18. Cuando Madonna era genial

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Pasaron algunos días y traté de enfocarme en ayudarle a Clyde con algunas asignaturas, sin embargo mientras más intentaba acoplarme a él, más notaba lo diferentes que éramos. Eso me estresaba demasiado. Necesitaba hablarlo con alguien.
Así que cuando llegué al salón de clases una mañana y Jerome apareció primero, me acerqué rápidamente a él.

— Buenos días— le dije contento.
— Hola.
— ¿Puedo preguntarte algo?— le dije.
— Claro— dijo él mientras ajustaba sus gafas.
— ¿Qué puedo hacer para ser más como Clyde?

Él me observó con rareza.

— ¿Por que quieres eso?— dijo.
— Es que me he dado cuenta de que generalmente yo soy el que siempre le estoy contando cosas y él me escucha. Así que el otro día le dije que debería contarme sobre sus gustos pero dijo que yo no lo entendería. Sé que es porque no soy como él.
— A ver, déjame ver si entendí— dijo él—. Lo que quieres es entender las cosas raras de Clyde, ¿No?
— Ajá.
— Pero él no te ha pedido nada, ¿Cierto?
— No.
— ¿Entonces por qué te angustias por eso?
— Porque quizá Clyde se aburra de mí. Él es alguien muy interesante y yo sé que soy alguien más común. Me da miedo que Clyde se canse de mí y busque a alguien que sea más como él.
— Wow, en verdad tienes a Clyde en un buen concepto— me dijo él—, ¿Has pensado en hablarle bien de él a la presidenta? A ella le agradas.
— ¿Ella sigue enojada con Clyde?
— Sólo tiene que verlo para ponerse enojada. No será algo que se irá rápidamente, aún cuando Clyde parece haberse reformado desde que llegaste. Meses de evasión y mala conducta no se van así nada más.
— ¿Crees que Clyde ha cambiado desde que yo llegué?
— Percy, eso es más que obvio. Es decir, míralo ahora. Es más sociable y trata de hacer las cosas. Sin duda él ha cambiado mucho para mejor y es gracias a ti.

Era cierto. Entonces me di cuenta de algo.

— ¡Pero yo no he cambiado nada!— dije asustado—, ¡Sigo igual que antes!
— ¿Y?
— ¡Clyde cambió por mí! ¡Es justo que yo cambie por él! ¿Debería vestirme como él?
— ¿Qué?— dijo Jerome—, ¡No! ¡Para nada!
— ¿Entonces qué hago?— dije afligido.
— Bueno, hay algo que sí podrías hacer— dijo él—. Tal vez podrías interesarte más en sus gustos. No estaría mal conocer qué le gusta. Quizá así él podría hablarte de sus cosas y tú lo entenderías.
— ¡Es una buena idea!

Pero no lo fue. En el receso se me ocurrió preguntarle a Clyde qué música le gustaba. Él dijo que le gustaban muchas bandas así que le pedí que me dijera cuáles eran.
Así que lo escuché por veinte minutos decir nombres raros de bandas sin parar, y eso que dijo únicamente las que se acordaba en ese momento.
No, no conocía a ninguna.

— ¿Qué hay de bandas clásicas?— le preguntó Jerome que también estaba ahí.
— ¿The Beatles?— le dijo Clyde.
— ¿Te gustan?— le dijo Jerome.
— A todo el mundo le gustan— dijo Clyde—. Nadie podría odiarlos.
— Significa que también te gustan bandas clásicas— le dijo Jerome.
— Sí pero no son mis favoritas— dijo Clyde.
— Creo que conozco la última que dijiste— afirmó Jerome.
— ¿Cuál?— dijo Clyde.
— While She Sleeps— dijo Jerome—. ¿No son los que tienen una canción que se llama “Silence Speaks”?
— Sí, son ellos— le dijo Clyde—, ¿Por qué los conoces? Pensé que eras más de música electrónica.
— Me gusta la música electrónica porque me ayuda a concentrarme— dijo Jerome—. Pero mis hermanos son fans de muchas bandas.
— ¡Yo no conozco ninguna de esas bandas!— dije triste—, ¡Algunos ni siquiera tienen nombre de banda!
— Está bien, creo que la gran mayoría de ellos no te gustarían— dijo Clyde.
— Quizá sí— dije—. Podría darles una oportunidad.
— Te ves como alguien que seguramente le gustan cosas más pegajosas— me dijo Jerome—. Por ejemplo em... no lo sé, ¿Taylor Swift?
— La amo— admití.
— ¡Lo sabía!— dijo Jerome.

Miré a Clyde con preocupación.

— ¿Eso no te molesta?— le dije.
— ¿Qué cosa?— dijo.
— Que me guste Taylor Swift— dije un poco avergonzado—. Pero no es mi culpa, la señora Klein siempre está escuchando música pop. Adora a Madonna tanto como yo.
— Madonna es genial— dijo Jerome.
— Lo sé, la amo también— dije.
— Está bien, ya te he dicho que puede gustarte lo que tú quieras— me dijo Clyde—. Si te hace feliz entonces está bien para mí.

Llegó la profesora Lucille. Desde la puerta le hizo señales a Clyde para que fuera hasta ella. Él se levantó de su lugar bastante confundido. Lo observamos hablar con la profesora.

— ¿Qué estará pasando?— dije.
— No lo sé, quizá le está pidiendo algo— dijo Jerome—. Y me alegro de que no me lo pidan a mí. No tengo tiempo para eso.
— Pero si sólo estás comiendo— le dije.
— No es mi culpa, Clyde sabe cocinar— dijo Jerome.
— ¿Por qué siempre te comparte su almuerzo?— dije.
— Llegamos a un acuerdo— dijo él—. Le pago para que me haga el almuerzo.
— ¿Y eso cuando pasó?— dije.
— Hace unas semanas. ¿No te dijo?
— No.
— Quizá no lo consideró importante— dijo Jerome.
— ¡Pero es importante, no debería ir por el mundo cocinándole a otras personas!— dije enojado.
— ¿Estás celoso?
— ¡Sí y mucho!— dije—, ¡Él te cocina, habla de música contigo y te deja leer sus cuentos! ¡Hasta parece que está saliendo contigo y no conmigo!

Cuando dije eso último me di cuenta de otra cosa: se suponía que estábamos saliendo pero no lo parecía. Yo hablaba de vez en cuando con mis compañeras de grupo y cuando me contaban de sus novios en verdad se notaba que tenían una relación muy cercana. Estaban juntos todo el tiempo y se mostraban mucho su amor.
Pero yo no hacía nada de eso con Clyde.

Simplemente no éramos como las otras parejas. Al descubrir eso, me puse muy triste.

— ¡Oye, tranquilo!— me dijo Jerome—, no tienes por qué ponerte celoso. Clyde me cocina porque le pago, leo sus cuentos porque son buenos y a ti te asustan. Pero no pasa ni pasará nada más. Él está contigo.
— Pero últimamente no sé porqué— dije triste—. Sé por qué yo quiero estar con él, pero no entiendo porque él lo hace. No tenemos nada en común.
— Eso no te importaba hace unas semanas— dijo Jerome.

Me levanté de la silla y fui a donde estaba el escritorio del profesor. Me metí debajo de él. Abracé mis piernas.

¿Qué estaba haciendo? Era obvio que lo nuestro nunca funcionaría como lo hacían otras parejas. Nada en esto era normal. No tenía sentido. Sólo era yo queriendo algo sin fijarme en lo que pasaría después.

Me quedé ahí un rato entrando en depresión. Hasta que vi a Clyde, asomándose para mirarme.

— No parece un lugar muy cómodo— dijo.
— Sí lo es— dije un poco abrumado.
— Percy, debes salir de ahí.
— Aquí estoy bien.
— Debes hablar conmigo.
— No porque seguramente Jerome te dijo lo que pasó y estoy muy avergonzado como para hablar contigo o con él.
— No tienes nada de qué avergonzarte— me dijo—. Excepto con la idea de que algo pudiera pasar entre él y yo, eso sí es un poco escalofriante.
— ¡Definitivamente lo es!— dijo Jerome desde lejos.

Miré a Clyde. Él parecía muy tranquilo, como siempre.

Oculté mi cara con mis brazos.

— Percy, ¿No quieres saber qué quería la profesora Lucille?— dijo él.
— Sí pero no quiero salir de aquí— dije sin moverme.
— Ella me pidió que cuidara la enfermería por un tiempo— dijo Clyde.

Levanté mi cara. Lo observé.

— ¿A ti?— dije—, ¿Por qué?
— Porque hace un año tuve que tomar un curso de primeros auxilios para no suspender una materia— dijo él—. Sólo yo lo tomé porque al parecer a todos los demás les fue bien ahí. Resulta que para aprobarla sólo tenías que ir, era una materia fácil.
— ¿Y tú no fuiste?
— Me pareció aburrida. Pero eso no importa ahora. Quiero que vengas conmigo.
— ¿A la enfermería?— dije.
— Sí. Estar ahí por mucho tiempo suena aburrido— dijo él—, ¿Quieres hacerme compañía?

Lo observé asombrado.

Descubrí entonces que no existía forma de que dejara de gustarme, aún si lo nuestro no tenía sentido.
Cuando yo veía a Clyde todo en lo que podía pensar era en lo mucho que quería poder estar a su lado.

— Vamos, debes salir de ahí— dijo y me ofreció su mano.

La tomé.

Percy y el chico góticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora