Septiembre 13, 2019
Viernes. Hoy es viernes. Es viernes, son las ocho y cuarto. Hoy es viernes, son las ocho y cuarto, debía abrir el café a las ocho.
-Mierda. -Murmuré casi saltando de la cama.
Corrí hacia el armario, tomé los primeros pares de zapatillas que encontré y desconecté mi teléfono del cargador. Un instante antes de salir por la puerta, recordé que eso requeriría un uniforme estúpido, el cual saqué de uno de los cajones a la velocidad de la luz.
Bajé las escaleras a toda velocidad y me dirigí a la habitación principal.
-¡Larissa, es tarde! ¡Deja a Eva en la guardería del hospital, seguro entenderán! -Dije golpeando a su puerta desesperadamente hasta que una cabellera enmarañada se asomó por la misma.
-Calla, estúpido. Vas a despertarla. -Ordenó con cara de pocos amigos.
-Lo siento, no podré dejar a Eva en la guardería. -Me disculpé acercándome a su rostro para besarle la frente. -Cuando salga del café la llevo al parque, lo prometo.
-Pero si ni siquiera entiende lo que es un tobogán. -Oí pensar en voz alta.
-¡Pues disfrutará de la compañía del mejor tío del mundo! -Grité divertido mientras salía por la puerta.
Listo. Ahora, a correr.
No se si fueron cinco, diez o treinta minutos los que tardé en darme cuenta de que aún llevaba puesto el pijama. Podría haber vuelto a buscar algo mejor, pero ya había llegado a la manzana del café. Y, para mi desgracia, ya había gente en la puerta. Guardando la poca dignidad que me quedaba en el bolsillo, tomé el delantal y me lo pasé por el cuello, acomodándolo de tal forma en la que mi pijama se evidencie lo menos posible. Desdoblé mi gorro navideño y completé el uniforme.
Mientras más cerca estaba de la puerta del lugar, más me arrepentía de... básicamente todo.
-¡Theo! Estábamos esperándote. -Dijo la pelinegra entusiasmada, sosteniendo su bicicleta.
Sin darle importancia, saqué la llave de mis pantalones a cuadros y la coloqué en la cerradura. ¿A qué hora se despertaba esta gente?
-Mientras no estabas, decidí hacer amigos. -Continuó. -Por ejemplo, conocí a Janine. ¡Adoro a esa chica!
Abrí las puertas del lugar y, casi por arte de magia, todos los que allí trabajaban volaron a sus puestos. Mientras encendía las luces del cartel de "Polo Norte", Janine pasó por mi lado, y juro haber percibido un suave "sálvese quien pueda". Era un hecho: la niña de mechas rosas tenía una personalidad no tan apta para cualquiera.
Caminé hacia la caja registradora y la encendí. Por la ventana a mi lado, observé a aquella chica encadenar su bicicleta en un árbol, para así después cruzar las puertas del lugar con una sonrisa enorme. Se acercó a donde yo estaba y, al igual que hace unos días atrás, me observó atentamente.
-¿En serio me harás decirlo? -Pregunté arqueando una ceja.
-Muy en serio. -Respondió segura.
Santo cielo.
-Ho, ho, ho. Bienvenida al café "Polo Norte". ¿En qué puedo ayudarte? -Sonreí falsamente.
-Estoy segura de que tu jefe estaría orgulloso. -Rió, y yo me pregunté cuánto tiempo más podría aguantar sonriendo de esa forma. -Un chocolate caliente, pero con un poco de crema batida y café.
-¿No ordenaste eso la última vez? -Solté confundido.
-Yo te lo advertí: si tienen el mejor chocolate del pueblo, no voy a rehusarme a probarlo cuantas veces pueda. -Aseguró apoyando sus puños en la cintura, como si fuera algún tipo de superhéroe.
Reí por lo bajo, escribiendo mis iniciales en el recibo. -Ten, invita la casa. Siento el retraso.
Sus ojos se abrieron de par en par, como si le hubiera regalado un pase V.I.P. a Disneyworld.
-Tú, muchacho, sí que sabes como hacer amigos. -Estiró su mano frente a mi. -Mi nombre es Amaris. Lo sé, es épico.
Estreché su mano. -Isaac.
-¿Y qué pasa con "Theodore"? -Preguntó confundida.
-Larga historia. -Ví por encima de su hombro y noté a una señora pasar por la puerta, acercándose a donde yo estaba. -Anda, o Jared morirá del aburrimiento.
-¡Es verdad! Lo siento. -Casi gritó mientras soltaba mi mano. Mientras corría a la isla de Jared, soltó: -¡Un gusto, Isaac!
Ojalá los dioses me hubieran bendecido con esa energía a las nueve de la mañana. O tal vez la de la señora que se acercó a la caja, quien con sólo una dona y un café pequeño podía activar todo su sistema. A mi, en cambio, me costaba poco más que unas tres tazas de café quitarme el sueño. Claramente, gracias a la carrera de esa mañana, no había podido comer siquiera una rodaja de pan, lo que comenzó a evidenciarse alrededor de las tres de la tarde.
Solo faltaba una hora para irme a casa, beneficio que había conseguido después de rogarle por semanas a Hunter un respiro, pero mi estúpida mente había decidido que era hora de dormir. Mis ojos pesaban y, por mera coincidencia, había encontrado una posición considerablemente cómoda, apoyando mi codo a un lado de la caja registradora y sosteniendo mi cabeza. Casi ni noté cuando comencé a desvanecerme.
-¿Disculpa? -Escuché una voz.
Mierda.
Salté de mi lugar y, gracias a mi fiel equilibrio y el estúpido suelo de cerámica, caí de lleno. Murmuré algo que ni yo alcancé a comprender y, al instante, tenía al portador de esa voz en cuclillas a mi lado. ¿Había saltado sobre el mostrador?
-¡Lo siento, no era mi intención asustarte! -Soltó preocupado.
Tomé su mano en cuanto me la ofreció, y casi ni alcancé a analizarlo de reojo mientras acomodaba mi sexi uniforme. Unos segundos después, levanté mi rostro y lo enfrenté.
Mamma mia.
-¿Estás bien? -Preguntó.
Nunca había sido fan de los ojos cafés, pero no me oponía a la idea.
-Si, gracias. -Aún estábamos tras el mostrador. -Lamento esa escena.
Rió por lo bajo.-Tranquilo, me sucede todo el tiempo.
Nota mental: buscar un calzado menos resbaladizo, o puede que acabe besando el suelo.
Silencio incómodo.
-Oh, lo siento. -Murmuró acercándose nuevamente a la mesada, saltándo sobre ella sin mero esfuerzo.
Okay, los dioses tampoco me bendijeron con esa fuerza.
-Ahora sí. -Soltó acomodándose debidamente frente a la caja registradora. -Buenas tardes. Me gustaría una dona de caramelo, por favor.
Ángeles, llévenme ya.
Tecleé su órden, imprimí su recibo y escribí mis iniciales en él. Sin decir mucho, le entregué su cambio y, tras un "gracias", se acercó a Janine. O al menos ese era su plan hasta que analizó el papel.
-Lo siento, ¿T.I.E.? -Preguntó curioso.
Tal vez, el explicarle a centenares de niñas el significado de esas letras había valido la pena todo este tiempo.
-Es mi nombre. -Expliqué- Theodore Isaac Evans. Sirve para registrar quien recibió tu orden.
Soltó un "oh" , se fijó en su recibo una última vez y me miró. Hizo una mueca que no logré descifrar y retomó su camino hacia la isla de las donas.
Estaba hundido en mis propios pensamientos cuando oí a Hunter.
-¡Evans, acabó tu turno! ¡Janine, toma su lugar! ¡Jared, encárgate de ambas islas!
Sin pensarlo dos veces, me quité el uniforme, corrí a la máquina de café y, mientras firmaba mi retirada, olí mi delicioso latte recién hecho. Atravesé la puertita del mostrador y oí a alguien exclamar "¡Con que así es como se cruza!". Giré mi rostro y saludé al rizado con un simple movimiento de mano, al cual respondió con el mismo gesto.
Adiós Polo Norte. Nos vemos el lunes.
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Lunes en el Polo Norte
Teen Fiction"Ho, ho, ho. Bienvenido al café Polo Norte. ¿En qué puedo ayudarte?" Estúpido, vergonzoso, denigrante, etcétera. Podía pensar en mil y un insultos acordes a mi trabajo, pero ninguno lo describiría en su totalidad. Me refiero a que, ¿qué tan chiflad...