PARTE I. CAPÍTULO XII. La pronta partida de París

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   Un desconocido de fornida y agresiva apariencia estaba frente a la casa, se ocultaba tras los arbustos que bordeaban el Sena.

Observó la salida de don Iñigo y se percató de que llevaba un cuadro envuelto en un paño.

Espiaba desde el amanecer, nos había seguido cuando Rodríguez y yo escoltamos a fray Juan de ida y vuelta a la Iglesia de Nuestra Señora de París para cumplir con el obligatorio precepto de oír misa.

Xóchitl me alertó de su presencia desde el principio y le indiqué que yo tomaría cartas en el asunto usando solo recursos humanos.

El vigilante se mantuvo en su puesto hasta que horas más tarde fue reemplazado por otro igualmente torvo personaje que llegó escondiéndose tras la barda que corría a lo largo del río.

Yo decidí seguir al que se retiraba.

Lo vi dirigirse a la calle lateral y para no ser visto por el nuevo espía opte por salir de la casa por el balcón de mi habitación.

Corrí escaleras arriba, me asomé cauteloso para verlo pasar y cuando se había alejado lo que consideré suficiente para que no me escuchara, me descolgué a la calle.

Al seguirlo me oculte en portales y esquinas hasta que entró a otro palacete de la isla.

Xóchitl me sugirió que me hiciera invisible y que entráramos al lugar, yo acepte olvidar mi intención de usar solo recursos humanos y le pedí que me transfigurara, porque yo no podía hacerme invisible sin ayuda.

Mi siguiente petición fue que me diera la información que había recopilado usando las capacidades que a mí me negaban los motivadores conductuales que me hacían mimético a la época.

Me hizo saber que ahí se hospedaba Diego Delgadillo, ex oidor de la Primer Audiencia de Indias, de quien ya Zumárraga me había adelantado que era uno de sus peores enemigos.

Cuando ingresamos a la mansión vi al ex oidor cubriendo su rostro con la capa, mientras interrogaba al que había espiado nuestra casa.

- ¿Qué sucedió desde la mañana?

- El obispo y dos de su séquito asistieron a la primera misa en Notre Dame; después el único acontecimiento fue la llegada de un visitante que a su salida abordó el carruaje del obispo. Aparte de eso únicamente los sirvientes entraron y salieron.

- ¿Estás seguro de que el obispo no volvió a salir?

- Eeehh... sí estoy seguro de que después de misa, el obispo solo salió para despedir a su visita, estoy cierto de eso porque su figura es inconfundible.

- ¿No hay sirvientes obesos?

- En todo París no hay sirvientes obesos.

- Bien... y ¿quién fue la visita?

- Don Iñigo de Loyola; llegó a media mañana y salió poco después acompañado por el obispo y un asistente que cargaba un cuadro que colocó dentro del carruaje.

- ¿Sería ese cuadro la pintura de la Virgen?

- No lo sé, estaba cubierta, pero bien pudo ser así.

- ¿Crees que el obispo Zumárraga le daría a don Iñigo una reliquia que pertenece al emperador?

- Pues sí, porque si yo fuera él no me arriesgaría a entrar a tierra de iconoclastas con un icono en las manos.

- Tal vez tengas razón, en cuyo caso será necesario hacer una visita a don Iñigo y confiscar la pintura ¿puedes hacer eso?

- Sí, pero si algo sale mal el obispo Zumárraga y quienes lo cuidan quedarán alertados y se hará mucho más difícil acercarse a él.

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