15. Ruido y silencio

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A Keisi le dieron el alta bajo el estricto seguimiento de una enfermera domiciliaria. La joven osó reclamar que no la necesitaba y juró no recaer en la adicción o en una dieta riesgosa, pero su médico insistió en asignarle ayuda física y terapéutica hasta nuevo aviso.

Desde el día que regresó a clases, miles de ojos curiosos la escoltaron. Cuando caminaba por los pasillos, oía voces murmurando su nombre con recelo. En el aula, la profesora le preguntaba a cada instante si se sentía bien. Durante el almuerzo, el director se aseguraba de que comiera hasta el último bocado. Y cada vez que quería ir al tocador, sus amigas corrían a acompañarla.

Keisi estaba sofocada por las malas lenguas y los cuidados excesivos. Sentía que había vuelto a tener dos años.

Un jueves a la tarde, logró escaparse de la clase de literatura y salió al patio delantero. Se sentó en el borde de la fuente y miró el portón de salida. Su mano se hundió en el bolsillo de su uniforme y buscó un cigarrillo, pero la sacó al recordar que se los habían confiscado.

─No fumarás uno en mucho tiempo ─le recordó Alanis.

Keisi rechinó los dientes.

─Lárgate. Quiero estar sola.

─¿No me extrañaste?

─No me dieron tiempo ni espacio para extrañar a nadie.

Su ideal se sentó junto a ella, pero Keisi se alejó y replicó:

─No quiero charlar ni tengo por qué dar explicaciones.

─¿Quieres saber mi opinión?

─No.

─Estás molesta porque te acostumbraste a hacerlo todo a tu manera.

─Dije que no quería saber tu opinión.

─¿Qué hay de mí? ¿Te intimido?

─¿Por qué me sentiría intimidada por alguien como tú?

─Porque soy la que ahora tiene el control sobre ti. Sabes que si no fuera por mí, probablemente estarías muerta. Estoy atada a tu pensamiento y no puedes despegarte de lo que te digo.

─No tengo tiempo para esto.

Keisi se levantó y se marchó antes de que su ideal siguiera lavándole la cabeza con estupideces. Pese a haberse alejado lo suficiente, escuchó la voz de Alanis retumbando en los oídos como a través de un megáfono:

─Espero que algún día aprendas a valorar lo que tienes. Cuando yo estuve en tu lugar, nadie se preocupó por mí.

Esa misma noche, Keisi decidió volver a las pistas de baile. Su ideal supo que no era una buena idea. Ella, mejor que nadie, conocía las movidas juveniles en discotecas, anteriormente lucraba con y a costa de ellos. Le advirtió que se cuidara, pero la terrestre ignoró sus palabras.

Entraron al club más concurrido de la ciudad. Los reflectores paseaban sobre los asistentes y revelaban rostros sudorosos, cuerpos pegados y paquetitos deslizándose de mano en mano. La música alcanzaba niveles estruendosos. Las máquinas de humo se disparaban cada dos minutos y opacaban la vista. En esas condiciones, ya nadie sabía dónde estaba ni con quién.

Eitan se preguntó cuál era la gracia de lugares como ese. El olor a transpiración era sofocante, los movimientos pélvicos que lucían algunos, bochornosos, y ni hablar de los ridículos que buscaban ligar. Pero a Boris le gustaba hundirse en el sudor de la gente e intercambiar fluidos, entonces debía soportarlo.

Las primeras horas no fueron tan fastidiosas. Eitan se entretuvo contando las veces que Boris y sus amigos fracasaban en sus intentos de conquista. La cifra de rechazos alcanzó un total de veintidós; trece de ellas fueron declaradas con bofetadas y una, con un escupitajo. Cuando finalmente comprendieron que no estaban de suerte, el grupo se reunió alrededor de la barra para discutir un plan alternativo.

Idealidad: El retorno al origenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora