VI

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septiembre 20, 2019.

Las seis de la tarde es la mejor hora para salir a andar. Díganme lo que quieran, no cambiarán mi parecer. Habían veces en las que, si terminaba antes mi trabajo en el café, malgastaba un poco de tiempo para salir a la calle a este horario. Era solitario, pero no tanto: solo lo suficiente como para emanar paz.

La calle donde vivía daba un aspecto exclusivo, tal vez por la poca cantidad de casas que había o porque, entre las pocas que existían, había una distancia considerable. La realidad es que nadie ansiaba vivir allí gracias a las constantes sirenas de ambulancias, pues el hospital estaba bastante cerca y se veían obligadas a cruzar nuestro vecindario. Ya entendieron por qué Larissa eligió esta ubicación.

Las luces del piso de arriba estaban encendidas, y la imagen de mi hermana doblando desesperada mi ropa se me hizo extraña. Caminé hacia la entrada y giré las llaves. Al entrar, dejé mis zapatos al costado de la puerta y colgué mi mochila. Me dirigí al salón y-

No puede ser.

—¡¿Cómo mierda has entrado?! -Pregunté entrando en pánico.

Amaris soltó una carcajada. -¡No seas tonto! Te acompañé hasta aquí el otro día. -Recordó sin rastro de vergüenza. -Y además, vivo demasiado cerca.

—¿Mi hermana te dejó entrar? -Presioné mis dedos contra el tabique de mi nariz, esperando encontrar algo de paciencia.

—Ajam. -Rió- Me dijo que tu cuarto era un desastre, y que espere aquí hasta que lo mejore un poco. Insistí en que no lo hiciera, pero parecía verdaderamente espantada.

—¡Larissa! ¡Sal de mi cuarto! -Grité corriendo en dirección a las escaleras.

Abrí la puerta de mi habitación y me congelé en el lugar. Mi hermana había organizado todo, desde la ropa en el suelo hasta mis funkos de Harry Potter. No había nada fuera de su lugar, lo que me dio a entender que para limpiar a esa velocidad verdaderamente se necesitaba talento (del cual, claramente, yo carecía). Larissa soltó el último par de pantalones por doblar sobre la cama y puso sus manos a ambos lados de su cintura, dando una postura amenazante.

—No digas nada. -Susurré.

Rodó sus ojos agotada y caminó hasta la puerta. Observé atento sus movimientos, rogando que no arroje un zapato a mi cara. Cuando estaba por salir, se volteó enfurecida y, evidentemente, me arrojó un zapato.

—¡Ouch! -Grité.

—¡La próxima vez que decidas jugarte tu papel de hetero, al menos asegúrate de limpiar tu cuarto! -Soltó, y juro haber visto sus ojos tornarse rojos.

—¡Yo no la invité! -Respondí mientras la veía bajar las escaleras. -¡Y tengo las cosas bastante claras, para tu información! -Añadí.

No hubo respuesta. En su lugar, sentí unos pasos más ligeros subir los escalones, los cuales frenaron cuando Amaris llegó a la puerta de mi habitación. Agotado, me lancé sobre la cama (y sobre el pantalón que Larissa había dejado) y cerré los ojos.

—Tu hermana me pidió que te diga que te pudras. -Soltó. Le respondí con una risita- ¿Puedo arrojarme a tu lado?

—Si no hay de otra. -Respondí con los párpados aún unidos, moviéndome un poco a uno de los extremos del colchón.

—Calla, sabes que disfrutas de mi compañía. -Dijo sin dudarlo, dejando su peso caer en el otro lado de la cama.

El nivel de confianza que emanaba esa mujer era inexplicable.

Nos mantuvimos callados un segundo, y yo podía sentir la mirada de Amaris recorriendo cada rincón del lugar. No había mucho que observar: sólo una mesa de madera con un pequeño ordenador y una estantería repleta de libros y funkos. En el otro extremo había un póster de la primera película de Capitán América y un armario incrustado en la pared. La decoración no era lo mío, y se evidenciaba bastante.

Lunes en el Polo NorteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora