III

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Septiembre 13, 2019

-¡Mira quién está aquí! -Dijo la mujer con entusiasmo mientras me guiaba a Eva.

Esa bolita celeste regordeta era la cosa más hermosa del mundo. Con tan sólo verme, comenzó a reír a carcajadas y a saltar en el lugar, como si le hubieran contado el mejor chiste del universo. La tomé por debajo de los hombros y la levanté, a lo cual ella respondió apoyando su cabeza en mi hombro.

-Otra vez, lamento lo de esta mañana. -Me disculpé avergonzado.

-No se preocupe, pasa todo el tiempo. -Respondió mientras me ofrecía un bolso rosa con la palabra "Eva" bordada en él. -De seguro la Larissa necesitaba esos minutos extras de sueño.

Agradecí y me retiré del lugar, aún inconforme. Si bien las enfermeras cumplian el rol de "segunda familia" de mi sobrina, no era su principal responsabilidad.

Me acerqué a la recepción del hospital y pregunté por mi hermana. Antes de que el pobre señor lograra articular una respuesta, Larissa se acercó corriendo a nosotros.

-¡Tengo que presenciar una operación en cinco minutos! Llegaré a casa tarde. ¡Wow, si que saliste temprano! -Dijo con una velocidad inexplicable. -Puede que llegue tarde hoy, lo siento. Hay pasta congelada en el refri, intenta no quemar el microondas ni derretir ningún tipo de plástico. -Besó la mejilla de Eva y se alejó a toda prisa. -¡Los amo, cuidense!

Y allí me quedé, quieto como una piedra. A diferencia mía, mi hermana si que se alimentaba a base de cafeína.

Miré a la bebé, quien inclinó levemente la cabeza, como si pidiera explicaciones.

-Parece que seremos solo tú y el tío Isaac. -Le dije antes de hacerle un par de cosquillas.

Sí, reí. Pero puedo jurarles que, muy adentro, estaba muerto de miedo.

Bueno, no había sido tan difícil. Dormir a Eva solo había costado tres episodios de Pocoyo, un par de recalentadas de leche para biberón, un peluche que tardó añares en aparecer y una canción con la que creo que voy a tener pesadillas.

Cerré la puerta de la habitación principal con extremo cuidado y, cuando lo logré, sentí que me había vuelto el aire a los pulmones. Me encaminé exhausto al sofá y, sin más preámbulo, me arrojé en él.

Siempre había admirado a mi hermana. Nunca me negué a la idea de que, tener un bebé a una edad relativamente temprana, era complicado. Sobretodo cuando el estúpido progenitor del mismo decide no hacerse cargo, como si la niña hubiera llegado por arte de magia. Larissa hacía parecer todo tan simple: se encargaba de mi, de una hija y de una carrera universitaria sin terminar. Era fuerte, y siempre me pregunté si podía llegar a ser como ella.

Como si inconscientemente hubiera escuchado mi llamado, mi hermana cruzó la puerta principal. Soltó aire y rio al ver mi posición. Haciendo un par de sonidos rezongones más, se quitó los zapatos y, instantes después, sentí un peso más en el sofá.

-¿Lleva mucho tiempo dormida? -Preguntó con la cabeza escondida en los cojines.

-Cinco minutos, más o menos. -Respondí aún con los ojos cerrados.

Silencio.

-Escucha, ¿podrías cuidar de ella el domingo?

¿Domingo? Pero si no teníamos nada planeado.

-Claro. No hay problema.

Uno. Dos. Tres. Cuatro.

-Anda, pregunta. -Alentó divertida.

Lunes en el Polo NorteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora