|D O C E|

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A las diez y media estaba de nuevo en casa y, cuando creía que la semana no podría ir peor, mi tía me esperaba con la vista clavada en el reloj de su muñeca.

Su mirada se endureció aún más cuando entré, me miró como nunca antes lo había hecho y me castigó.

No era hora de llegar.

Discutimos.

La persona que tenía frente a mí no era Laurie, la desconocí completamente esa noche.

Me fui a la cama sin cenar. Aunque no comprendía del todo su enojo, creo que no era necesario aquel castigo.

Estuvimos toda la semana siguiente sin dirigirnos la palabra, el orgullo que no sabía que tenía pareció revelarse y ser más fuerte que yo.

Preferí ignorarla y cuando Jesper me invitó a hacer algo juntos, no lo dudé, y acepté.

No quería estar en casa.

Aquella salida, justamente, era hacer paracaidismo.

Literalmente daba la sensación de que ambos íbamos en picada. Nos estábamos hundiendo de a poco, con nuestros demonios, problemas y batallas.

Que ironía.

Un paracaídas para dos para alivianar la colisión contra el suelo. O la realidad.

Fue allí, en ese momento mientras el viento me golpeaba sin reparo, que me percaté de mi ingenuidad, que era ajena a muchas cosas y que se conectaban a problemas que me involucraban y a la cruda realidad que pronto podría golpearme y hacerme prisionera.

Solo debía aterrizar de pie.

Resistir.

Que si caía, Jesper estaría ahí para impedirlo.

...

El mensaje entrante me sacó de entre sus brazos. Mi molestia no pasó desapercibida.

—Parece que es un mensaje horrible —dijo en broma, pero al notar mi cara al leer aquello, se incorporó preocupado.

«Las verdades están saliendo a la luz, pero algunas de ellas se esfuerzan en no mostrarse ante ti. ¿No será por algo?».

No podía moverme, me sentía anclada al sillón donde estaba, mis manos sufrían un leve temblor y apuesto a que mi cara en ese momento perdió todo rastro de diversión de hace unos minutos.

Sin dudar, tomó el celular y leyó lo que se mostraba ante él.

—¿Qué es esto?—exigió con voz suave, pero se notaba el esfuerzo que hacía para lograrlo—. Luciérnaga, ¿desde hace cuánto?

No podía responder. No quería.

No aguantaría la decepción en su mirada al admitirlo, aunque no le debía respuestas esto era demasiado serio como para que siga siendo una broma pesada. Tampoco soportaría la culpa que comenzaba a crecer en mi.

—Keilanne, por favor responde. ¿Desde cuándo?

—Hace un tiempo... —dudé, realmente no recordaba la fecha exacta—. No lo sé, no sé, creo que antes de mi cumpleaños.

—¡Santo Cielo!

Su mirada se intercalaba entre la pantalla y mis ojos. Era obvio que su mente estaba sacando cuentas y datos apresurados.

—¿Pensabas decírselo a alguien? —cuestionó.

No.

—No voy a mentirte.

—Debemos hacer algo. ¿Sabes a qué se refiere? —indicó al mensaje.

—Realmente no. No lo sé.

Otro mensaje nos interrumpió.

«Todos mienten, incluso los que te rodean. Incluso los que ya no están».

—No lo entiendo, no tienen conexiones sus oraciones —balbuceo, el nerviosismo ya comenzaba a apoderarse de mi sistema.

Como si aquella persona me hubiera escuchado, un mensaje más llegó.

«Aunque él no lo sabe, está más cerca de una de los culpables, ¿no, Keilanne? La salida repentina de ayer, no es casualidad. Piensa... eres inteligente.»

—¿Nos espían? —interrogó, el miedo se filtraba aunque trató de ocultarlo.

—O alguien que nos conoce demasiado —susurré.

Alguien que tiene demasiada información en su poder capaz de destruirnos.

The Society ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora