Estaba experimentando algo nuevo que me daba comodidad y bienvenida. Me sentía incluida, siendo parte de algo, y en verdad me gustaba.
Después de ayudarme incontables veces, porque Ruby al parecer no se cansaba de molestarme, me fueron integrando a su grupo. Me alcanzaban a la entrada del colegio, me hablaban en los pasillos y en la cafetería me invitaban a almorzar con ellos.
Mi vida estaba cambiando de nuevo, pero esta vez me agradaba. Como también lo hacia esta sensación de no ser yo sola.
El sábado cuando llegué a casa luego de mi rutina de ejercicio en el parque, recibí un mensaje de los chicos. Ahora también era partícipe en un grupo de WhatsApp que compartíamos.
Zia: ¡Hey Kei! ¿Quieres sumarte a nuestra tarde de películas?
Reanna: No aceptamos un no por respuesta.
Ragnar: La idea es dejarla decidir Ree, sino qué sentido tiene preguntar.
Yo: Me encantaría chicos. Hoy es sábado de limpieza, pero alrededor de la hora de la merienda me desocuparé.
Zia: ¡Genial! Jesper irá por ti.
Horas más tarde recibí un mensaje de él preguntando por mi dirección. Minutos después el sonido del timbre retumbó por toda la casa, bajé con un abrigo y la cartera en una mano, y el celular en la otra.—¡Voy! —avisé.
Mi tía no se encontraba pero estaba enterada que me iría. Es más, estaba feliz de que saldría un fin de semana.
Abrí la puerta y su sonrisa me recibió.
—Hola —le devolví el gesto.
—Hola Keilanne, ¿preparada para una de tus mejores tardes?
—¡Por supuesto!
Cerré la puerta y tomó mi mano guiándome al asiento del copiloto. Abrió la portezuela para mí y cerrándola cuando ya estuve acomodada. Rodeó el coche y subió.
—Estoy encargado de unas compras, así que haremos una pequeña parada.
—De acuerdo.
Un vez que abroché mi cinturón se puso en marcha.
Alrededor de treinta minutos después paró en un supermercado.
—Veamos qué hay para elegir —mencionó mientras tomaba un canasto.
Agarró varias bolsas de papitas y de otros tipos de snacks, latas y botellas de refrescos, potes de helado y muchos dulces. En especial mi favorito, chocolate Marabou.
—Hace tanto que no lo probaba —murmuré—. Mi padre solía comprarlo cuando estaba de viaje y me llevaba unas cajas, aunque solo podía comerlo los sábados, los atesoraba como a nada.
—También son de mis favoritos. Mejor llevemos una caja para cada uno.
—¿De verdad? ¿No será mucho Marabou?
—Descuida, a los chicos no les gusta. Se habrán caído de pequeños porque no entiendo ese paladar inculto.
No tenía nada en su contra, ¿pero cómo era posible que no les gustara? El Marabou era el único, por no decir el mejor, que valía la pena, esa tableta llevaba chocolate con leche y trozos de polka, un caramelo sueco por excelencia. Es rojo y blanco pero sabe a menta. Y según las estadísticas es el caramelo preferido de los niños, además del que se usa en navidad para adornar el árbol, aunque si aguantaban hasta la medianoche era un milagro. El Marabou era una de las cosas que amaba de este país.
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The Society ©
Teen FictionCon su presencia intimidaban a cualquiera. Los estudiantes se los quedaban viendo como si fueran dioses y debieran ser venerados. Tenían una gran reputación y, a pesar de ello, sacaban provecho de su estatus ayudando a todo aquel que fuera posible. ...