•Capítulo 9•

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Luke

Cincuenta y cinco dólares y cincuenta y cinco centavos.

Todo en centavos.

Parpadeo, parpadeo, parpadeo ante ese número en el recibo. Es un buen número. Un número sólido. Un número digno. El número.

Mis venas siempre vibran con una electricidad extraña que no me pertenece.

Buzzzzzzzzzz.

Buzzzzzzzzzz.

Buzzzzzzzzzz.

—¿Todo aquí? —exijo, mi voz aguda incluso en mis oídos. Estoy mayormente impresionado porque pude sacar mi pregunta en absoluto.

Ciento once rollos.

Cinco sueltos.

Ciento trece gramos por rollo.

Dos punto cuatro nueve por moneda.

Setecientos ochenta y siete punto cincuenta y cuatro en total.

—Cada centavo —dice la cajera, el sonido de su voz recortada. Es el mismo tono que Nora usa conmigo. Todo lo que hace es hacer que desee una voz más blanda. Una voz más suave. Una voz como la de Jack, una voz que me hable cuando mi cerebro elige ignorar el resto.

No le agradezco porque no quiero esta vez, no porque no pueda. Meto mi botín en mi bolsa de lona gigante. Es pesada y gruño mientras la tiro sobre mi hombro antes de salir del edificio sin mirar atrás. Una vez fuera,me dirijo en línea recta hacia el auto de Jack, donde me está esperando.

Después de empujar el pesado bolso en la parte posterior, me siento en el asiento delantero y cierro la puerta. Me balanceo en mi asiento y mi cuello duele por el movimiento.

Cada viernes.

Cada viernes salimos de la casa para ver a la doctora Cohen y hacer nuestros recados.

Odio los viernes.

Buzzzzzzzzzz.

—¿Conseguiste lo que necesitabas? —pregunta.

—Mikey–Mikey —gruño.

Él suelta una bocanada de aire.

—Su cita es el próximo mes. Yo lo llevaré. Pensé que tú y yo podríamos ir solos hoy.

Quiero decirle que la única razón por la que me gustan los viernes es por él. Está en la punta de mi lengua. Me hace cosquillas y me provoca para escapar. Mis dientes se tensan. Doblo mi mano en un puño y lo
golpeo en el tablero.

¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!

Jack guarda silencio mientras conduce el auto. La inquietud aumenta y cae dentro de mí. Como esos juegos de carnaval que solíamos jugar con papá, donde disparábamos agua en un objetivo y veíamos qué tan alto podríamos hacer que subieran las ranas.Jack siempre hacía que
su rana subiera a la cima. Yo nunca podía sacar mi rana del fondo.

—Mientras estés con la doctora Cohen hoy, necesito ir a la tienda de la esquina. ¿Eso va a estar bien? —Su voz está tensa. Casi temblorosa.

Quiero agarrar a mi hermano por la mandíbula y sonsacarle las palabras que está escondiendo dentro de él. Se están escondiendo profundas, fluyendo de él como ondas en la superficie de un lago. Algo está haciendo que el agua se mueva. Quiero saber qué.

Mis labios se contraen. Las palabras se balancean en mi lengua, dando vueltas de aquí para allá, pero nunca caen de mi boca. ¿Por qué vas a esa tienda, hermano? Dime por qué.

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