Septiembre 25, 2019
-Y así... -junté arena- es como haces... -Volteé el molde- un hermoso... -golpeé la superficie- ¡castillo!
Desmoldeé la figura y, definitivamente, una pequeña torre sin detalle alguno quedó firme sobre el arenero. Eva soltó una risita entusiasmada y cubrió su rostro con ambas manos, como si no pudiese creer lo que sus ojos estaban viendo. ¡Su tío le había construido un castillo! Claro que se emocionó aún más al descubrir lo fácil que era destruirlo, pero la intención valía.
Larissa había salido en otra de sus citas con el gran y fabuloso Patrick, y me había encargado la tarea de cuidar de mi sobrina el tiempo que sea necesario. Por supuesto que no me negué, desde hacía bastante tenía ganas de llevar a Eva al parque de la ciudad: al haber tan pocos niños en el vecindario, era más seguro para una bebé jugar en la arena, pues no había nadie que se atreviera a arrojársela en los ojos.
El café había estado tranquilo por la mañana y el Señor Hunter, más amable de lo normal gracias a sus vacaciones por Hawaii, insistió en que estaba pálido y necesitaba descansar. Así fue como me envió a casa a, literalmente, dormir por el resto del día. Era una de las ventajas de tener un jefe rico en un lugar exitoso: tenía pasta de sobra. Un día más, un día menos: no hacía la diferencia. De seguro Janine estaba emocionadisima de reemplazarme en la caja registradora.
Eva tomó con ambas manos el molde de castillo y me lo ofreció concentrada, como si esperara que volviera a hacer ese maravilloso truco. Reí enternecido.
-¿Quieres que vuelva a hacerlo? -Pregunté insistente, esperando de que diga algo más que un par de balbuceos.
Inclinó su cabeza y parpadeó con sus ojos fijos en mi, para después enfocarlos en el molde que yo ya había tomado y dirigirlo a la arena. Volví a reír y, siguiendo sus indicaciones, sumergí la figura para, una vez llena, volver a voltearla en el suelo. En momentos así, sentarse con pantalones negros sobre la arena merecía la pena.
Estaba tan sumergido en las risas de mi sobrina que casi ni me inmuté del sonido de unos zapatos acercándose a mi. Volteé por insinto y lo primero que noté fueron un par de borcegos negros estacionados a veinte centímetros de mi. Recorrí las piernas hasta llegar a un abrigo largo, y no tardé en reconocer el rostro de quien lo llevaba puesto.
-Hola. -Saludó nervioso, sosteniendo una bolsa de papel en cada mano.
-Hey. -Respondí confundido, sorprendido y muchos otros "ido" en los que no pude pensar en ese momento. -¿Connor, verdad?
-Él mismo. -Rió y apuntó un punto a mi lado- ¿Puedo?
No salgas corriendo, no salgas corriendo, no salgas corriendo.
-Claro. -Accedí mientras tomaba a Eva y la sentaba en mi regazo.
La bebé se acomodó en mis piernas cruzadas y, una vez conforme, volvió a tomar el castillo y comenzó a llenarlo de arena.
-Entonces, ¿andabas de paseo? -Pregunté sutilmente, intentando iniciar una conversación que me quitara las ganas de huír.
-Fui al café hace un rato, me extrañó que no estuvieras y pregunté por ti. -Se quitó el gorro y peinó su cabello con su mano libre. -Nos traje donas.
Me obligué a dejar de analizar sus facciones y, en su lugar, fijé mi vista en las bolsas que había visto instantes anteriores.
Definitivamente es más que una persona bonita. A Amaris le encantará saberlo.
-¿Y cómo sabías exactamente que me encontrarías aquí? -Indagué.
Soltó una risita, con su gorro ya acomodado, y me miró divertido. El marco transparente que rodeaba sus lentes le daba el toque a la situación.
-Digamos que no había muchos lugares donde buscarte. Es un lugar pequeño. -Fijó sus ojos en Eva- Buenas tardes a usted también, Ma'am. -Saludó y, como si se tratara de un auténtico adulto, le ofreció su mano.
Bueno con los niños. Cincuenta puntos para Gryffindor.
Curiosa, mi sobrina rodeó una diminuta porción de la mano de Connor con ambas suyas. La analizó un par de segundos y lo miró a los ojos asombrada. Tal vez le hacía gracia la diferencia de tamaño, o tal vez era consciente de que estaba tomada de la mano con un chico verdaderamente guapo. Casi por instinto, ahogó una risita.
-Ella es Eva, la jefa de la casa. -Bromeé.
Connor estaba embobado con la ternura de la niña, ¿Y quien no lo estaría? Ser bebé y tener ojos claros lanzaba cierto hechizo a las personas, y ni hablar de la buena primera impresión que generaba.
-¡Pero si es bellísima! -Coincidió. Me miró a los ojos y juraría que, por al menos un instante, analizó mi rostro- Hasta se parece a tí. -Tomó una de las bolsas y me la ofreció- Ten, es glaseada.
Wow.
-Gracias. -Tomé el paquete y desenvolví la dona frente a Eva, quien analizó atentamente cada uno de mis movimientos. Corté un trozo minúsculo y lo acerqué a su boca- La tuya es de caramelo, ¿no?
-¿Acaso existe otra? -Bromeó y dio un mordisco- Por supuesto que es de caramelo. Me agrada haberte acostumbrado a mi orden, tengo pensado pedirla todo el tiempo que sea posible.
-Me parece bien. -Imité su acción- Eres de los únicos clientes que, al menos, se gasta en saludar. -Rió y me miró incrédulo. Corté otro trozo de dona y se lo ofrecí a Eva- ¡Es cierto! La gente suele dejarse sus modales en casa. Es un desastre.
-No lo dudo. -Limpió sus manos en los costados de sus jeans- Pues, de nada.
Le dí un leve golpecito a su pierna, gesto que le causó gracia. Coloqué las manitas de mi sobrina en cada lado del cuarto de dona restante y ella no dudo un segundo en llevárselo a la boca. No había dudas de que era una golosa.
Tiré ambos brazos hacia atrás y me apoyé en ellos, cerrando los ojos para no dejar que el sol me moleste. Oí un papel arrugandose y sentí a Connor acomodarse en la misma posición que yo.
-¿Qué hacemos, exáctamente? -Preguntó curioso.
-No lo sé, pero suelen hacerlo en las películas para relajarse. -Admití.
-Está bien.
Abrí los ojos y allí estaba, con los suyos cerrados, respirando con calma. Estaba callado, y hasta parecía respetar la paz del momento. La plaza seguía vacía, lo cual hacía el momento aún más especial.
Tomé a Eva, quien ya se había devorado la dona, y la acomodé contra mi pecho. Era parte de su costumbre: comía e, instantáneamente, caía dormida. Y así fue: hizo pequeños puños con sus manos a ambos lados de su cabeza, cerró sus ojos y respiró pesadamente. Volví a recostarme sobre mis brazos y noté la mirada de Connor sobre mi.
-¿Qué? -Solté intrigado por la forma en la que me veía. Había algo raro; tal vez en cómo achinaba los ojos, o quizá en la sonrisa que luchaba en no esbozar.
-Nada. -Parpadeó- Sólo intento descubrir tu personalidad. -Finalmente, sonrió avergonzado.
-¿Y crees que tienes suficiente material como para llegar a una conclusión? -Desafié divertido, quitándole unos cabellos rebeldes de la cara a Eva, quien dormía plácidamente. -¿O tendré que leerte mi horóscopo? -Reí.
-No, está bien así. -Soltó en un respiro. Miró a mi sobrina una última vez y, posteriormente, clavó su mirada en mi. -¿Puedo pedir tu número?
Con que eso era.
Incrédulo, e intentando disimular como el corazón me latía a mil por hora, fijé la mirada en Eva. Sonreí.
-No veo por qué no.
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Lunes en el Polo Norte
Teen Fiction"Ho, ho, ho. Bienvenido al café Polo Norte. ¿En qué puedo ayudarte?" Estúpido, vergonzoso, denigrante, etcétera. Podía pensar en mil y un insultos acordes a mi trabajo, pero ninguno lo describiría en su totalidad. Me refiero a que, ¿qué tan chiflad...