33. Cuando mi canasta se veía sospechosa

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Al día siguiente en el receso mientras Clyde le enseñaba un nuevo cuento a Jerome, aproveché para buscar a Sophie. Quería agradecerle por hacer que Clyde me llamara. Estuve hablando con él mucho tiempo y había sido grandioso.

La busqué donde ella y su club se reunían. Pero sólo encontré a Jared y Betty.

— ¿Y Sophie?— dije.
— En el hospital— dijo Betty—. Como siempre.
— ¿Qué?— dije asustado.
— Fue a una revisión de rutina— dijo Jared.
— ¿Entonces está bien?— dije.
— Eso creo— dijo Jared.

Tuve una idea. Le pedí su número de teléfono. Me lo dio con la promesa de que no le diga a ella que lo obtuve de él.

De regreso lo tomé y le llamé. Tardó un momento hasta que contestó.

— ¿Quién es?— dijo, sonaba molesta.
— Soy yo— dije feliz—. Percy. No sé si me recuerdas pero estoy saliendo con Clyde.
— Por supuesto que te recuerdo— dijo ella—. Estuve mucho tiempo atrapada contigo. Además eres difícil de olvidar.
— ¿Quieres olvidarme?
— No y aunque quisiera no podría, siempre relaciono tu cabello con un algodón de azúcar.
— Yo relaciono el tuyo con un hongo— dije contento.
— ¿Qué estás tratando de decirme?— dijo enojada.
— Es que sí se parece— dije—. ¿Con qué relacionarías el cabello de Clyde?
— No lo sé, no soy yo quien sale con él.
— Por cierto, gracias por decirle que me llame. Sabía que sí te agrado.
— No me agradas. Y menos cuando dices que mi cabello es un hongo.
— Es un cumplido— dije—. Los hongos son lindos. Menos los venenosos. Esos me asustan.
— A ti todo te asusta— dijo ella—. ¿Y por qué me llamaste? ¿Sólo querías decir eso? ¿Cómo conseguiste mi número de teléfono?
— Tú me diste tu número— dije.
— No es cierto. Y no me llames, es molesto.
— ¿Por qué? ¿Todavía no termina tu revisión de rutina?
— Ya terminó— dijo ella.
— Entonces ya tienes tiempo para hablar.
— En realidad lo que no tengo son ganas— dijo ella—. Porque tiempo es lo que más me sobra. Principalmente ahora que estaré varios días aquí.
— ¿Te quedarás en casa por unos días?— dije.
— En mi casa no, en el hospital— dijo ella.
— ¡Oh por dios eso es terrible!— dije alterado—, ¡Debes sentirte muy solita ahí encerrada! ¡No te preocupes, yo te iré a visitar!
— ¿Qué?— dijo ella.

Terminé la llamada. Corrí al salón de clases. Fui hasta donde Jerome y Clyde hablaban.

— ¡Necesito ir a un hospital!— dije impaciente.

Ambos me miraron.

— ¿Qué?— dijo Clyde.
— ¿Estás bien?— me preguntó Jerome.
— Yo sí pero Sophie no— dije—. Va a quedarse ahí por días y seguramente estará triste. Debo visitarla.
— ¿Desde cuando ustedes son muy amigos?— preguntó Jerome—. Quizá estar tanto tiempo encerrado junto a alguien sí que los vuelve más unidos.

Les expliqué lo que pasó. A Jerome no le agradó la idea pero Clyde dijo que si sentía que debía hacerlo entonces él estaba de mi lado. Además ese día no debía ir a trabajar porque era su descanso. Convencí a Jerome de que fuera con nosotros. No quería pero accedió al final. Quedamos de vernos después de clases enfrente de la escuela.

Yo preparé una canasta con muchas cositas útiles. Mamá me llevó al punto de encuentro. Jerome fue el primero en llegar. Se lo presenté a mamá. Le contamos lo que haríamos. A ella le agradó la idea. Se fue. Esperamos a Clyde por unos minutos hasta que llegó.

— Te tardas demasiado— le dijo Jerome—. Casi te dejamos.
— Perdón, tuve un percance con mi madre— dijo.
— Pues si hubieras llegado a tiempo, habrías conocido a la mamá de él— me señaló—. Es agradable y pelirroja.
— Será en otro momento— dijo Clyde.

Nos fuimos. Tomamos el autobús. Al parecer el hospital en donde se iba a quedar Sophie estaba lejos. Nos tomó tres horas de viaje porque se encontraba hasta otra ciudad. Al llegar ya era tarde. La puesta de sol estaba cerca.
Fuimos a la recepción. Una enfermera nos atendió. Nos dijo que las horas de visita ya habían pasado.

— Por favor, ¿Puede hacer algo? Venimos desde otra ciudad— dijo Jerome.
— Lo siento pero las reglas son estrictas— dijo ella—. Y esa canasta se ve sospechosa.
— No trae nada peligroso— dije—. Lo juro.
— Aún así no pueden pasar. Lo siento— dijo ella.
— Bien, hablemos sobre esto— dijo Jerome en voz baja—, ¿Cuánto nos costaría pasar? Clyde pagará lo que pida.
— ¡Y yo por qué!— dijo Clyde molesto.
— Eres el único que tiene trabajo— dijo Jerome—. Debes tener dinero. Además fue idea de Percy venir sin saber los horarios de visita. Es tu culpa, si lo controlaras mejor esto no hubiera pasado.
— Lamento ser incontrolable— dije apenado.
— Ese no es el problema— me dijo Clyde.
— Claro que sí— dijo Jerome.
— Chicos, si van a pelearse háganlo en otra parte— nos dijo la enfermera.

Decepcionado, me senté en el sofá de la sala de espera. Jerome y Clyde también se sentaron ahí.

— ¿Y ahora qué?— preguntó Jerome.
— Iremos a casa— dijo Clyde—. Y regresaremos otro día.
— Yo quería verla ahora— dije triste.
— Sí pero no se puede— dijo Jerome.
— De seguro hay una forma— dije.
— Clyde, controla a tu novio— le dijo Jerome—. Antes de que nos meta en más problemas.
— Lo siento, es imposible— le dijo Clyde.
— ¿Por qué? Mide como metro y medio, abrázalo y no podrá escapar— dijo Jerome.
— Creo no fui claro— dijo Clyde—. Lo que realmente quería decir es que no quiero.
— ¿Significa que puedo buscar alternativas para poder entrar?— le pregunté.
— Claro, hazlo— me dijo Clyde.
— ¡Clyde!— le reclamó Jerome enojado.

Me levanté y caminé un poco por la sala. La enfermera no me quitaba la mirada de encima. La puerta principal era transparente así que vi que había alguien de bata blanca parado al lado de las escaleras de la entrada. Debía ser un doctor. Salí rápidamente. Me acerqué a él.

— Disculpe— le dije—, ¿Puede ayudarme?

Él se giró y me miró. Era uno de los hombres más hermosos que había visto en mi vida. Me sonrió.

— Hola— me dijo contento—, ¿Vendes galletas?
— No, no vendo nada— dije.
— ¿Y para qué la canasta?
— Le traía unas cosas a mi amiga. Debe quedarse aquí unos días y quería ayudarla pero no me dejan entrar porque dicen que el horario de visita ya pasó.
— En efecto ya pasó— dijo él.
— Lo entiendo pero vine desde otra ciudad solo para verla. Debe sentirse muy solita. En verdad quiero verla.

Él me miró muy pensativo.

— ¿Serías sólo tú?— preguntó.
— No, mi amigo y mi novio están esperándome adentro— dije.
— Tres personas...— dijo él— creo que puedo ayudarlos.
— ¿De verdad? ¡Qué bien!— dije feliz.
— Pero no le digan a nadie o estaremos todos en problemas— dijo.
— Muchas gracias— dije—. No sabe cómo le agradezco.
— Me agrada ayudar— dijo.
— Soy Percy— dije.
— Soy Will. William Harper. Doctor William Harper— dijo él—. Ahora entremos. Debo hablar con la enfermera.

Eso hicimos. Él se acercó y habló con ella mientras yo busqué a Jerome y Clyde.

— Volviste— me dijo Jerome—, ¿Cómo te fue? ¿Encontraste una manera mágica de que nos dejaran pasar?
— Sí pero no es mágica— dije—. El doctor Harper nos ayudará a entrar.
— ¿Quién?— preguntó Jerome.
— Un doctor que trabaja aquí— dije.

Nos acercamos a la recepción y lo señalé. Él seguía hablando con la enfermera.

— ¿Quieres decir que hablaste con él por sólo unos minutos y lo convenciste de que nos ayudara a entrar?— dijo Jerome.
— Sí, eso pasó— dije.
— Me debes dinero— le dijo Clyde a Jerome.
— No volveré a apostar contra ti— le dijo Jerome.

El doctor nos hizo una señal. Fuimos a él. La enfermera nos miró.

— Bien— dijo ella—. Pero el guardia de seguridad inspeccionará esa canasta. Se ve sospechosa.

Percy y el chico góticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora