Meloso Tormento

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Capítulo V
Meloso Tormento

Primer paso: Éxodo.


“He caminado, por un camino escarpado en cuya tierra sólo crecían rosales de grandes espinas.

De niña, creía, en el bello color de aquellas hermosas flores; su forma, más aún, su intenso color rojizo, mas, todo cambió, una vez que un impetuoso sonoro sacudió la tierra de aquel jardín abundante de esa flora carmín, y me tumbó, directo a sus puntiagudas espinas, que sin poder saberlo, desbordaban un incipiente veneno capaz de corroer la carne.

Duré, mucho tiempo ahí, embelesada, abstraída por un dolor que no lograba asimilar, cuyo significado no podía aceptar; días, semanas, meses… años, en aquel desolado cuarto de cenizas paredes, sólo encontraba lugar en aquel rincón, perdida en un punto finjo; en aquel reloj alzado en lo alto de la pared, por encima del marco de aquella impenetrable y mullida puerta.

Soporté cada día y sin poder evitarlo, de alguna manera todo desapareció, una vez que hice el intento por olvidar; por dejar aquel pesar de lado y tratar de avanzar. Lo logré, pero, a cambio de ello, a cambio de salir de aquella prisión mental, me imbuí en una descarada mentira sólo, para lograr herir mi maltrecho corazón.

No puedo negar esa impureza de mi pasado, y aun ahora, tras dos años de libertad, comienzo a entender, que sigo en aquella claustrofóbica caja, encerrada en un retenimiento perpetuo, impidiéndome llorar o gritar…

…Pero, así como existe un comienzo para cada cosa, un final también…

—Sarah Lean Wells”


¡Erick! ¡Erick! ¿¡Dónde estás!? —Desesperada, angustiada, una vez más, engullida dentro de esa densa e infinita oscuridad le seguía, le buscaba sin parar, pues ahora que había vuelto, aun sabiendo que no dejaría ningún bien, no podía dejar de lado que él le estaba esperando, sólo y desamparado, dentro de esa recóndita y distante soledad.

— ¡Erick!, ¡Responde por favor!

—Sarah.

«Rápido» Sin tomarse el tiempo de pensar, sin darse la oportunidad de dudar, abalanzó su avance hacia la fuente de la que en reiterados ecos se despidió aquella familiar voz, manantial del cual, surgía su más grande pesar.

Inexistente, superfluo e insignificante el tiempo se distorsionaba en el vacío, cubriendo de una áspera cáscara de hielo los segundos que con la absorta inquietud de sus pasos, desquebrajaba, desechando sus luminosos restos, en la tinta negra que sin piedad los devoraría.

Ya nada importaba, desde el preciso momento en el que pudo sentir la peculiar ventisca calarse en sus hueso todo lo demás había dejado de tener sentido alguno; conocía a la perfección en dónde estaba, o más bien, sabía lo que en él habitaba, por lo tanto, entendía su papel en aquel lugar, y sabía, que aunque los segundos en ese lugar fuesen más largos el tiempo del que disponía era algo que se medía con los desenfrenados engranajes de un inclemente reloj, clavado en lo más alto de aquel mundo, midiendo y juzgando minuciosamente cada paso que daba.

Por lo que sabía, que en cualquier momento, sin avisar, todo lo que en esos instantes intentaba lograr, se desvanecerían en el pasar de la noche, y sin poder dar crédito a ello, llegaría su despertar…

Corazón de Hielo (Foxangle) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora