XI

39 8 3
                                    

Octubre 5, 2019

-Quiero morir.

-No vas a morir.

-Tal vez no venga.

-Va a venir.

-Tal vez es hetero y lo descubra después de salir conmigo.

-Dios santísimo. -Soltó Larissa con tono agotado. Dejó con fuerza la espátula de madera sobre la mesada de la cocina y se volteó en mi dirección- Deja de dar vueltas, ahuecarás el suelo y sabes que no voy a pagar por uno nuevo.

-Debí decirle a Amaris que no me interesaba su hermano. -Ignoré a mi hermana. Acerqué mi mano a mis labios y mastiqué mis uñas.

-¿La niña que durmió contigo el mes pasado? -indagó.

-¡No eres de ayuda! -Exclamé, corriendo desde la cocina a la sala, desesperado por arrojarme rendido al sofá.

Dicho y hecho. Me abalancé sobre el mueble y hundí mi rostro entre las almohadas. Nunca le creí a las novelas adolescentes sobre los nerviosismos de la temida "primera cita", pero admito que estaba a punto de explotar. Sin desenterrar mi cabeza, moví mis manos y acomodé la capucha de mi abrigo con esperanzas de desaparecer aún más.

Cuando el teléfono sonó, la idea de correr a responder la llamada no estuvo ni cerca de cruzar mis pensamientos. En su lugar, esperé a oír como Larissa volvía a soltar la espátula sobre la encimera y se acercaba a la mesita donde el aparato no dejaba de sonar. Cabe aclarar, estaba ubicado justo a un lado del sofá.

-Idiota. -Espetó mi hermana justo antes de volver a la cocina, esta vez con el teléfono entre sus manos.
Definir lo que estaba ocurriendo dentro de mi en ese momento era imposible. Tenía miedo, estaba nervioso, quería correr, estaba feliz (demasiado, a decir verdad), etcétera, etcéterísimo. No podía creerlo, ¡Tenía una cita! Y no con cualquier persona, sino con alguien que Janine compara con el mismísimo Chris Evans. ¡Tenía una cita con mi propio Capitán América!

Querido Isaac: ves demasiadas películas.

Casi ni escuche a Larissa cuando dejó el teléfono en su lugar inicial. Es más: de no haber sido por cómo se arrojó sobre mi espalda, es posible que ni lo hubiera notado.

-Deja de llorar. -Ordenó mientras removía los almohadones en donde intentaba, sutilmente, ahogarme- Tengo la información de que no eres el único insportable en estos momentos.

-¿Quién te dijo eso? -Pregunté extrañado.

-Tu amiga acaba de llamar. -explicó- Según ella, se vio obligada a encerrar al príncipe azul en el baño para que obedezca y se duche. -Sentí como acercaba su rostro al mio y respiraba profundo. -Dios, no me obligues a hacer lo mismo.

Desenterré mi cabeza del sofá y la miré a los ojos, manteniendo la esperanza de demostrarle el terror que sentía. Supongo que lo notó, pues relajó su expresión, acercó su mano a mi rostro y acomodó un par de cabellos rebeldes que cubrían mi rostro.

-Todo estará bien, en serio. -Recalcó y suspiré. -Pero no miento, tienes que ducharte. -Comenzó a acomodarse, saliendo del sofá y parándose. -Compré un shampoo de vainilla, sé que el aroma te encanta. Tal vez a Connor también le guste. -Dijo y guiñó un ojo.

Cuando volvió a la cocina, me propuse obedecer sus órdenes. Mientras me duchaba, confirmé que era cierto: el aroma a vainilla me alucinaba. Agradecí internamente a mi hermana por conocerme a tal nivel, le debía bastante.

Decidí no esforzarme tanto con mi atuendo, por lo que solo llevaría una camiseta blanca sin estampado y un par de jeans de color gris oscuro. A pesar de que consideré usar una de mis preciadas vestimentas frikis, llegué a la conclusión de que eso ya sería demasiado.

Lunes en el Polo NorteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora