31. Cuando subí al auto de mamá

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Al parecer la persona que nos salvó de estar atrapados en el auditorio fue James, quién abrió la cerradura con métodos pocos comunes y de legalidad dudosa, nada extraño considerando que decían que estaba en una pandilla. La presidenta Laura lo convenció de hacerlo.
Sophie y yo tuvimos que devolver los disfraces al club de teatro y nos reprendieron por tomarlos sin permiso.
Sophie y yo nos hablábamos más aunque ella seguía diciendo que yo era su enemigo. Pero eso no fue lo único que cambió en los siguientes días. Al parecer mi impulso de abrazar a Clyde renació los rumores sobre nosotros pero para nada eran negativos esa vez. Lo pensaran o no, todos creían que éramos la pareja más adorable del mundo. A mí me gustaba saber que al menos ya no nos atacaban pero a Clyde le estresaba que todos nos apoyaran tan abiertamente y dijeran que éramos tiernos.

— No soy adorable— se quejó él un día en el receso.
— Concuerdo— le dijo Jerome—. Eres como una especie de demonio.
— Gracias— le dijo Clyde.
— Por otro lado, Percy sí es adorable— me dijo Jerome—. Siempre pareces muy feliz.
— Últimamente todo me sale bien— dije contento.
— Pensé que todo te había salido bien en toda tu vida— me dijo Jerome.
— No todo... aunque creo que sí he tenido suerte en algunas partes— dije—. Casi parece que algo me estuviera cuidando.
— ¿Qué sería?— preguntó Jerome.
— Su hada madrina— dijo Clyde.
— ¿Percy es una princesa de Disney?— preguntó Jerome.

Clyde me observó.

— Cuando cantas, ¿Los animales acuden a ti?— me preguntó.
— No— dije—. Sólo la señora Klein pero porque dice que desafino tanto que piensa que estoy pidiendo auxilio.
— ¿Qué otras cosas hacen las princesas?— dijo Jerome.
— Viven con malvadas madrastras— dijo Clyde.
— No, eso no se aplica a Percy tampoco— dijo Jerome.
— Es que no soy una princesa— dije—. No tengo hada madrina, si la tuviera estoy seguro de que ya la hubiera visto al menos una vez.
— Y se supone que las hadas madrinas cuidan a las princesas— me dijo Jerome—. Si tuvieras una ya hubiera fracasado en eso porque dejó que salieras con Clyde.
— Es verdad, las princesas se enamoran de príncipes— dijo Clyde.
— Y tú eres lo más alejado a un príncipe que conozco— le dijo Jerome.
— Gracias— le dijo Clyde.
— Está bien que no sea una princesa— dije—. Las brujas con manzanas envenenadas me asustan.
— Pero por eso no deberías preocuparte— me dijo Jerome—. Si una bruja logra engañarte, Clyde puede romper el hechizo.
— ¿Cómo haría eso?— dije.
— Con un beso— dijo Jerome—. Recuerda que el beso del verdadero amor rompe el hechizo.
— Eso no sería necesario— dijo Clyde—. Principalmente porque si alguien un día va a hechizar gente, seré yo.
— ¿A quién hechizarías primero?— le preguntó Jerome.
— Al profesor de cálculo— dijo Clyde—. Me descontó puntos en un examen por poner el resultado de las integrales pero no las operaciones mostrando cómo llegué a esa conclusión.
— ¿Por qué no las pusiste?— le preguntó Jerome.
— Porque las hice en mi cabeza y me pareció innecesario transcribirlas— dijo Clyde.

Ellos siguieron hablando de eso pero yo ya no escuché nada. En mi mente la palabra “beso” se repetía sin parar una y otra vez.
Aunque Clyde y yo llevábamos un tiempo saliendo, todavía no llegábamos a esa parte. Es decir, sólo lo había abrazado unas cuantas veces y sólo una sostuve su mano. No teníamos muchas oportunidades para estar juntos porque mi mamá había vuelto a ir a traerme después de clases a la escuela así que ni siquiera podíamos caminar por las calles juntos.

Clyde estaba ocupado los fines de semana así que tampoco podía verlo. En realidad aunque lo hiciera no me sentía listo como para algo más. Eso no me impedía desearlo. O imaginarlo. Aunque varias veces casi me desmayo de emoción por mis propios pensamientos.

Cuando Clyde salió para confrontar al profesor de cálculo, me acerqué a Jerome. Él estaba leyendo unas hojas.

— Hola— le dije.
— Deberías leer esto. Es buenísimo. Últimamente Clyde está muy inspirado— dijo.
— ¿De verdad?
— Es como si encontrara nuevas formas de perturbar que no existían antes. Al menos no así. No sé si me alegra o si me asusta. Supongo que a Clyde le queda ese tipo de cosas. Del mismo modo que a ti te quedan todas esas cosas adorables que te gustan.
— No todo lo que me gusta es adorable— dije.
— Pero tu teléfono tiene stickers de comida con ojos.
— Los compré en una tienda de objetos japoneses.
— Por eso, no veo el problema. Te gustan todas esas cosas y está bien— dijo Jerome.
— Pero a Clyde no— dije.
— ¿Otra vez con eso? ¿Puedes pasar algún día sin que te sientas inseguro sobre tu relación con Clyde? Porque no creo que Clyde tenga tantas dudas sobre eso como tú.
— ¿Por qué crees que sea?— dije—, ¿Por qué él está bien y yo no?
— No lo sé. Deberías preguntarle— me dijo—. Aunque quizá te diga que es porque le gustas en verdad. Así como eres.
— Pero somos muy opuestos.
— ¿Y? ¿Por qué te cuesta creer que él no puede amar todo de ti de la misma forma en la que tú lo amas aún cuando no conoces mucho sobre sus gustos personales?
— Lo conozco a él— dije—. Me gusta pensar que es su verdadero yo. Aunque hay muchas cosas de sus gustos que no entiendo.
— Y él está bien con eso. Tu deberías estarlo también. Honestamente pensé que ya habías superado eso. ¿Cuál es el problema?
— ¡No nos hemos besado ninguna vez!— dije de repente.

Me sorprendí a mí mismo por decir eso. Jerome me veía sin parpadear.

— Olvida los cuentos de Clyde— dijo—. La imagen en mi mente de ustedes besándose en verdad es lo más perturbador que he imaginado. Gracias por eso.
— Pero es cierto. Y no sé qué hacer.
— Bésalo y ya— dijo él—. Pero no me lo digas si lo haces. No quiero saber de eso.
— ¿Cómo podría besarlo si aún no logro abrazarlo sin sentir que me muero?
— Entonces deberías abrazarlo primero hasta que te sientas cómodo.
— ¡Pero yo quiero besarlo ahora!
— Sí pero también podrías desmayarte, ¿No?

Jerome tenía un punto importante.

— Eres en verdad torpe— me dijo—. Sólo deja que las cosas pasen y ya. Clyde es tu novio, ya lo atrapaste y nada puede hacer que se aleje de ti.

Pero Jerome estaba equivocado. Porque para la salida, Sophie estaba esperando a Clyde en la puerta del salón.
Él se detuvo y yo también.

— ¿Podemos hablar?— le dijo ella a Clyde.
— Sí pueden— dijo Jerome—. Háganlo con toda confianza.
— En privado— le dijo ella mientras miraba feo a Jerome.
— Pero yo quería escuchar— se quejó Jerome decepcionado—. Qué injusto.
— De acuerdo— dijo Clyde.
— Entonces caminemos juntos a casa— dijo ella—. Al menos que quieras regresar junto a Percy.
— Su madre vendrá por él en su auto— dijo Clyde.
— Qué bien, entonces vamos— dijo ella.

Yo no dije nada porque me sentí terriblemente herido desde que Clyde se detuvo por ella. Y cuando aceptó caminar hacia su casa fue como si me apuñalaran en el corazón. Pero no lo dije. Me quedé sin palabras.

Caminé detrás de ellos junto a Jerome. Al salir noté que mi mamá ya estaba ahí. No quería irme con ella. Quería quedarme con Clyde y decirle que no se fuera con ella. Porque él debía irse conmigo. Porque yo era su novio. Se suponía que era como Jerome dijo, ya no podría perderlo pero... quizá nunca sentí que lo tenía. Por eso me sentía tan terrible al verlo con alguien más. Debía ser maduro y aceptar que él podría hablar con otras personas porque yo no era su dueño. Debía confiar en él.
Pero sinceramente no me sentía así.
Para ser honesto sólo quería llorar.
Pero no dejaría que vieran cómo me sentía.

— Tengo que irme— dije pretendiendo estar feliz—. Nos vemos mañana.

Salí corriendo hasta el auto. Subí al asiento del copiloto. Mamá empezó a conducir. Por el espejo retrovisor vi a Clyde hablando con Sophie.
Y me pregunté por qué me dolía tanto. No encontré una respuesta que me gustara. Y no dejé de sentirme mal hasta que llegué a casa y lloré.

Percy y el chico góticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora