda.
-¿Qué piensas? -Preguntó algo confundido por mi nula reacción.
-Em... ¿los colores son bonitos? -Dije confundido, aunque no esperé que sonara tan dudoso.
-¡La caja! ¡Estás oficialmente ascendido a la caja registradora! -Soltó justo antes de que Janine saliera del baño de hombres con maracas en sus manos, moviéndolas de una forma poco entusiasta, a juzgar por su cara de póker.
Bien. Así que algo sí superaría el uniforme. Me quedé en silencio, esperando a que las piezas encajaran y que no tenga que hablarle a gente extraña usando esa ropa. Y no, nunca lo hicieron.
-¿Ves, Janine? ¡Lo dejé anonadado! -dijo Hunter orgulloso de si mismo, mientras yo hacía un esfuerzo sobrehumano para parpadear-. Sabría que le gustaría.
-Oh, santo cielo, señor. Tenía toda la razón. -Dijo la asiática sin siquiera dirigirnos la mirada, arrojando las maracas en uno de los cestos con forma de bastón de caramelo más cercano.
¿Ya les dije que los cestos tienen forma de bastón de caramelo? ¿Y que están por todo el lugar?
Bien, ya te tomaste tu descanso. Ahora habla, idiota.
-Gracias, Hunter. Es un honor. -Dije inexpresivo. Él solo se dignó a darme unas palmaditas en la espalda e irse.
Visualicé la caja registradora por unos segundos. Pensándolo bien, no estaba tan mal: tal vez parecería intelectual al saber cómo usarla. Podía utilizarla como arma mortal, al igual que cualquier adolescente a un auto nuevo. Tenía su lado positivo, no lo niego. Divisé una nota pegada al cristal de la pantalla, y la letra de Hunter era más que evidente.
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Lunes en el Polo Norte
أدب المراهقين"Ho, ho, ho. Bienvenido al café Polo Norte. ¿En qué puedo ayudarte?" Estúpido, vergonzoso, denigrante, etcétera. Podía pensar en mil y un insultos acordes a mi trabajo, pero ninguno lo describiría en su totalidad. Me refiero a que, ¿qué tan chiflad...