|D I E C I S É I S|

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Reanna estaba desaparecida desde hace una hora, cuando el tumulto de jóvenes comenzó a invadir el yate.

La fiesta se descontroló, y no lo digo porque hayamos bebido de más y todo era un completo desorden, no. Ojalá hubiera sido sólo eso.

No sabíamos quién pudo haber infiltrado lo de la fiesta. Se suponía que sería privada.

Los chicos trataron de solucionar y echar a todos los intrusos, de una manera poco educada, pero fue imposible. Nadie tenía el poder suficiente para quitarles el alcohol a un montón de adolescentes en plena fiesta.
Estábamos en muchos problemas, después de todo la mayoría éramos menores de edad.

Por ello me había refugiado un momento en el baño de la habitación, que me habían asignado junto a Ree, necesitaba un lugar apartado y lo suficientemente silencioso para que el dolor de cabeza cese. Pero no podía permanecer allí por siempre.

Y ahí estaba yo. Me encontraba en una situación un poco complicada que no sabía como resolver.

Del otro lado de la puerta del baño se oían ruidos, así como jadeos, respiraciones agitadas e intercambio de saliva. Se estaban besando.

No quería salir e interrumpirlos, moriría de vergüenza. Además de ser incómodo, terminaría con la pasión en la que se habían consumido.

Pero necesitaba salir de allí y para eso necesitaba pasar por la habitación dónde estaban esos dos.

Me quedé esperando con la esperanza de que lo siguieran en otro sitio, ya que cuando entré no estaban. Que a alguno se le prenda la lamparita y busquen otro lugar porque alguien podía entrar y descubrirlos, pero parecía que no les importaba.

Debía salir.

Abrí la puerta en silencio y tratando de que la curiosidad no me gane, no miré. Salí de la habitación y al parecer no me oyeron, y si lo hicieron no pareció importarles. Debían estar con las hormonas a unos niveles tan altos, que el ser descubiertos sería el menor de sus problemas.

Salí dispuesta a volver al salón.

—¿Y Ree? —cuestioné al verlos a todos menos a ella.

Estaban reunidos, cansados y rendidos.

—Eso queremos saber nosotros, dijo que iba a buscarte al baño —señaló su mellizo.

No podía ser.

—Oh... quizás se confundió de baño. Por eso no la he cruzado.

¿Podía ser ella?

Se lo tenía bien guardadito. ¿Quién será el chico?

—Necesito un poco de aire —informo alzando la voz sobre la música, y bajo la mirada de todos me pierdo entre los adolescentes.

Cientos de personas se movían al compás de la música que resonaba de los parlantes. Muchos cuerpos sudorosos, el piso pegajoso por la mezcla de bebidas, y el aire sofocante que surgía de estar amontonados.

Como pude salí en busca de aire fresco, y en el exterior había un par de personas que dificultaban mi paso hacia la parte delantera. Sabía que allí no habría nadie, era excelente para estar un momento sola.

Me apoyé contra la baranda y cerré los ojos un momento. La suave brisa de la costa me golpeaba en el rostro, en una caricia que me supo demasiado bien. Mi cuerpo lo agradecía.

Mi mente estaba a varios kilómetros de allí. Justamente en Londres, en el hogar donde nací. Rememoré aquel día. La noche, la lluvia y el accidente.

Tuve demasiadas noches que me cuestionaba aquel día. Demasiadas noches a preguntas que quizás jamás hallaría la respuesta.

Recordé aquellos zapatos rojos, los que usé el día de su entierro. Fueron regalo de mi padre en mi cumpleaños número cinco. Y eran de aquí, de Suecia.

The Society ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora