|O N C E|

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—Abre los ojos, luciérnaga.

Lo primero que capté fue la luna iluminando el manto oscuro. Algunas estrellas acompañaban el paisaje, resaltando lo que desde la ciudad no se lograría apreciar por la contaminación lumínica.

Parecía un sitio mágico, Riksby transmitía eso.

—Es precioso —admití.

Luego de abandonar el instituto dimos un largo recorrido a las afueras de la ciudad. Yo necesitaba mi espacio para asimilar todo, y él me lo estaba ofreciendo.

La noche había caído y terminamos allí, frente a aquella maravillosa vista.

Al abandonar el coche me pidió que cerrara los ojos, porque quería mi reacción al ver esto.

Solo estábamos nosotros dos, lejos de cualquier ruido. El silencio que nos rodeaba era testigo de aquello.

—No tanto como tú. Eres una galaxia entera comparado con lo que ves —musitó por lo bajo.

Agradecí que la oscuridad me ocultara lejos de su mirada. Sentía las mejillas calientes debido a sus palabras.

¿Cómo podía causarme eso?

—Deja de mirarme —pedí.

El nerviosismo que controlaban mis manos era inquietante. Esa acción ya lograba que mi voz se percibiera de la misma manera.

—No te estoy mirando.

—¿Ah, no?. ¿Y entonces?

—Te veo Keilanne —recalcó, muy cerca.

—Deja de decir esas cosas, o harás que me enamore de ti —bromeé tratando de aligerar el ambiente, desviando la mirada lejos de su alcance.

Dios, podía sentir como los latidos de mi corazón se acentuaban en mi pecho.

—Ese es el punto.

—¿Qué? —susurré casi sin aliento, volviéndome hacia él.

—Te quiero, Keilanne.

Su rostro estaba a centímetros del mío, y lo sentía demasiado lejos.
Necesitaba que se acercara, que nuestras narices se rocen, que nuestros alientos se mezclen, pero sobretodo necesitaba su contacto. A él.

No lo dudé, tomé ese instante de valor dejando la cobardía a un lado, y me acerqué lo más que pude, no dejando ni un milímetro entre nosotros, y lo besé.

Lo besé como jamás lo había hecho con nadie, como lo que sus palabras y acciones me provocaban, por devolverle la jugada de los besos anteriores, pero lo besé porque yo también lo quería.

Acaricié sus mejillas, jugué con sus cabellos, y recorrí con mis manos sus hombros, en un gesto desesperado para que aquello no se acabe.

Quería permanecer por siempre en ese momento, que se había convertido en uno de mis favoritos.

...

Zia: ¡Prepárate para un fin de semana espectacular, Kei!

Ree: Siii, qué divertido, di que sí porfa, Keii!!

Ragnar: Tu sarcasmo apesta sis...

Zia: X2.

Ree: Para que veas lo ridícula que suenas, deja ya tanta dulzura, quieres?

Zia: No, gracias. Siguiente pregunta.

Ragnar: Gracias, vuelva prontos.

Yo: Gracias chicos, pero no estoy de ánimos.

Ragnar: Vamos lucecita, te hará bien!

Zia: Mi primo tiene razón. Queremos verte bien Keilanne.

Ree: Deberíamos dejárselo a Jesper, seguro a él sí le aceptará.

Zia: Ree, no es momento...

Ragnar: Que mala eres hermanita. Qué decepción.

Ree: Deja de copiar a los Simpson. Además solo digo la verdad. Deberíamos dejarla en paz, está mal y necesita su espacio. Dejen de ser insoportables.

Zia: ¿Qué problema tienes? No estamos haciendo nada malo, somos sus amigos!

Yo: Chicos, de verdad, no peleen. Estaré bien, gracias por preocuparse y gracias por la invitación.

Ree: Maduren. Sobretodo tú, hermanito.

Ragnar: Pff! No soy fruta.

Al terminar de leer aquello mi celular vibró en una llamada entrante.

Jesper.

No porque se tratara de él atendí, sino porque él no era de llamarme sabiendo cómo me sentía.

Sé que no tienes ánimos de nada, pero necesito estar contigo.

¿Estás bien? ¿Qué sucede?

—Te necesito luciérnaga.

—Te espero, ven con cuidado.

Simplemente no respondió y colgó.

Lo esperé por los siguientes quince minutos cuando el claxon de su coche se oyó desde el exterior.

Tomé un abrigo y fui corriendo a su encuentro.

Al parecer no era la única en querer comenzar a crear nuevos recuerdos.

Tal vez el mundo solo necesitaba que desaparezcamos un rato juntos.

...

El frío se sentía aún más que en la ciudad.

El aire gélido chocaba contra mi rostro y ni siquiera intenté abrigarme un poco más.

El rostro cansado y tormentoso de Jesper me tenía preocupada. Pero aguantándome las ganas de preguntar qué sucedía, esperé pacientemente a que él diera el paso. Iba a darle ese espacio que él ayer me había otorgado.

—¿Quieres esquiar? —señaló la colina abajo frente a nosotros—. Está bastante prolijo el recorrido —agregó.

—Contigo, hasta el fin del mundo —acepté y tomé su mano.

Sonrió levemente y fuimos por el equipo adecuado.

The Society ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora