|V E I N T I D O S|

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Quizás sí tuve parte de la culpa después de todo. Pero ya no servía de nada admitirlo sin más que para sanar. Había aprendido por las malas y, luego de varios años, supe que nadie era inocente. Que nuestras acciones traían consecuencias y, cuando ya no quedó nada, tomé la iniciativa de perdonarme y perdonar.

Es cierto que la vida es injusta pero, exactamente, la sociedad hace que lo sea aún más.

La sociedad es nuestro mayor enemigo. Es la que te muestra la cruda e injusta realidad. Te pone estándares que seguir, códigos que imitar, y te aprieta y juzga si te salís del camino creyendo que es incorrecto, inmoral, incluso enfermo.
Critica como eres, como vistes, te acompleja hasta que te espanta. Te orilla a ser inseguro, remarcando tus defectos y te obliga a ser perfecto y seguir estereotipos. No le importan tus sentimientos, tus ganas o tu interés. Pero una vez que caes muchas veces es difícil quererse y entender. Entender que no todos son iguales.

Muchas veces, sin darnos cuenta, nosotros somos críticos con los demás. Creemos que por ser de una u otra forma, que vestir de una manera u otra, los que están en su entorno serán iguales y actuarán igual. ¿Cuántas veces pensamos que alguien que tiene tatuajes es malo? ¿Y alguien de pelo largo es un vago y bueno para nada? ¿Que si no tenés un cuerpo hegemónico no podés ser modelo?

Ese fue otro error.

Yo metí en una misma bolsa a todos los estudiantes de Northlands College's, que pertenecían a la alta sociedad, por más que yo también perteneciera a ella por el rol que ocupaban mis padres.

Pero la vida se encargó de darme una bofetada de "no seas estúpida" o bien llamada madurez, que es lo que me faltaba, cuando estudié en Northlands.

Conocí a pocas personas, como a Ruby Lindberg que se esmeró en hacerme la vida imposible el último año, y di por hecho que todos trataban así a los que creían inferiores. También a Georgie Dickinsson y Brigitte Nielsen, que a su manera trataron de evitar el peor de los desenlaces.
Pero también los conocí a ellos... a Zia, Jesper, Ragnar y Reanna, que por ser los populares no iban denigrando y buscando problemas por todos los rincones, como los típicos chicos y chicas malas que era mejor no creerles ni confiar y mantenerlos lo más lejos posible. No. Se encargaron de mostrarme la otra cara de la sociedad, de ver que hay personas que valen la pena y demostrarme que no eran iguales al resto, que las apariencias engañan. Sí, las apariencias engañan, como un libro por su portada, no hay que juzgarlos.

Me hubiera gustado en ese entonces como no te imaginas decirles aquello, para que lo tengan presente, de que son unas grandiosas personas. Quería tener una oportunidad para decirles que fueron mis verdaderos y únicos amigos, de confesarle a él, a Jesper, que me gustaba que estaba enamorada de él, que era un gran chico, agradecerle hasta cansarme lo que hizo por mí aquel día que nos conocimos. Decirle que también lo amaba. Pero no era nuestro momento.

Los años en el instituto traté de pasar desapercibida, manteniéndome al margen con un bajo perfil, no tenía intención de ser popular. Aún así mi nombre estuvo de boca en boca, entre rumores que se inventaban con tal de llamar la atención, todos querían ser los dueños de la verdad.

Pasé una buena jornada estudiantil entre las sombras, pero el último año se me vino encima.

Nunca comprendí cómo logré hacerme un espacio entre ellos.

Pero nada fue como decían.

Mi peor pesadilla comenzó aquella mañana, luego de la clase de Artes plásticas.

Y mi salvación fueron ellos.

Los chicos de sociedad.

Pero también, posiblemente, fueron mi perdición.

Me di cuenta que había cambiado mucho. Yo podía defenderme de Ruby, podía aguantar su odio y sus desplantes, pero ellos, aunque lo hicieron con la mejor intención del mundo, de a poco fueron creando una burbuja que me protegiera del daño, acudían a mi rescate y siempre trataban de evitar que tropezara, como si fuera una muñeca de cristal que siempre tentaba a romperse. Me enseñaron un mundo perfecto que, lleno de los mejores recuerdos, aprendí a amar y a querer que siempre fuera así.

Y ese fue otro error.

El mundo perfecto se acabó y en un despiste, en un mísero instante que no pude controlar la situación, todo se desbordó y me arrastró hasta lo más profundo sin siquiera dejarme defender, había esparcido todos mis pedazos dañando a todo aquel que se acercara.

Había caído, y lo único que necesitaba era aprender por mí misma para evitarlo.

El tiempo no retrocede, no espera, sigue avanzando. A veces parece que lo hace rápido, otras veces lento, pero siempre lo hace al mismo ritmo. Se mantiene en una constante difícilmente de explicar, o mejor dicho, se mantiene en la perspectiva que lo percibimos.

Pero depende de nosotros no desperdiciarlo. Debemos saber como aprovechar cada segundo que respiramos, que sentimos el calor, el frío, el viento y la lluvia en nuestro rostro, así como también los momentos compartidos. Disfrutar de la vida porque, de un instante a otro, todo puede terminar y será demasiado tarde tratar de alcanzar algo que jamás podrás.

El tiempo no espera, solo sigue avanzando.

Y mi mundo perfecto, ese día, se había derrumbado.


Fin.

The Society ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora