Capítulo 59

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Alba


Después de la tormenta llega la calma.

Natalia había vuelto a tener un ataque de ansiedad, esta vez mucho más fuerte que el anterior. 

Me había insistido en que ya estaba todo bien, que solo había sido un susto y que no tenía que preocuparme por nada más, tratando de convencerme por activa y por pasiva de que fuera al estudio como antes. Yo había caído en sus redes dejándome persuadir y accediendo a retomar el trabajo en el disco después de los días de vacaciones que había cogido, lo que me llevaba a separarme durante unas horas de ella, quien se quedaba completamente sola en casa. 

Al ser una persona con experiencia en este tipo de situaciones (desgraciadamente), seguía con la mosca detrás de la oreja y decidí trabajar solo por las mañanas, haciendo caso omiso a sus berrinches por esa reducción de jornada y que llegara hasta el punto de "molestarse" por ello. Para Natalia la música y el trabajo eran sagrados y no quería ser ningún impedimento para mí, pues en cierta manera se sentía responsable. 

Vale que prefería que no estuviera sola, naturalmente, pero lo que no conseguía que le entrara en la cabeza era que lo que más deseaba en estos momentos era estar con ella, que no tenía nada que ver con lo que estaba pasando. Simplemente quería disfrutar de esas semanas viviendo solas, sin ruidos externos ni preocupaciones, sin contenerme de nada ni ojos de los que esconderme. Esa era la auténtica realidad. El tiempo con Natalia siempre me parecía insuficiente, demasiado corto, daba igual lo que estuviésemos haciendo, con ella perdía la noción del tiempo completamente y nunca me daba cuenta de lo rápido que pasaba. Era una auténtica locura. Y tenía claro que no quería pasármelo desaprovechándolo.

Me costó mucho, sí, pero conseguí alejarle de la horrible visión que tenía al pensar que ella era un estorbo para mi avance en el disco. Aunque seguía empeñada en que prefería no molestar, sobre todo cuando estaba trabajando. 

Por esa razón, cuando me di cuenta de la cantidad de mensajes y llamadas perdidas suyas que tenía esa mañana supe enseguida que algo no iba bien, que no era buena señal. En cuánto descolgó el teléfono y pude escuchar su respiración acelerada y mi nombre saliendo de su boca entre tartamudeos y sollozos no me hizo falta nada más para salir escopetada hacia casa, disculpándome de la mejor manera posible y con un ataque de nervios descomunal.

La imagen de Natalia abrazando a sus rodillas y con la cabeza escondida entre ellas, sentada en una esquina del salón y con Queen a sus pies, cuidándola, me partió el corazón. 

No se inmutó con mi llegada y tampoco lo hizo cuando me acerqué. Solo conseguí una reacción por su parte al susurrar su nombre y fue la de buscarme la mano para aferrarse a ella como un salvavidas. 

Y en eso me convertí: en su salvavidas, en esa ayuda que le permitiría mantenerse a flote y no le dejaría hundirse, llegar al fondo, anclándola a mi pecho y sin separarme de ella ni un solo segundo hasta que conseguí que dejara de temblar como un flan y que todo quedara en una horrible pesadilla.

Una horrible pesadilla que las dos vencimos juntas. Como debía ser. Ahora y siempre.

—No te me vayas a quedar dormida, eh —la avisé.

—Si me duermo me ahogo, cariño.

Después del mal rato que habíamos pasado necesitábamos un momento de tranquilidad como agua de mayo y yo tenía la mejor solución para ello. Ella no puso ninguna pega ante mi iniciativa, dejándose arrastrar por mí sin poner resistencia alguna y poniéndose por completo en mis manos.

¿Y ahora qué? || Albalia  [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora