|Q U I N C E|

30 4 0
                                    

Jesper había tratado con toda su santa paciencia en convencerme que debía hacer un llamado de atención sobre el incidente, que no debería dejarlo pasar y minimizarlo. Pero en todos y cada uno de sus intentos le dije que no quería causar aún más problemas con ella. Creía que al no acusarla me dejaría de una vez por todas en paz. Ya tenía demasiado y creía que no delatándola a las autoridades podría terminar el año escolar de buena manera, y eso ya era mucho pedir. Finalmente desistió y comprendió mi perspectiva, no aceptándolo por completo, pero dijo que me apoyaría en mis decisiones, y además de que las respetaría porque yo tenía la última palabra en mis propios conflictos.

Creo que fue en ese momento que me enamoré aún más de él. Me daba mi espacio, me respetaba, no se propasaba —y si nos dejábamos llevar, rápidamente se disculpaba— me entendía y, sobretodo, me quería por como era.

Había regresado al instituto y los chicos se tomaron la molestia de conseguir todas mis tareas al igual de ayudarme a terminarlas lo antes posible. Según ellos, no tenía porqué perder tiempo en realizarlas cuando debía estar divirtiéndome.

Acordamos juntarnos todos los días después de clases, pero fue suficiente con solo seis días para acabar con todo. Aunque nos retrasamos un poco porque bromeábamos más que estudiar.

Jesper se seguía mostrando normal hacia mí, quizás parecía evitarme un poco y era inevitable cuestionarme si era por lo ocurrido el fin de semana.

Ese jueves me invitaron a cenar con ellos, y luego de pedir permiso a mi tía accedí.

Como era costumbre, la årtsoppa de todos los jueves era una tradición más familiar. Pero aún se mantenía en las raíces de la ciudad. Aunque Riksby era un sitio pintoresco, los vecinos eran más de respetar las costumbres.

Mientras Reanna sacaba las bolitas de guisantes de su envoltura, yo las iba lavando y Zia las iba pisando. Cuando nos cansábamos íbamos turnando, y todas pasábamos por todas las tareas.

Estaba terminando de preparar un panqueque cuando se escuchó llegar a los chicos.

Dejaron las compras en el mesón y se acercaron a ayudarnos.

Jesper se acercó a mí por la espalda, y rodeándome con sus brazos en la cintura, depositó un suave beso en mi mejilla.

—Deja que yo sigo con esto —murmuró y me dio varios besos en el mismo lugar de hace unos segundos.

—Está bien, pero quiero hacerlo.

—Bueno, en ese caso —Se dirigió al mueble y sacó de allí otra sartén de panqueques y volvió a mi lado—. Veamos cuales salen más ricos.

—Es la misma masa... pero acepto —sonreí desafiante y estreché su mano.

No iba a dejar que gane.

—Estos panqueques están riquísimos, chicos —elogió Zia.

—Gracias.

—¿Cómo sabes que era uno de los que preparaste? —indagó Jesper, alzando las cejas y con una sonrisa divertida estampada en los labios.

—¿Ves ese plato de allí? —señalé al plato rosado de la mesa, él asintió—. Los que hice yo lo puse en ese plato, y efectivamente Zia lo tomó de allí.

Las carcajadas no tardaron en llegar al ver el rostro atónito de Jesper.

—Igualmente tus panqueques también están ricos, es un empate —agregué, lanzándole un beso seguido de un guiño.

...

La fiesta de graduación se acercaba y por ello Ragnar quiso salir a festejar. Siempre tenía excusas cuando de fiestas se trataba.

Era miércoles por la tarde cuando pasaron por mí y nos fuimos a la costa.

Aunque el agua no estaba congelada sabía que estaba lo suficientemente fría como para que nos agarre una pulmonía, o en su defecto una hipotermia. No estaba dispuesta a desafiar la temperatura.

Nos acercamos a un hermoso yate blanco. Antes de subir, Ragnar se adelantó interrumpiendo nuestros pasos.

—Buenas noches damas y caballeros, habla su capitán. ¿Listos para la fiesta?

—Ya muévete hermano —rezongó Ree.

—¿Por qué nunca me dejas hacerlo? —protestó él— Eres cruel.

Reanna pasó por su lado importándole muy poco las palabras de su mellizo y nos guió hacia el interior.

—Aguafiestas —susurró Ragnar.

El interior del yate era demasiado blanco con detalles en madera barnizada. Creí ver que las perillas eran de oro, aún así no me animé a preguntar.
Portaba una gran cocina, un baño de servicio y uno en cada habitación, según me comentó Zia después, cinco habitaciones, y un salón lo suficientemente grande como para bailar sin chocarnos. Claro que todo estaba pulcramente ordenado y con los últimos muebles del mercado, con una gama de colores que variaba entre blanco y marrón.
En el piso superior se encontraba una cabina con todos los controles del yate y, por supuesto, una grandiosa vista.

La popa, la parte trasera, era extensa y contaba con una plataforma ancha y más baja que el resto, seguramente especial para el buceo. La proa, la parte delantera del yate, tenía una terminación en punta por lo que era un poco angosta y agradable para admirar las vistas.

Acordamos que sería una fiesta privada, por lo que nos preparamos unos snacks y unos refrescos.

Luego, por insistencia de Zia nos arreglamos como si hubiéramos ido a una gran fiesta. Sin nada que replicar, nos indicó nuestras habitaciones y sorprendentemente allí, sobre el cobertor blanco de la cama, se hallaba un precioso vestido corto de satén.

Reanna entró detrás de mí y, al igual que yo, se quedó sin palabras.

—¿Qué esperas? ¡Ve a ponértelo! —exclamó efusivamente.

Aún sorprendida por su reacción, no lo dudé, fui a cambiarme.

Era entallado y de finas tiras, en la parte del pecho tenía un corte bote. La tela era tan suave que se deslizó fácilmente sobre mí. Salí en busca de los zapatos y Ree ya se encontraba enfundada en el suyo; era el mismo corte pero en color negro a diferencia del mío que era en rosado.

—Wow, te queda perfecto Keilanne —confirmó satisfecha.

—Gracias. Tú tampoco te quedas atrás,  te queda hermoso Ree. Por cierto... ¿Me ayudas con el peinado? —señalé en una mueca y ella asintió.

Me sentó en una silla y comenzó a peinar y darle forma a mi cabello. Lo dejó suelto y en el costado izquierdo lo recogió y adornó con un lindo broche a juego.

—Listo. ¿Quieres un poco de maquillaje?

—¿Hay que hacerlo a lo grande, no es cierto? —Ella asintió una vez más—. Manos a la obra.

The Society ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora